Cuentan que en una playa, a la que llegan las olas nocturnas cuajadas de trozos de estrella, un grupo atipico de amigos vivieron una aventura fugaz y bizarra, pero digna de recordar. Aquellos cuatro locos de los que les hablo, lo único que tenían en común era precisamente su pacto con la locura... aunque es cierto también, es que ninguno de ellos la definía de la misma manera. Guíados entonces por su particular energía, se lanzaron a saludar aquel espacio de arena y mar en medio de la madrugada. Apoyados unos en otros, se abrieron paso por un sendero oscurísimo y accidentado, donde las plantas de los pies no reconocían la naturaleza, entre pedregosa y viscosa, de lo que sentían, y sin embargo avanzaban a donde querían.
Ya con las olas regalando besos a los recien llegados, los amigos detuvieron su paso y aspiraron hondo aquella tímida brisa, que a pesar de llegar de mar abierto, era serena y relajada. Sus ojos contemplaron la magnitud del horizonte, haciendo línea de entrada a juegos diversos de luces azufrosas, fumarolas cromadas, halos de luz blanquecina y sorprendentes estrellas fugaces. Aquel momento de contemplación dio lugar a secretas confidencias... como la que el más joven del grupo hacía a la más vieja, sobre un tierno amor perdido hacia ya una década... y fue quizás el viento marino que empujó más fuerte el sentir de sus palabras, o probablemente el corazón del chico que subió palpitante a sus labios al mencionarla, pero aquella vieja sintió que el chico al nombrarla, la besaba. Besaba al amor que hacía ya diez años, se deshizo mujer y se convirtó en estrella...
Mientras este encuentro de luces se daba de labios a oidos, a unos pasos de ahí el hombre mayor regalaba consejos al cuarto joven, que entre incrédulo y divertido, escuchaba con los ojos además de los oidos... y con los mismos ojos respondía, sin que sus sagaces frases encontraran eco en su extraño amigo.
Estaban a orillas del mar y el mar llamaba a los más viejos con mayor fuerza que a los chicos; a los adultos que al compás de las olas, deseaban jugar a ser niños. Uno primero y la otra después, se zambulleron en aquellas plateadas ondas de agua, reflejando en sus cuerpos gozosos, la luz blanquecina de los astros, aventando con sus manos pueriles surcadas de vida, puños de estrellas y paladas de sonrisas.
Los chicos, que eran muchachos muy serios y críticos, contemplaban el infantil espectáculo desde la orilla... a ratos con gesto de reprobación, a ratos con expectativa, pero invariablemente divertidos... Y divertidos hubieran seguido, de no haber llegado la realidad a pisotear implacablemente su fantasía.
Los tragos se habían acabado, la madrugada, el viaje y la exitación los estaban agotando. Era momento de rellenar las garrafas de vino, cubrirse un poco y descansar tranquilos. Tomaron sus cosas y emprendieron retorno. Tomarían el auto y buscarían abrigo para el resto de la noche, pero cuando por fin salieron... el auto se había ido.