"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



martes, 26 de octubre de 2010

Calabacitas con camarón

Desayuno, comida, cena: Calabacitas con crema

Sigo cansada y el esfuerzo que hay que hacer aún para terminar las tareas prioritarias del trabajo, exige que controle esta pesades de cuerpo y mente. Para colmo tengo el refrigerador lleno de verduras y si no me pongo a cocinar ya, nadie lo hará por mí.

En un afán de ahorrar minutos, decido no prepararme más desayuno que una taza de café. De ese modo uso este tiempo en cocinar las espinacas y calabacitas que tengo almacenadas. Algo rápido y sencillo pero cocinado a fuego lento.  El alma de toda la cocina de la mami era esa, cocinar a fuego lento, picar y acitronar bien la cebolla y el ajo que llevaban de base casi todos sus platillos, y preferir el aceite de olivo a cualquier otro. Yo simplemente me apego a las reglas.

Para la crema de espinaca utilizo mantequilla: Un trozo de cebolla acitronado en mantequilla dos tazas de espinacas cocidas, una taza de leche evaporada, una taza y media de caldo de pollo. Licúo todo, lo cocino a fuego lento, añado dos cucharadas de crema al primer hervor, lo retiro del fuego y le doy un toque fresco adherezándolo con una cucharada de rayadura de limón. La diferencia entre que los niños se la coman o no es la rayadura de limón, que la vuelve más ligera y suave al paladar.

Para las calabacitas pico finamente un cuarto de cebolla y la acitrono en aceite de oliva, agrego tomate rojo picado en cubos, calabacita picadas en cubos, una cucharada de concentrado de caldo de pollo y dejo a fuego lento que que cocine hasta obtener una textura crocante en las calabacitas, añado camarones salados ( Ni secos, ni frescos: salados), tres cucharadas de perejil picado, retiro del fuego y tapo. El puro vapor se encargará de que los camarones impregnen de sabor todo el guiso.

Si lo pienso bien, todas las cosas que valen la pena en la vida deberían de cocinarse con los principios de mi madre: a fuego lento, con buenos ingredientes de base y siguiendo una receta sencilla. Con calma y sin complicaciones, así es como se saca adelante un trabajo exitoso, como se cultiva un amor o como debería de criarse un hijo. Siempre despacio, dándo tiempo para que la rica naturaleza de cada elemento, suelte su sabor sin violentarlo.

Hoy que Sofía ha hecho un par de travesuras graves, me ha costado mantener la paciencia y respetar esta regla, máxime cuando se ha soltado a berrear descocida atentando de lleno contra mis frágiles nervios atormentados por el deathline del trabajo que debo completar... pero debo encontrar la manera para bajar la flama y dejar que saque su jugo, o tendré que lamentarlo como se lamenta un guiso sobre cocinado, al que no se le ha regulado el fuego.

En el amor lo mismo, siempre arrebato las cosas por echarles de lleno toda la flama, chamusqueando irremediablemente a los objetos de mi afecto... tanta prisa sabe a miedo. Mejor despacio, sabroso y confiado. Total, lo que tenga que pasar, pasará.

domingo, 24 de octubre de 2010

PASTA DE HUEVO CON CHILE HABANERO

Comida: Pasta de huevo con chile habanero.

Esta es una receta de mi mami, que a la vez es una adivinanza de una botana que servían en el bar del Hotel Pie de la Sierra. En realidad lo que hoy me cocino es más bien una versión yucateca de la receta hogareña.

La versión tarasca de la mami era un chile guajillo asado, limpio y desvenado, un chile pasilla chico asado, limpio y desvenado y chiles de arbol toreados al gusto, un tomate rojo  y un trozo de cebolla asados tambien, tres huevos enteros. Se licúa todo hasta obtener un pure terso. Se calienta una sartén de teflón con un poco de aceite de Oliva y se fríe la pasta a fuego lento hasta que quede chinita.

Como yo no tengo paciencia para asar tanto chile, mi guiso está hecho con tan sólo un par de chiles habaneros, decisión que convierte su preparación mucho más rápida y su sabor más simple a la vez que más picante. Muuucho más picante

Escogí este menú porque me siento muy cansada y aún tengo mucho trabajo por terminar en las próximas horas. Un guiso picante pero bajo en grasa me dará energía y estímulo para continuar el tiempo necesario.

Este ha sido un día hermoso, productivo y variado. Sencillo pero sustancioso, igual que muchos de los platos que la mami preparaba. Tan satisfactorio que incluso recibí un "te quiero" muy poco apasionado pero enormemente sincero. Una de esas expresiones de querencia que no promenten dar mucho, pero se vislumbran duraderas y constantes, lo cual a estas alturas del partido, me parece enormemente interesante. Por lo tanto, lo disfruto en pleno.


jueves, 21 de octubre de 2010

Desayuno: Licuado de yoghurt con plátano y granola. Café negro

Hoy he comenzado el día con la determinada a que todo saliera bien. Siguiendo la recomendación de Spiderman dejé de presionar al mundo, le dí un portazo a la melancolía y me puse en acción.

Las angustias alentan y la lentitud acumula pendientes. Tenía demasiadas cosas qué hacer, por lo que opté por un desayuno completo pero rápido. Vertí en la licuadora un vaso pequeño de yogurt natural, medio vaso de agua, un plátano muy maduro y un puño de granola. Solo dos vueltas de motor para que la granola no se deshiciera demasiado, mi fijación oral requiere la acción de masticar, aunque sea un poco, para sentirme satisfecha. No se alimentarme sólo de líquidos, sin "crunch, crunch", no hay "yum, yum" para mí.

Mi arreglo fue simple y rápido igualmente. Jeans, camiseta negra, las plataformas prohibidas, un poco de polvo y rimel. Me arreglo el cabello con mousse esta vez para no perder tiempo en secarlo. Me doy un tiempo para anotar cada una de las actividades que necesito completar hoy; arreglo mis papeles, mi bolso y salgo al garage.

Una libelula de buena fortuna se me cruza justo al arrancar el coche y el sol que cae de lleno, luminoso y felíz, le pone más brillo a sus frágiles alas. Es la confirmación de la naturaleza: Hoy va a ser un muy buen día.

Las primeras cinco tareas del día son trámites y siguiendo la tendencia de los ultimos cinco días, no fluyen. Las negativas y trabas empiezan a aparecer impidiéndome poner palomita a mi checklist del día. Estoy serena y no me enojo ni me desespero, pero la carrera contra el reloj se ve más apretada ante tanto impedimento. En el trayencto de la oficina del Ministerio Publico a la aseguradora, la Astrología se me viene a la mente. ¿Y si mis planetas no están alineados y por eso no logro conseguir mis propositos esta semana? Es sólo una duda, no me siento ni derrotada ni enojada, pero necesito cuestionarlo.

En ese momento otra libelula cruza frente al parabrisas de mi auto y sigo mi camino. El trámite número cuatro del día otra vez se está trabando. Tengo la claridad y ecuanimidad necesarias para pedirle al oficinista que lo revise de nuevo, que busque opciones, que llame a su jefe si es necesario. Mi demanda es serena y educada pero insistente y finalmente logro mi objetivo. La solución se encuentra y mi trámite concluye exitoso. Al parecer sí tengo poder para alinear mis planetas y este está siendo un gran día.

Me encamino al banco, apenas estoy cruzando la calle en dirección a la puerta y veo cómo un hombre de mi edad, más o menos, que está a punto de salir,  espera hasta que yo cruzo y alcanzo el portal del local con la puerta abierta para que yo pase. Al parecer este día está decidido a romper todas mis objeciones negativas, yo que ayer pensaba en todos los machos patanes que hay en este mundo, ahora me encuentro con un portero espontáneo que retrasa su marcha para evitarme el trabajo de empujar la puerta de un banco. Me gusta que me hagan cambiar de opinión con este tipo de gestos.

A partir de este momento todo fluye normalmente y veo mi lista llenarse alegre de palomitas y OK´s. Me siento además de serena muy contenta. Mis treintas no me están decepcionando para nada.

Cuando era una veitieañera atribulada, tenía la idea fija de que al alcanzar los treinta me sentiría muy plena y centrada. No sé si por accidente o providencia, casi todas las treiteañeras con las que tenía contacto en aquella epoca lucían guapas, serenas y dueñas de sí mismas, sin importar las dificultades que las asaltaran. Cuando les manifestaba mi teoría, se reían y me decían que aprovechara la belleza de la juventud, porque la gravedad era despiadada.

Los treintas me tocaron y conforme avanzan se confirman las dos teorías. Es cierto, la gravedad es despiadada, pero también yo tenía razón y estoy mucho más plena y centrada. Tan dueña de mi misma, que soy capaz de hacer lo que nunca antes me atreví a hacer: Creer que puedo determinar el éxito de lo que hago y tener la serenidad suficiente para insistir y no conformarme con negativas. De pilón hasta me abren las puertas y me ceden el paso.

Tuve razón: La libélula fue un buen augurio y mi decisión me hizo tener un fabuloso y fructífero día.

martes, 19 de octubre de 2010

Queso, manzana, Carlota y vino

Cena: Trozo de queso, manzana , una porción de Carlota y una copa de vino tinto.

Me he tenido que dar dos duchas de agua helada entre las cuatro y las once de la noche. Traigo pegada a la piel una inquietante necesidad de abrazo que esperaba se despegara por fin con el agua helada, pero ha sido en vano.

Aplico frotando la loción hidratante en todo mi cuerpo, esperando que la fricción termine con esta necesidad incómoda, ya que las duchas no lo consiguieron. Nada. Sigo igual.

Decido marcarle a la Musa, su voz y sus versos suelen tener un efecto abrigador en mí, es posible que escucharlo me proporcione alivio. No funciona, la otrora etapa de intimidad ha dado paso al período trivial y divertido. Nuestro nuevo ritmo de conversasión claro y cristalino, alegra pero ya no abriga. Cuelgo el teléfono un poco decepcionada. De repente uno le exige mucho a las Musas, pobres criaturas explotadas.

Quizá comer algo sea la solución. Parto un trozo de queso, divido a la mitad una dulce manzana amarilla y me sirvo un vaso de vino tinto. En ese momento me doy cuenta que Carlota ha publicado un nuevo post hace tres días y se ha lucido con el titulo. Promete ser un bocado dulce delicioso, como casi todos los cachos de inspiración que regala Carlota. No me defrauda. Tomando como escenario una corta caminata invernal, hace un conmovedor retrato del sentimiento de desamparo, en que me reflejo por completo.

Los sabores contrastantes que he elegido para confeccionar mi cena se mezclan con suavidad en mi paladar, creando una nueva experiencia que me abre el pecho. Un queso fuerte matizado por una manzana tersa y sedosa; un vino maduro de gran cuerpo diluido con la dulce mielecilla que las letras de Carlota le sacan a mis papilas, se van deslizando por mi garganta como bálsamo tibio. Finalmente lanzo un hondo suspiro al que acompañan unas lágrimas sinceras y esclarecedoras.

No lucho más contra mi anhelo de abrigo. Cepillo mis dientes, perfumo mi cuerpo y me meto en la cama pidiéndole a mi Angel que duerma conmigo y me abrace.Es una noche fresca y siento frío pero con este  pensamiento me cobijo:

 
Tengo una soledad
Tan concurrida
Tan llena de nostalgias

Y de rostros de vos
De adioses de hace tiempo
Y besos bienvenidos
De primeras de cambio
Y de último vagón.




Tengo una soledad
Tan concurrida
Que puedo organizarla
Como una procesión
Por colores
Tamaños
Y promesas


Por época
Por tacto
Y por sabor.


Sin un temblor de más
Me abrazo a tus ausencias
Que asisten y me asisten
Con mi rostro de vos.


Estoy lleno de sombras
De noches y deseos
De risas y de alguna
Maldición.
Mis huéspedes concurren
Concurren como sueños
Con sus rencores nuevos
Su falta de candor


Yo les pongo una escoba
Tras la puerta
Porque quiero estar solo
Con mi rostro de vos.


Pero el rostro de vos
Mira a otra parte
Con sus ojos de amor
Que ya no aman
Como víveres
Que buscan a su hambre
Miran y miran
Y apagan mi jornada.


Las paredes se van
Queda la noche
Las nostalgias se van
No queda nada.


Ya mi rostro de vos
Cierra los ojos
Y es una soledad
Tan desolada

Mario Benedetti

sábado, 16 de octubre de 2010

Yoghurt con ciruelas

Desayuno: Yoghurt cremoso con ciruelas en conserva y un puño de granola. Café americano grande sin azúcar.

Desde ayer tarde me quedé sin conexión de internet en casa. Traté de avanzar en mis papeles dejándolos listos sólo para enviar en cuanto la conexión regresara. No regresó. Esta mañana intenté mandar todo lo pendiente en la bandeja de salida, pero otra vez nada.

El arranque en mi nuevo trabajo soñado, ha demandado mucho tiempo y demandará más. Hay muchas cosas por aprender, procesos que asimilar y planes de acción que ejecutar. No puedo darme el lujo de retrasarme, necesito tenerlo al día. Así que tomé mi equipo y papeles y me mudé con todo a un café de conexión libre. Suele ser mi oficina cuando estoy con Angelita, pero hoy fue la primera vez que trabajé ahí sola.

Ordené un desayuno rico en proteína, pobre en carbohidratos y lo menos costoso posible. LLegué la primera y pude escoger la cabecera de la mesa de trabajo. Llevaba unos jeans azul oscuro, top negro sin mangas con aplicaciones de lentejuela mate negras al pecho, un chaleco del mismo tono con espalda calada y el colgante de azabaches que hizo Vicky y me encanta.

Como traigo la pierna adolorida, escogí para hoy mis alpargatas de doble cono de Castañer en color magenta. Son mis zapatos preferidos, porque reflejan la ambigüedad de mi ser: son un clásico revolucionario y nadie creería al verlos, lo cómodos que son. La base clásica de la alpargata fue remplazada por dos conos -uno da apoyo a la punta del pie, el otro al talón- mientras una V de elastico cruza el empeine y agarra el talón para detenerlos. Son maravillosos, diferentes, atractivos y cómodos. Lástima que hoy me cuesta más dar el paso con ellos pues la pierna izquierda me duele demasiado... es complicado ser coja y querer lucir bien.

El saludable desayuno me da fuerza para enfocarme y tras algunos problemas técnicos para reestablecer la conexión en mi computadora, logró arrancar mi trabajo de corrido y sin ninguna distracción. Cada palomita marcada en mi check list de pendientes por resolver, me da mayor tranquilidad y fortalece mi confianza. Disfruto mucho mi trabajo y tengo gran ilusión por lo que pueda conseguir de él.

Estoy sentada frente a un gran ventanal que da a la avenida. Un cielo gris envuelve por completo la ciudad y los jardines del camellón lucen al contraste más verdes. Alcanzó a ver de reojo a una pareja contemporánea, que se ha acomodado en las mesas de la terraza. Se llenan de mimos el uno al otro, deben llevar ya un rato juntos, pues sus caricias son tiernas más que apasionadas. El la quiere más que ella a él, están sentados uno junto al otro de cara al camellón pero el chico tuerce el tronco por completo para poder contemplarla de frente. La chica no es indiferente ni altiva, disfruta el mimo, se deja querer y corresponde con sutileza, pero la mirada es distinta. Se ve, el la quiere más a ella que ella a él. Me es fácil reconocerlo porque yo he sido el chico muchas veces, sólo que en mí no es bien visto porque soy mujer.

Regreso a lo mío y me vuelvo a perder en mi mundo por un par de horas, ¡cómo fluye la concentración cuando te gusta lo que haces!. Soy muy afortunada.

Un hombre rico, se ha sentado a la mesa a dos sillas de mi. Sé que es rico porque conozco la marca de su reloj, de su polo y de sus bermudas. Va listo para subir al yate cuando termine su asunto. Una mujer de mi edad lo acompaña con uno ordenador portátil y un chico joven le pregunta solicitamente lo que desea tomar. La mujer es su architecta y el chico, seguramente el hijo de otro amigo rico, que desea abrirse camino a la sombra de sus relaciones. Los dos me miran con aprobación, el rico y el joven; la mujer me ignora. Haciendo un esfuerzo mayúsculo, les sonrío y trato de dulcificar mi mirada sin esconderla. Al menos lo intento, que ya es mucho.  Los oigo hablar de fachadas, ubicaciones y paisajes; me esfuerzo por no poner atención, para no incomodarlos y para seguir trabajando. Lo logro sin mucho esfuerzo y me sigo de tirón otra hora y media.

La silla está dura y me he comenzado a sentir incómoda. Relajo los hombros y me percato que la pareja se ha ido y el hombre rico y su séquito también.Los baristas no ven que sigo ahí porque la cabecera de mi mesa de trabajo les queda fuera del alcance de los ojos, podría continuar un par de horas más sin consumir de nuevo, pero la silla es insoportable. Empaco mi equipo y decido regresar a casa no sin antes pasar por la mesa de los amantes mimosos y echar una mirada al plato del que se alimentaron uno al otro. Duele admitirlo pero siento nostalgia. Desayunar medio yoghurt en lugar del vaso entero, habría estado bien si hubiese dado a un tierno amante mi otra mitad.


lunes, 11 de octubre de 2010

El fantasma

Tengo miedo de entrar a mi cuarto, estoy cansada y quisiera dormir pero no me animo a estar ahí dentro. Hay un fantasma en mi cuarto y sólo ahí me da lata. Le pedí consejo a la Chula y aunque molesta, me lo dio y ha funcionado... Ahora está menos roñoso, me deja dormir y ya no habla, pero empezó la etapa de mover cosas.

La Chula es cubana y santera, siempre le ha inquietado por qué tengo yo tan poca fortuna material, cuando a sus ojos, mi capacidad debería hacerme producir mucho más... Ella es hábil con sus finanzas y ha sabido jugar sus cartas con buena fortuna, convierte en oro lo que toca, con mucha astucia y menos esfuerzo físico que la mayoría. Me llevó hace meses a visitar a una de sus sacerdotisas para que me viera y preguntara a los santos, cómo podía cambiar mi fortuna para bien. Me echó las piedras y los caracoles; no le gustó lo que vió, se le leía en la cara.

Me habla de todas las pérdidas repentinas de vida en mi familia y me dice que hay que cerrar ese pozo, dar de comer o beber a la tierra para que se cierre esa puerta, o algo así... Me cuesta trabajo retener los términos, pero creo que esa es la idea. Sé que está en lo cierto, ha habido pérdidas repentinas en mi familia, muchas, todas...

Me escribe mi receta y me explica qué es lo que vamos a hacer, pero a mí no me convence el rito. Sé que puede funcionar, desde que leí "El retorno de los brujos", mi mente, de por sí abierta y bien dispuesta, tiene en mayor aprecio los ritos de raíz "natura", pero qué le voy a hacer, no me siento cómoda y prefiero no hacerlo. Por eso es que ahora que un fantasma me molesta, la Chula se enfada conmigo.

- ¡No te costaba nada hacerlo y no lo hiciste! - Es su reclamo

Mal que bien, la contundencia de sus palabras me hacen poner en duda mi decisión... aquella vez dijo la sacerdotisa alarmada, que si no me limpiaban, podía hasta terminar en un psiquiátrico:

- Si no ayudamos a esta "chiquita" puede terminar en un psiquiátrico - fueron sus palabras textuales

¿Y si no hay fantasma y me estoy volviendo loca? Sería una pena, ahora que me siento mejor que nunca y disfruto mi vida por partículas, sería como sufrir un infarto al ganarse la lotería.

Por eso me voy con tiento y a nadie le cuento lo que me está pasando... bueno casi a nadie. Mi terapeuta de Reiki lo notó en mi última sesión y decidió cerrar mi Aura para protegerme. Desde entonces su presencia es menos molesta pero no dejo de sentirla y no dejo de sentir miedo, sobre todo me alarma lo del psiquiátrico.

Mi Musa Negra también lo sabe, a él le cuento todo porque somos muy iguales. ¿O es ella? No lo sé, es como mi espejo, no se asuta de nada de lo que me pasa y sorprendentemente aparece cuando más aterrada me siento. A veces  al primer susurro, otras después de un buen grito, lo importante es que siempre aparece, por eso lo quiero tanto. ¿ O la quiero? Mi Musa es muy real y muy etérea, no cabe en sexismos, no tiene limitaciones de ningún género.

Ahora me serviría tanto aquél rosario de rosas que me trajo Malena de Avila cuando fue a ver a su hermana carmelita. La fue a oir, más bien pues sólo pudo hablar con ella a través de las barras del locutorio y de tanta tela que llevaba cargando en el hábito, le vió poco. Una mirada transparente y una voz cantarina, es lo que me decía... ¿Lo habré perdido? ¿se habrá desecho? Los rosarios de rosas son delicados, como su aroma embriagante.

Desgrano Aves Marías, desgrano Angeles de mi guarda, desgrano protecciones. Mi concepto de Dios es amor, abundancia y misericordia infinitas, no suelo tener miedo. Lo he comprobado, no importa lo que suceda, siempre de todo resulta algo bueno. No me lo cuentan, no se lo copio a San Pablo, lo sé, lo he vivido, lo tengo claro. Y ahora, ¿por qué siento miedo?

Voy a dejar de sentirlo y voy a empezar a ignorarlo, ¿o le diré alguna Misa?, ¿o le elevaré con agua? ¿o simplemente dejaré que se vaya?. Eso haré, esperaré a que se vaya...

"Mi alma es una princesa en su torre metida,
con cinco ventanitas para mirar la vida.

Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.

y tu alma, que desde antes de morirte volaba,

es un ala magnífica, libre de toda traba…

Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!

¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,

no como son de suyo, sino como aparecen

a los cinco sentidos con que Dios limitó

mi sensorio grosero, mi percepción menguada.

Tú lo sabes hoy todo…, ¡yo, en cambio, no sé nada!

Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!"
Amado Nervo 

domingo, 10 de octubre de 2010

Gladys y Arcadio o Claveles rojos parte II

El vestido blanco ahora era escarlata, los cristales centelleantes, profundos rubíes; la sonrisa esperanzada, un rictus impávido. Caminaba sin descanso, caminaba sin rumbo, caminaba sin luz. No sabía a ciencia cierta qué pasaba, pero caminaba. Reconocía aquellas calles, pero sus caminos parecían truqueados. Un rato estaba en uno y  al siguiente justo en el opuesto. Pasaba de un extremo a otro con un parpadeó y la sorprendía  esta nueva cualidad de su cuerpo para teletransportarse.

Necesitaba ver a su madre, algún pendiente tenía con ella, no podía recordar qué pero lo tenía. Por eso vagaba en aquellos caminos conocidos, traspasando esos muros extraños, escondiéndose en los callejones más oscuros huyendo instintivamente de cualquier rayo de sol. Roja,  toda vestida de rojo.

Y ella que pensó que los hombres no se enamoraban, lo tenía tan claro, no había manera de lastimarlos, no existía la herida mortal del amor,  para traspasar el corazón de un macho. ¡Imposible! Ellos eran seres simples, felices, consagrados al presente, impunes a la añoranza; héroes del deber hacer, ignorantes al sufrimiento de tantas mujeres descerebradas, prontas a deshechar cualquier plan en aras de la pasión actual del amor.

Benditos hombres felices, centrados en la eterna conquista del goce y la concreción de sus planes. Ningún juego de amor podría descorazonarlos; si acaso, arañazos sin importancia que curarían en una tarde de cantina, como mucho. Su fuerza presente, les vacunaría de cualquier despecho.

¡Y mira cómo salió! Tan confiada que estaba, tan claro que lo tenía y vino en cambio a deshacerlo de rabia, le derritío la cabeza de celos, le arrebató la razón dejando que creciera el deseo... Ahora, ella vagaba pérdida vestida de rojo, mientras él se oxidaba en un agujero negro.

Los claveles rojos, encontró a su madre arreglando un jarrón de claveles rojos y entonces recordó que había hecho que la mataran el día de su boda. Uno de esos hombres a los que no creyó capaces de sentirse heridos, enloqueció de celos y la mató. Aquel primero, el amado, Arcadio.

Unas gotas gruesas, mitad agua mitad lama, escurrían por la paredes, inundaban el ambiente y se le metían a los pulmones, donde hechas charco, lo ahogaban sin matarlo. Su cuerpo se agrietaba y sus órganos se encogían a merced de los hongos, que la humedad bochornosa de su espacio, hacían crecer y crecer, agotando su aliento de a poco.

Vivía en una noche eterna donde nunca lograba conciliar el sueño. El descanso era un privilegio que le había sido negado, como negada tenía la dicha de hacer algo. Atrapado en su celda, veía transcurrir cada minuto de sus días sin poder salir, sin poder moverse, sin poder hacer, sin crear nada, más que la reproducción constante de su mano cimbrada por el estallido del cañón, que disparaba la bala con la que mataba.

Si tan sólo se hubiera alejado cuando ella terminó la relación; si hubiera aprendido a jugar como todos los otros; si hubiera mantenido la aventura divertida, como Gladys siempre le decía... O quizá si tan sólo hubiese accedido a la estúpida boda cuando estaban juntos todavía.

Por no ceder a un año de circo, la factura de una anillo, un insufrible traje de pingüino, ahora se pudría en un charco maloliente. Odiándola, añorándola, soñándola en un charco de sangre del que ligera se elevaba para llegar flotándo hacia él, una y otra vez por oleadas, en eterna maldición.

Esa madrugada sintió el cuerpo menos húmedo y el viento más helado. La luna fulguraba imponente, iluminando su celda con luces de plata y por primera vez en semanas tuvo algo qué hacer... Las motas de polvo suspendidas en el aire del agujero que habitaba, se robaban el brillo del astro, invitando al pobre asesino cautivo a cazarlas con las manos.

Hipnotizado por la danza de los sorpresivos visitantes, comenzó a manotear, olvidó su condena y vibró por un momento con la exitación infantil que aportaba a su cuerpo, aquella idiota cacería. Su piel se avivó, sus ojos brillaron y una suave melodía acarició su alma atribulada:

- Arcadio, corazón

El viento se posó sobre sus labios en un heladísimo beso, fuerte, seco duro y casi cortante. La luz de la luna se tornó subito rojiza y su abrazo magnético le curó del insomnio aterrador al que por tantas horas había estado condenado. Se cerraron sus ojos y al fin descansó, no sin antes escuchar la añorada bendición:

- Perdón, perdonado, perdóname mi amor.

El vestido escarlata de nuevo se blanqueó; los profundos rubíes, centellearon de blanco; el rictus impávido, por fin se suavizó. Camino con luz, caminó con rumbo y por fin la novia herrante, de nuevo descansó.

martes, 5 de octubre de 2010

Grief is the price we pay for love

La semana pasada, Eri se fue a estudiar a Londres y en estos primeros días de estancia, nos ha compartido sus descubrimientos de la lluviosa capital británica, con varias fotos. Ayer pude ver con calma el álbum de "The Royal Parks" y encontré una del Mausoleo dedicado a las víctimas del 11/09, en cuyo capitel se lee la siguiente inscripción:
"Grief is the price we pay for love"

No hay consuelo para quien pierde a un ser amado en circunstancias violentas. El sangriento arrebato, convierte la herida en un cráter activo, cuya constante ebullición complica de manera abrumante encontrar la paz. Sin embargo, recordar que ese dolor lacerante es consecuencia de un gran amor, al menos nos marca la pauta para reconocer, cuan  mayor es la fortuna del que sufre porque ha logrado amar, auque pierda al ser amado, sobre la del que no conoce el duelo, porque nunca se ha arriesgado a darse por completo.

Y aquí entro a mi tema, que es mucho más superfluo por cierto. Yo cada vez me enamoro menos. No porque mi naturaleza enamoradisa haya mutado de repente, si lo medimos en cantidad, me sigo enamorando muchas veces; se trata de medirlo en calidad, ya no me enamoro con la intensidad abrasadora con que solía hacerlo. Mis enamoramientos de ahora son, si no superficiales, sí mucho más "cool".  El paso del tiempo me regaló un poquito de madurez y ahora me encuentro en un punto de la vida, en el cual "necesito" menos a los hombres, pero los disfruto mucho más. Sorprendentemente, a pesar de encontrarme en una posición mucho más poderosa, sigo sin dar pie con bola. La tendencia a ir por quien no va por mi, me sigue aún como karma maldito. Antes lo sufría, ahora me da risa, al parecer todavía hace falta recorrer más trecho de camino, para llegar al punto en el que sepa dirigir mi interés hacía un ser espejo, que refleje un interés porporcional por mí y dejar así de lanzar rayos al vacío.

En estos días, uno de los afortunados y circunstanciales objetos de mi afecto, se fue de estos lares. No me sorprendió y dada mi nueva "coolness" para lidiar con estos asuntos, tampoco hice gran drama. Fue hasta horas más tarde que sentí un dolorcillo por arriba la tripa y un poco de tristeza por debajo de las gafas, que me percaté de que andaba de duelo y entonces sentí alegría, estaba pagando mi rato de amor y cuando se pagan esas cuentas, jamás se escatima.



domingo, 3 de octubre de 2010

Claveles rojos

http://zonaliteratura.com.ar/?page_id=895
Los moteles de mala muerte, son alumbrados invariablemente con luces amarillas. Amarillas mugre, amarillas grasa, amarillas caca de mosca, que se petrifica en su base,  hasta traspasar el vidrio. La luz manoseada, llena de sudor y cebo, propia de los amantes furtivos. El joven amante, miraba  a su novia recoger sus pantaletas y llevarlas de nuevo a su sitio, a través de ese baño cochambroso de luz bohemia.

Un desplante rebeldía, eso era lo que había empujado a la chica a cambiar el gusto de hacer el amor en su alcoba, por esa obsesión por andar hoteles baratos. Renovar la pasión disfrazándola de pronto de amor clandestino, otra de las tantas muestras que confirmaban a aquella hermosa mujer en su papel de gran amante. Mujer, hermosa, su mujer. El chirrido de la puerta apolillada lo sacó de su contemplación endiosada y brincó de la cama para seguirla, mientras ella le indicaba el camino con un gesto de la cabeza. La brisa helada de la madruga le abofeteo la cara y la fingida indiferencia de la chica, que se apartaba de él por metro y medio, le causó un espasmo de renovado deseo debajo del vientre. ¿Fingida indiferencia?...




Gladys comenzó a soñar con el día de su boda una tarde de mayo en la que el sol decidió quedarse a merodiar la calle en sus horas más avanzadas. Prendida de la mano de su madre, caminaba por la plaza frente a la Iglesia de la Inmaculada. Un auto de otra época, profusamente adornado con flores, se orillaba al pie de la escalinata de piedra y un par de hombres jóvenes, engalanados con impecables trajes de pingüino pero sin cola la esperaban. Los vio bajar con gran ritmo los escalones para abrir la puerta trasera de aquel automóvil nunca antes visto por un lado, y por el otro extender la mano a una novia iluminada con gotas de lucero, que con cuidado sacó una pierna y una mano que apoyó en la del hombre pingüino, haciendo palanca para lograr levantar el peso aplastante del vestido que la envolvía. La niña jaló a su madre para que se parara y le permitiera contemplar aquella escena. El sol, curioso y vagabundo, sonrío al ver asomarse la blanca figura y le regaló un par de besos, que se estrellaron en las gotas de rocío que adornaban su cabello, provocando una lluvia de estrellas ambarinas que deslumbraron los ojitos expectantes de la niña, apoderándose de toda la energía que emanaba su ser. Envidió a las niñas de vestidos bombachos, que se apresuraron a sostener la enorme cola del vestido de aquella novia, y ahí mismo decidió que el día de su boda, las pajes que sostuvieran su cola, llevarían un vestido con menos bombacho y muchas más flores. Flores en los hombros, en la cintura y en las coronillas. Flores del tamaño adecuado para cada destino, pero todas rojas, claveles rojos adornarían a sus pajes, así sería.




Las campanas de la Iglesia doblaron para recibir a la próxima esposa y la madre de Gladys instintivamente acercó el reloj de muñeca a sus ojos, arrebatando a la niña de un tirón, sus mágicos planes para poder continuar la marcha de regreso a su taller de costura.


Una mañana de abril, cinco mil cuatrocientos setenta y cinco días más tarde de aquel mágico encuentro, Rita, la madre de Gladys, se despertó al alba para ser la primera en la puerta de flores de la central de abasto. El camión llegó embriagando el ambiente de buenas noticias, los claveles asomaban por las rendijas de la caja del camión de redilas que se posicionaba en la plataforma, la mujer lo vio dar la vuelta y sintió el aroma, dejando que sus nervios se tornaran en sonrisa. Rezó que los claveles fueran rojos, que fueran perfumados, que fueran de diferentes tamaños y cerró tan fuerte los ojos mientras lanzaba sus plegarias a la diosa de las flores, que no se percató cuando la puerta del bodegón se abría. Un hombre de manos rasposas, la empujó por los brazos y entonces reaccionó. Los perfumes se mezclaban, pero la inconfundible fragancia de los claveles la atrajo a la esquina del fondo; sus ojos se crisparon al ver las cubetas de claveles blancos, seguidos por los color durazno, los jaspeados de violeta, los amarillos... y en un momento pensó desmayarse ¿por que lo había dejado para último momento?, ¿cómo no había escuchado a Susana y los había encargado exprofeso desde una tarde antes? ¿ por qué confiar en la popularidad obligada de los claveles rojos?. La flor más común del mercado, la que nunca faltaba, ¿había decidido faltar aquella mañana, justo cuando ella la necesitaba? Un portón apolillado chirrío a su derecha y vio salir al hombre de las manos rasposas abrazado a una cubeta llena de los anhelados botones carmesí. Atropelló a los que se interpusieron en su carrera por alcanzarlo, antes de que cruzara la cortina de ingreso. En su desenfreno, alcanzó al extraño con un empujón que lo hizo tambalear, olbligándole a soltar la cubeta por el suelo.


- Por favor no se enoje, necesito cinco docenas de esos claveles, sólo le pido que me ceda esas piezas - le rogó con voz angustiada


- Y yo que hago con el resto, si ya las mayugó todas por el golpe- le respondió con furia el hombre, que sacudía sus pantalones llenos de agua y ramas de flor.


Rita sintió terror, pues presentía que el manos ásperas, tomaría revancha aprovechando su desesperada necesidad. El hombre añadió :


- Mire, esta cubeta entera yo ya la había comprado y estaba destinada para hacer centros de mesa para un hotel de la zona alta. Le saco hasta diez veces a cada media docena, así que si quiere, se los vendo a cinco pesos cada uno


- Eso es cinco veces lo que cuesta, es un abuso señor.


- Yo no choqué con usted señora, y yo no necesito que mis flores sean rojas- concluyó el corrioso hombrecillo con una media sonrisa socarrona.


Rita sacó su monedero, extendió unos billetes violáceos a su explotador, y sintió con asco el roce áspero sobre sus dedos, cuando el agarraba el dinero. El tipo se metió el dinero en el bolsillo de sus pantalones de tergal marrones y con desdén estiró los zapatos lodosos para amontonar las flores desparramadas, cerca de donde aguardaba Rita, con ojos atónitos.


Gladys decidió tomar un masaje veinticuatro horas antes del gran evento, removió con cera miel cualquier vello no deseado de su cuerpo dorado y pidió que arreglaran sus uñas de pies y manos dejando pendiente sólo la última capa de barniz, que se haría aplicar una hora antes, para lucir perfecta. Descartó la opción de recibir el tratamiento de velo de novia, le hacía ilusión efectuar ese ritual en la intimidad de su cuarto de baño, mezclando con sus manos el bálsamo de miel, azúcar y aceite de almendras dulces, que ella misma había ideado.


La luz dorada de la miel mientras la vertía en el cuenco de porcelana que había destinado para ello, le recordaba aquellas estrellas ambarinas que la cegaron, esa otra tarde de mayo, cuando empezó a planear su boda. El olor de la mezcla hacía que sus labios se abultaran de deseo, imaginando con cuántos besos le escribiría en la piel a su amado lo mucho que lo anhelaba; sus manos extendiendo la pasta sobre su cuerpo, renovaban la conciencia de su propia belleza. Así era, ella misma tejía con cuidado su velo de novia, en un íntimo rito cargado de amor y deseo, anhelando en cada movimiento, el momento de llegar al altar y tomar ante todos el voto sagrado que la uniría a su hombre, sólo para después, colmar su ferviente ilusión, de hacer nido en la piel de su amado. Eso no lo sabía cuando era niña, pero ahora que ya era una mujer, y sus ansias palpitaban debajo de su vientre, mayor sentido cobraba aquel mágico rito, pues pocas cosas podrían ser tan dignas de celebrarse delante de todos, como aquel amor que la consumía en cuerpo y alma.


De niña tampoco sabía el significado del vestido blanco y jamás figuró que su idea de contrastar el ajuar de sus pajes con claveles rojos, iba a tener tanto que ver con lo que viviría antes de lograr concretar su sueño. Si bien sus ansias de entrega eran las de una virgen, la realidad era que su marido sería el segundo hombre en visitar su cuerpo y compartir su cama pero el primero en hacerse cómplice de su celebración de amor pública, ritual y sagrada. El primero, a quien recordaría en ese día con las flores rojas que adornaban su ramo y los tocados de sus damas, había dicho amarla mucho, pero nunca logró sintonizar con su plan de gran boda, hasta que Gladys decidió arrancarlo de su corazón para conquistar su meta, pues antes que serle fiel a él, con lo mucho que lo amaba, necesitaba ser fiel a sí misma. Rompió con él... ¿o no rompió?


Arcadio también sangró cuando Gladys lo dejó, pero el dolor se hizo verdaderamente intenso cuando la vio en los portales, del brazo de Emilio, entrando a la tienda de Novias de los Garrido. Un relámpago lo paralizó y su mundo comenzó a andar en cámara lenta fraccionándose en partículas cada imagen. Un campanazo le cimbró la cabeza y el aturdimiento lo acompañó por semanas, ocho largas semanas en las que los ratos de ira, sucedían a los de dolor; los de tristeza, a los de desconcierto para luego sumirlo en un silencioso vacío del que emergía sólo al calor de la excitación, esas tardes furtivas de pasión que ella le daba, en viejos moteluchos. No existía afán alguno de renovar la pasión, Gladys lo escondía en el cochambre de esos agujeros, sólo para tener sexo de compasión con él, o quizá porque ya no lo amaba pero aún lo deseaba.

 Si aún lo deseaba, era muy probable que aún lo amara, se decía después de cada encuentro, era sólo cuestion de tiempo, para que el peso de su amor se asentara y dejará por fin al monigote cuál única virtud era querer casarse. Sólo hacía falta tiempo.

Gladys salió del baño y se enrrolló en una bata mullida de algodón egipcio, que su hermana Verónica le había regalado especialmente para la ocasión. Secó con cuidado sus pies y humectó con esmero cada palmo de su piel con loción de rosas y almizcle. Vistió la lencería de encaje de seda blanco que Emilio le había regalado, y disfrutó desenrrollar suavemente las medias de finísimas hasta la mitad de sus muslos, las sujetó al liguero y se cubrió con una camisola de satín crudo que tomó de los pies de la cama. En ese momento su hermana Cristina llamaba a la puerta apurándola para que recibiera a Camila, la estilista del pueblo, que llegaba en ese momento para maquillarla y arreglarle el tocado. Tras su aprobación, Cristina y Camila entraron a la habitación y con la agilidad que dan quince años de experiencia preparando novias, en poco menos de una hora, habían dejado a Gladys convertida en la reyna perfecta para recibir el ajuar nupcial. Le ayudaron a meterse en el traje soñado, bordado de hilos de plata y cristales de Swarovski, que reflectaban la luz en mil estrellas, cuando los rayos de un sol trasnochado, se asomaban por la ventana para espiar a la novia. Al igual que la tarde en que comenzó aquel viaje, esa tarde se negaba a oscurecer y desparramaba luz ambarina por todos lados, festejando la fecha. La feliz novia jugaba con las cuentas de cristal aplicadas en su vestido, para deslumbrar a sus damas y pajes, bailotendo con los rayos del sol por la sala y arrancando las risas de todas a su alrededor.


Los destellos de los cristales, traspasaban los ventanales y caían en la banqueta de la acera de enfrente, donde un pequeño parquecillo lleno de arbustos mal cuidados y empolvados, ocultaba, sin demasiado disimulo, a un desvelado Arcadio que atisbaba la ventana esperando que Gladys se asomara. Tantas semanas de desazón habían embotado su mente, y ahora la angustia le hacía frotarse las manos compulsivamente y palparse los bolsillos casi con furia. Un destello le encandiló de lleno y la sombra de quien fuera su mujer hasta hace unas horas, se perfiló en la ventana con su tocado de novia lleno de luces de rocío, como el que tantas veces le contó había visto una tarde siendo niña, sonriendo radiante, mientras seguía jugueteando con sus damas. Un auto negro de otra época, se estacionó frente a la puerta de la casa y tras él, en un Malibú dorado, llegaba Emilio vestido de pingüino sin cola. El campanazo le cimbró la cabeza de nuevo, y vio la figura de Gladys esconderse coqueta tras la cortina para escapar a la vista del novio. Fue al hacer ese movimiento que una sombra entre los arbustos vecinos llamó la atención de la novia y fijó en ella su mirada, de tal suerte que movió el tocado hacia delante, lanzando un racimo de luces deslumbrante por la ventana, que abofeteó en la cara al espía, sobresaltando hasta la histeria en medio de la rabia que la pérdida irremediable de aquel día le producía., ¡él necesitaba más tiempo! Su mano desenfundó el revólver que escondía entre el cinto y los pantalones, cortó cartucho y lanzó un grito estruendoso mientras detonaba.


El cristal del salón estalló en mil pedazos y un charco de sangre hizo nido alrededor del tocado de luces de Gladys, que había caído de espaldas mientras la bala destrozaba sus sesos en el momento que su madre llegaba triunfante, con el ramo de botones rojos en la mano.