"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



jueves, 30 de septiembre de 2010

Estrella de plata

Me apetecía escribir un cuento y en su lugar, esto fue lo que salió:

Su cuerpo era un microuniverso en el que se encontraban la luz y la sombra; la rudeza y la dulzura; la violencia y la ternura. Era el hombre más inteligente que había conocido, libre de mente y definido en su estilo. Sabía de su capacidad, de su belleza y al tiempo, dudaba y se disculpaba cuando álguien le despertaba admiración. Su abrazo era el refugio que ella adoraba, en el que encontraba paz e inspiriación; acicate y motivación; abrigo y exigencia.

Había delineado sus labios mil veces con las llemas de los dedos y con sus besos marcado el curso de su cuello hasta los hombros. Hundía con ansias su cara en sus cabellos y aspiraba hondo para robarse todos sus esfuerzos, descifrar sus sueños, hermanarse a sus anhelos. Pasó mil noches surcando con la uña las líneas de sus manos, para adivinar su destino y encontrar la intersección de la vida, en la que podrían finalmente compartir un tiempo. Pero encontraba siempre una línea gruesa, que se extendía profusa  hasta la muñeca y se confundía con sus venas. No habría momento definido de encuentro, no habría contrato, ni acuerdo, ni devoción jurada. Sólo un caudal abundante de vida, que se confundiría, sin riveras, con la propia existencia.

Aquella libertad la seducía arrastrándola hacia él con fuerza magnética, una atracción que no la acobardaba ni aterraba como de costumbre.  Una seducción, que no la comía en ansias, como tantas otras. Sin temor, sin angustia y sin dudas, se bañaba en las aguas de aquel deseo que no consumía y de aquel amor que no enamoraba. Sin afán de marcaje o pertenencia, disfrutaba aquella corriente generosa y en ella se empapaba.

No hay amor que se disfrute más, que el que esta libre de necesidad, ausente de celo e ignorante del afán de pertenencia. Él, que tantas historias tenía, lo presentía. Ella, que de tantas historias huía, lo sabía.  Por eso él decidió atraerla hacía sí y ella se dejó arrastrar suavemente sin oponer resistencia.

Su amor libre les enredó las piernas y se volvieron uno a la luz de la luna llena. Confundiendo sus pieles formaron una estrella y se elevaron del suelo gozando la brisa que atrapaba su vuelo. Él no la poseyó, ella no le pertenecía, solo mezclaban sus rayos y se confundían proyectando un resplandor azulado con visos de plata, que volvía el calor helado y congelaba el rocío, escarchando las plantas.

Nunca se refirieron a ellos como Ana y Manuel; jamás rotularon epístolas para Manuel y Ana, pero muchos hablaron de la estrella plateada.

domingo, 26 de septiembre de 2010

SHOP GIRL

El día de ayer terminé una etapa de mi vida profesional, quizás poco glamourosa pero muy rica en aprendizaje, experiencia, desengaños, pero sobretodo gratos encuentros.

Sentí un poco de pena cuando empecé a trabajar en una tienda, temía que mis antigüos colegas de trabajo, me encontraran un día y se burlaran de mí. Peor aún, que algún amigo de infancia me viera en piso y lamentara en lo que habían ido a parar todos mis sueños. Sin embargo, las vivencias dentro de mi nuevo mundo laboral, fueron tornando de a poco mi renuencia, en auténtico orgullo por la camiseta.

Como los primeros años de mi vida como Shop Girl, los transcurrí en hermosas perfumerías, el beneficio directo era que siempre olía delicioso. Estar demostrando perfumes a mis clientas o simplemente probando los testers, me impregnaba deliciosamente, incluso si no aplicaba perfume directo a mi piel en todo el día. Peter Pan me abrazaba siempre al llegar del trabajo y decía:
- ¡Qué rico hueles!, ¿qué te pusiste hoy?
- Un poco de todo - le respondía
- Pues me gusta todo, es original y delicioso.

Mi noción de la estética se incrementó y el mundo del lujo se abrió ante mis ojos, descubriéndome las más increíbles posibilidades. Pero fue sobre todo, constatar que la proporción esfuerzo-recomensa era tan justa, lo que pronto transformó mi  complejo en orgullo por la camiseta. Me convertí en una chica de tienda"ultra-sofisticada" y "ultra-feliz".

Siendo shop girl aprendí a domar mis pies en mil posiciones, tratar con nuevos ricos prepontentes, disfrutar servir a gente refinada de gran mundo, famosos, amantes furtivos y maestros de la doble vida.

Tuve compañeros que se volvieron amigos entrañables, compañeras que se volvieron hermanas, jefes y jefas modelos, subalternos inspiradores y mordidas de arpía ultra-venenosas, así como la bendición de grandes y honestos patrones.

Fue una gran experiencia sin lugar a duda, una increíble escuela que me permitío hacer vida, forjar mi carácter, ganar seguridad y perfilar mi carrera.

Hace dos días, salí de la última tienda que tuve a mi cargo, y a pesar de que mis piececillos gritaron de júbilo, no pude dejar de sentir nostalgia al pasar la cerradura de la puerta, pues en aquella pecera rodeada de arbustos y lagos, que fue mi última tienda, se quedaban encerrados para siempre los ecos de mil vivencias que alegraron mis días por más de diez años.

La próxima semana comienzo una nueva etapa profesional, por primera vez fuera de un piso de ventas -aunque me mantendrá cerca de ellas constantemente- y no quiero dejar pasar el momento, para dar mi reconocimiento a todos los que toman por segundo hogar una tienda y por escritorio el mostrador, conviertiéndose en hábiles psicólogos anónimos, siempre prontos a recetar, a sus circunstanciales pacientes, los más olorosos jazmines que puedan perfumarles el alma, por el rato que dura, la ilusión del estreno.

Por sus cayos, por la varices, por los desvelos y repetidas malpasadas. Por los agradecimientos del cliente cabal y las humillaciones del cliente patán, mi respeto y reconocimiento siempre y el cariñoso recuerdo de quien sabe, cuánto arte se lleva, ser un shop boy o shop girl, que sepa marcar la diferencia.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Maternidad

Sentir un aguijón de conmoción en el centro del vientre, puede significar el nacimiento de una aventura o el descubrimiento de un rincón del alma que no habíamos notado antes que existía. El alma es el espacio infinito en que transcurren nuestros días, tan basto y misterioso, que nunca terminamos de descubrirlo. La intuición de esa eterna grata sorpresa por venir, es lo que nos ata a la vida. La ignorancia de su fuerza, nos hunde en la estupidez de la desesperanza, agría, monótona, estúpida, ciega...

El vientre aguijonea de dolor en circunferencia cuando se va a abrir para que una criatura nazca. Causa estertores violentos que paralizan los brazos, que engarrotan las piernas y te obligan a crear una nueva forma de respirar que no conocías, una forma de utilizar la vista por dentro, para guiar a tu hija por el canal de parto hasta la salida, a concentrar tu energía para darle a él o ella el empujón que necesitan para respirar por fin por sí mismos. Conocer a un hijo recién parido, es abrazar un trozo puro de alma que tiene todo por descubrir. La más grandiosa de las promesas.

El dolor anuncia la vida, el dolor la precede, el dolor la acompaña y la mantiene viva. Resistirse a su daga es negarse la posibilidad de seguir descubriéndo el alma, con el universo de posibilidades que encierra. Quien se cierra al dolor se consume y aborta la promesa única de la propia existencia. El que lo descubre como anuncio de vida, no lo maldice ni se amarga; no le teme, no se agota. Una madre sabe esto porque pare muchas veces a cada uno de sus hijos y en ellos reconfirma la certeza de que, a cada punzón doloroso, le sigue una dicha deslumbrante.

Ser madre es regalar vida por partida doble, la del ser que permites se engendre en tu vientre y la propia que crece, renace y se hace nueva cada vez que se adapta a un camino diferente. Se puede ser madre de muchas distintas maneras, puedes ser madre de un hijo que enjendras, de un hijo que acoges, del amigo que consuelas, del discipulo que guías, del proyecto que creas o del sueño que conquistas.

Hay mujeres madre y hombres madre; comunidades madre; maestros madre; sufrimientos madre; situaciones madre... todo ser capaz de acoger un dolor que antecede un nacimiento creador, es capaz de engendrar vida. El que teme al dolor, lo espanta y le rehuye, se condena a sí mismo a la soledad lastimosa de la roca estéril, que tarde o temprano habrá de caer al vacío.

Ser madre es la capacidad creadora de seguir siendo tu, en el caos permante del cambio de planes, desparramando vida, gozándola plena en la certeza que, no hay más sentido que buscarle a los días, cuando se sabe disfrutar la propia existencia.

Abundancia

Ayer fue un día hermoso, completo y lleno de satisfacción. Empezó igual que hoy a las dos horas y hasta las 23:30 estuvo lleno de gratos momentos y gratas compañías... detallitos sutiles, luces de luciérnaga de esas que te hacen inmensamente felíz. Pláticas con Musas negras que te llenan la mente y te espavilan el espíritu; palabras de interés que cargan el generador de energía y hacen amar tu Sombra; los amigos de lejos que te mandan instantáneas de sus ratos felices en los mundos que exploran; los ciclos de trabajo que se cierran con gratos momentos; los ciclos de trabajo que comienzan llenos de promesas y buenos augurios; los artístas regalando belleza pa engalanar más los días; mis dolores, mi soldi, mis hijas, mis libelulas de buen presagio, mi selva, mi sol, la Vida plena y abundante derramandose copiosa por mis venas.

Ayer fue por mucho un buen día, y hoy parece ser que continua, o es que ¿cuánto dura el día?...

domingo, 19 de septiembre de 2010

Chueca

Cuando llegué a Italia, muchos factores contribuyeron a que me adaptara rápida y gustosa a mi nuevo entorno: tenía apenas dieciocho años, vivía en un invernadero y el simple hecho de tener que hablar otra legua, disponía mi mente a estar alerta y pronta a la aceptación de lo diferente.

Doce años más tarde pude regresar a Europa a vivir un rato en España y contrario a los pronósticos, mi proceso de adaptación resultó bastante más accidentado. A pesar de vivir en un sitio super bien ubicado y estar cobijada por la familia de Peter Pan, que estaba ya establecida en Madrid, a mí la madre patría me parecía demasiado austera, más “cotilla” (chismosa) de lo que hubiera deseado, seca y con las calles demasiado llenas de caca de perro.

En la calle, la gente te empujaba de frente sin disculparse y si llegabas a hacer algún comentario alusivo a su “agresión”, te miraban sobre del hombro con ojos de extrañamiento. Hablábamos el mismo idioma pero pocos me entendían, e incluso había muchos, que no sabían a ciencia cierta en qué parte del mapa se encontraba México.

Mis expectativas de lo “europeo”, cultural y civilizado, se veían frustradas una a una con estos incidentes… a primera vista claro. El choque cultural me duró más o menos mes y medio, pasado el cual dejé de comparar Madrid con mi Roma universitaria y me solté a descubrir y disfrutar todo lo bueno que la tierra del Oso y el Madroño tenían para darme. Y fue tanto que, ha sido sin temor a equivocarme, la ciudad que más extraño de entre todas las que he habitado.

Peter Pan y yo llegamos en enero del 2003 a instalarnos en un adorable estudio que Ada gentilmente nos cedió, en la esquina de Infantas y Hortaleza, a tan sólo una calle de la Gran Vía en el popularísimo barrio de Chueca. Los barrios en España, son lo que las colonias a México, pero con personalidades mucho más definidas que la gran mayoría de nuestras colonias. Mi barrio era muy conocido por ser el barrio gay de Madrid, centro en el que cada año se celebra un estruendosísimo festival del orgullo gay, al que acuden los miembros de la comunidad del arcoiris de toda España y alrededores, no dejando espacio en las calles ni para respirar.

 

Las parejas gay de mi barrio tenían siempre al menos un perro y lo traían con ellos pa´arriba y pá abajo a donde quiera que necesitaran ir, razón por la cual yo echaba el hígado cada que me topaba con una caca de perro, pues eran tantos los caninos paseantes en el barrio, que por cada cinco dueños responsables con bolsita, pasaban veinte sin ella. Aún así, la presencia canina daba un toque especial a nuestra vida en esas calles, pues siempre topabas con alguna mascota memorable, como la inolvidable Candela, una perra de raza Viejo Pastor Inglés, a la que su dueño, le pintaba mechones de color rosa o púrpura en el flequillo, que siempre movía con estilo al girar la cabeza para saludar, cuando la llamaba uno desde el otro lado de la calle. O la simpática Lola, una labrador dorada muy sociable, que siempre se paraba en dos patas al llegar al mostrador del video club, para darme un beso y estirarme la pata. Ni qué decir de los perros de Fran, un par de Rottweilers enormes con pinta de malos, malísimos, que se te echaban de panza para que les hicieras cosquillas una vez que agarraban confianza.

 

Además de perros, Chueca contaba con múltiples detalles que resaltaban su personalidad urbana y cosmopolita. Tiendas originales, plazuelas, cafés y bares abundaban en la zona. En la esquina de mi depa, había una tienda darketa en la que encontrabas desde comics hasta juegos de cubiertos de plata decorados con calaveras, tableros de ajedrez con figuras góticas, juegos de Rol de colección y hasta joyas de aspecto macabro. Tenían una bola de nieve con una réplica de Edward Scissorhands haciendo esculturas de hielo, que a mí me robaba el aliento, pero nunca pude ahorrar lo suficiente para comprarla.

Avanzando por esa misma calle, encontrabas una boutique de jabón llamada Enjabonarte, en la que estanterías de madera sin lijar, sostenían enormes jabones redondos, del tamaño de un queso gruyere o hasta más grandes, en colores que iban desde el rosa pálido hasta el negro; sacos de papas llenos de sales de baño y canastas desbordantes de bolas de espuma comprimida para baño, perfumaban el ambiente y te hacían difícil decidir cuántos gramos de jabón  de zanahoria llevar para cuidar el bronceado, cuántos de rosas con leche de almendras para suavizar el cutis ó de regaliz para quitar las manchas de sol o el paño. Todos olían delicioso y al ser absolutamente artesanales, poseían muchas propiedades benéficas para la piel o la aromaterapia. Hacer una elección y salir de ahí me llevaba horas; regresar no tanto, pues más de una vez olvidaba mi pastilla de jabón en la regadera y se deshacía en una tarde obligándome a regresar para resurtirla de inmediato.

Mi otra tienda memorable de la zona, no era una tienda en sí, sino el mostrador de mi carnicero dentro del super de la cuadra. Mi marchante de carne, era un gachupín adorable, de pinta emblemática como sacado de una película de Marisol: de unos cincuenta y tantos, tez clara más bien rojiza, nariz redondeada abotigada en la punta, pantalón negro, camisa blanca remangada hasta los codos y chaleco negro bajo un mandil limpísimo. Me veía desde que entraba y me llamaba de inmediato:
- “Acá viene la mejicana (marcando la jota e ingorando la x). Buenas tardes maja, ¿cómo va esa criatura? (refiriéndose a Sofía que estaba aún abultando mi vientre) ¿cuánto le pongo de solomillo? Tenéis que alimentaros bien, que llega la criatura y adiós sueño ! ¡ qué no se duerme más, eh? Te lo digo yo que tengo tres hijos y cinco nietos, y si encima no estáis bien alimentados, ya verás tu marido y tú cómo terminan.

El sólo preguntaba y contestaba encadenando el discurso mientras tomaba en sus manos un trozo de solomillo de ternera rojo y tierno esperando únicamente mi aprobación para filetearlo. Una sola vez tuve que explicarle de qué grueso y tamaño me gustaban los filetes y siempre lo recordó y me despachó como a mí me gustaba. Una sola vez le aclaré que yo llamaba carne molida a lo que él conocía como picada y de ahí en adelante siempre entendió mi “mejicano”. Amable, diligente y sonriente, aunque tuviera el mostrador lleno de clientes, siempre veía quien llegaba y le hacía saber que lo notaba. Creo que después de él no he vuelto a pedir la carne en ningún otro mostrador, mi adorable carnicero gachupín dejó la bandera demasiado alta y cualquier otra experiencia con despachadores me resulta frustrante. Su huella fue tal, que ahora cada vez que me topo con algún español de acento murciano cerrado, lo primero que recuerdo es el rostro rojizo sonriente de mi carnicero de Chueca.

Comer en España es garantía, así que comer en mi barrio lo era igual. Desde el bar de Santi, que quedaba frente al videoclub, al que me cruzaba cada mañana por mi café con leche y mi pincho de tortilla de “patata”, hasta "El bosque animado", donde por siete euros podía leer los versos que me ponían de mantel, mientras devoraba una crema de calabaza amarilla con curry, deliciosa. Este pequeño restaurante era un rincón literario de varios salones, decorados todos con árboles de los que en lugar de hojas verdes, pendían hojas de libros, poemas escritos a mano, citas de personajes célebres etc. Las mesas en lugar de mantel estaban tapizadas de extractos de libros clásicos y de reciente creación o hasta algunos poemas. Había que ir preparado con libreta y lápiz, pues encontrabas siempre párrafos hermosos, que valía la pena archivar. La comida era tan exquisita como el arte de las letras que decoraban el ambiente y para ser un menú de tres tiempos no era nada caro.

Ya les he contado que mi única ilusión por navidad es comer bacalao, pues les platico que vivir en Madrid fue como tener navidad todo el año. A media cuadra de mi casa había un barecito, en el que a partir de la una de la tarde, podía llegar y pedir una tosta de bacalao. La tosta es una rebanada de pan, tipo hogaza, delgada y perfectamente tostada en la que montan diferentes delicias: lomo, jamón, zarzaparrilla, sardinas y por supuesto bacalao. Lo sirven en filetes pequeños y gruesos aderezados con una especie de vinagreta y aceite de olivo extra virgen delicioso. Además es un excelente alimento, así que a pesar de estar pensado como una suerte de botana, en realidad una sola porción te aporta suficiente proteína, fósforo y carbohidratos para jalar un buen rato en el día y sentirte maravillosamente.

Botanas sustanciosas de este estilo, abundan en la gastronomía Ibérica, de modo que uno puede armarse un gran banquete sólo con entradas de distintos tipos. Cinco cuadras más hacia el centro del barrio, se encontraba otro bar que vendía pinchos tan variados que podías armar charolas enteras, sólo con ls muestra de cada uno. El Bar Santander los preparaba tan ricos, que si no llegabas rayando las doce del media  día, no podías disfrutar de los más célebres, que se acababan en menos de media hora.

La península Ibérica es célebre por su arte, su cante, sus majestuosas pinacotecas, la rica gastronomía y su gente. No hay amigos como los españoles. No importa si están contigo sólo un rato o si se quedan toda la vida, cuando un Ibérico te regala su simpatía, es fiel, solidario y sincero como el que más. En Madrid yo recibí las muestras de simpatía más maravillosas que hubiese podido imaginar. También fui testigo de otras.

Cuando el invierno llegó, una amiga de Ada, que apenas conocía, me llevó un abrigo precioso y los suficientemente grande, para que la panza se abrigara con el paso de los meses, y no era cualquier abrigo, les aseguro, por el contrario más bien era de los que no prestarías a nadie, menos a una mejicanita desconocida. Cuando la beba nació nos llegaron regalos de toda índole y a veces de quien menos lo esperabas: Carriolas (dos), ropa, muñecos y dulces. Mimos adorables por lo que eran y por lo inesperado de su llegada.

Una noche, un amigo nuestro mexicano, se quedó a cenar con nosotros y salió de madrugada hacia su casa, que quedaba a cinco cuadras. En el trayecto unos yonkies lo asaltaron y lo golpearon, dejándolo tirado en el piso. Un chico madrileño que pasaba por ahí, cruzó la calle, lo levantó y caminó con él de regreso hasta nuestra casa, pues los yonkies le habían dejado sin llaves. Como Peter Pan y yo estabamos ya dormidos, les llevó veinte minutos tocar y gritar hasta que los escuchamos, y el desconocido ahí se quedó con mi amigo hasta cerciorarse de que había entrado a la casa. No recordamos su nombre y nunca lo volvimos a ver, pero está claro que ese tipo de molestias, no se las toma cualquiera.

Los horarios de trabajo que nos tocaban en el video club eran extendidos, para poder dar el servicio en los tiempos de esparcimiento de la gente de calle. No nos quedaba mucho tiempo para los trámites personales y menos para distraernos. Ada estaba a cargo, así que para ella menos tiempo. Pues yo ví varias veces, llegar al club a sus amigos después de "currar" diez horas, a cubrirnos en mostrador para que Ada y yo pudiésemos salir de paseo algunas horas. Se aprendieron el proceso de cobro y registro  y ahí estaban, con su mejor cara, cubriendo nuestro trabajo, después del suyo, para regalarnos un rato de ocio. Yo no sé ustedes, pero eso no lo había visto en mi vida. El dicho dice "es tu perro y tu lo bañas" y como mucho te mando buena vibra, pero hasta ahí.

Habrá quienes dirán que tuve suerte, que así no es la generalidad de Madrid, que seguro les caímos en gracia... puede ser, pero para mi gusto, los madrileños están hechos de buena madera y siempre será un gusto recordarlos.




miércoles, 15 de septiembre de 2010

¡Feliz Bicentenario!

El clima parece indicar que estamos deprimidos. Muchos de mis amigos apenas están pensando qué harán para festejar hoy, yo lo había olvidado y al parecer mi municipio también... Unos tristes adornos de escarcha decoran el Palacio municipal y eso es todo.

Las primeras planas de los períodicos locales han dedicado toda la semana a las notas acostumbradas: Narcos, asesinatos, secuestros, robos, alza en la gasolina, desempleo, funcionarios ineptos, funcionarios corruptos, funcionarios dormidos, funcionarios tweeteando...

Las cadenas de mails alusivas a la fecha, sólo invitan a reflexionar sobre todo lo que nos falta, lo que no hemos hecho, lo que hemos permitido para que el balance de estos doscientos años de Independencia y cien desde la revolución, salga en horripilantes números rojos, chorreando sangre. No traemos ánimo de fiesta, ni siquiera los dueños de los bares hicieron la promoción esperada, parece que les da pena invitar a celebrar este puente. El gobierno federal hace festejos, pero recomienda seguirlos por Internet... deslucido el asunto.

Y yo que viendo la alaraca que armaron los argentinos hace unos meses, me esperaba una gran pachanga tipo boda de pueblo con pre-fiesta, fiestón y tornaboda... Me da pena que mi botella de Don Julio se vaya a seguir llenando de polvo porque el ambiente no invita a calentarse con un buen tequilazo a la salud de mi pueblo. Pero como soy muy borracha, algo se me tiene que ocurrir para encender este asunto. ¡Hay que brindar por algo caramba! y creo que sí puedo encontrar los motivos.

En estos cuatro días me voy a olvidar de los Calderones y los Cárstens; de los Peña Nietos y los Pejes; del Contador y La Barbie; de mi último episodio de soborno a un agente de tránsito y el bulto de basura que no clasifiqué. Le voy a poner una venda a la herida supurante de mi país, que usualmente me punza hasta quitar el sueño, para traer a mi mente todas las cosas hermosas acumuladas a lo largo de estos dos siglos y así tener razones de brindar y lanzar fuegos artíficiales.

Voy a brindar por cada una de las estrellas que iluminan mi Bicentenario, las que iluminan el tiempo de México desde mi perspectiva y que veo más o menos así:


Motivos para brindar

En mí México Bicentenario voy a brindar por Sor Juana y sus experimentos con harina en la cocina del claustro; por Benito andando el camino descalzo de su choza al colegio Jesuita; voy a brindar por los arquitectos que diseñaron El Café de Tacuba y por los albañiles que aplicaron cada uno de los mosaicos en los muros, para hacerme soñar mientras comía mis huevos motuleños contémplandolos.



Se me antoja apurar un sorbo de Tequila por Arturo de Cordova y sus intensidades melodrámaticas que rayaban la locura, por Luis Aguilar y su galanura, por los ojos de agua de Pedro Arméndaríz y el misterioso semblante del Indio Fernández... Voy a servirme una banderita con una Sangrita bien picosa, para que me entren más ondo las letras de José Alfredo, los remolinos de Vicente Revueltas, el llanto cantante de la inólvidable Chavela y las caricias mimosas de Manzanero. Quiero que se me caliente el alma para que mis barreras se caigan al golpe que rasga de la voz de Vicente, del Cucurrucucú de la gran Lola o el helado dolido grito juarénse del Juanga...

Voy a brindar por las letras transparentes de Octavio, las provocadoras líneas de Fuentes, la crítica ácida de Monsivais y las charlas sabrosas leídas en las columnas de Dehesa. Me voy a acurrucar al calor de las historias de amor de Mastretta, de los olorosos relatos de Laura Esquivel, que provoca todos los sentidos. Voy a romper esquemas con Sara Sefcovich y a recorrer las calles del DF de la mano paciente y detallada de Elena Poniatovska, protegida a la sombra del Angel.

Voy a brindar por la pregunta valiente de Denise Maerker, la exquisita sensibilidad artística de Jacobo -aunque reporteé como si no interesara-, la cálida crónica enamorada de Cristina Pacheco, tan soñadora e ingenua que siempre conmueve. Un copa bien llena es la que alzo para brindar por la valentía de una pieza de Carmen Arístegui, esté de acuerdo con ella o no, y por la femenina coquetería de la Micha.

Voy a enseñar a bailar a mis hijas como hace Resortes y a imaginarme que viene el "Pachuco" a enseñarme a hacer Mambo; voy a torear los problemas cantinfleando como mi adorado Mimo y aprenderé a ser la vieja más joven mientras levanto la copa por Joaquín Pardavé. Voy a brindar por los reyes del pueblo, nuestro Pedro y Jorge, que siempre fueron tipos de cuidado.

Brindaré por los muros sangrantes de Orozco y Siqueiros, la genial brocha de Diego, el dolor alucinante de Frida, los lienzos etéreos de Remedios, los legendarios amores de Dolores Olmedo y sus mágicas casas...


Voy a brindar por las sombras en la voz de Javier Solís, la luz en la lente de Gabriel Figueroa, el brillo de plata en la capa del Santo.

Brindo por Consuelito y su anhelo de besos, por Agustín y su María Bonita, por las musas de Buñuel, que lo entretuvieron en México, por Mauricio y sus modas para señoras...



Por la caricatura de Riu, por el desparpajo de Tucita, por la mansa bravura de Eulalio, y el genio creador de Reygadas.



Brindo por las pesadillas de Del Toro, los cuentos de Cuarón, los relatos de pueblo de Carrera; por la plasticidad funcional de José Villagrán y el colorido minimalista de Barragán.



Voy a brindar por todos los mexicanos que me llenan de orgullo, que son muchos. Voy a brindar por todos los mexicanos que crean, que transforman, que gastan sus días sembrando. Con ellos bordo mi manto de estrellas y me alcanza para iluminar las sombras, que los que no hicimos nada, dejamos extenderse estos doscientos años. Me alcanzan y sobran pa´festejar todo el año y a tí?  Estoy segura que también. ¡Felicidades!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Desvelados

Pasar una noche en vela charlando con un buen amigo, disfrutando un buen vino y buena música, es en sí misma una experiencia placentera. Lo es también aplazar las horas de sueño cuando se arma una buena fiesta y puedes bailar con la luna toda la noche y dar la bienvenida al sol entre copas y chistes. Lo curioso es que, los efectos de este tipo de desvelos resulten también placenteros.

Es muy probable que me encuentre sola en esta afirmación, ya que lo común tras una noche de parranda, del tipo que sea, es pedir perdón al día siguiente por todos nuestros excesos y prometer sobre el fuego no volver a hacerlo. Así que, con la certeza de que mi declaración confirmará mi fama de alien inadaptado, les confieso que yo disfruto mucho las mañanas que siguen a una noche de grato desvelo voluntario.

Dados mis horarios de trabajo y obligaciones de madre de dos pequeñajas llenas de energía, sigo “en vivo”, como decimos acá, todas mis actividades después de la fiesta. Sólo un baño un poco más prolongado de lo usual marca la diferencia entre un arranque de mañana normal y uno que sigue a la juerga. Mi estado de ánimo y mental mientras sigo mi programa de actividades, es sin embargo muy diferente; ejecutar cada acción en cámara lenta le da tiempo a mi mente de apreciar y descubrir detalles que en la velocidad habitual pasan desapercibidos, transformando la rutina de mis días en una vivencia renovadora. Me gusta pensar que es como si diera “restart” a mi vida y todo en ella arrancara con nuevo impulso y mayor orden. Aún cuando los hechos en sí no cambian y las variables se mantienen, de pronto parece que los problemas no son tan abrumadores, ni los trabajos tan trabajosos.

Es muy probable que yo lo mal entienda y esta frescura post desvelo, no se deba al desvelo en sí sino al buen rato que lo propicio; me pasa a menudo eso de equivocarme e importa poco. Mucho importa sin embargo, aprender a descubrir esos placeres que le renuevan a uno la vista, la mente y la vida para procurarles siempre un rato en la agenda. Cada uno tiene su modo  de refrescarse y por lo general es simple propiciarlos.

Caer en la trampa de saltarnos los ratos de esparcimiento bajo pretexto de tener demasiado trabajo, demasiados problemas o abrumantes preocupaciones sólo contribuye a volverlo todo mucho más confuso y pesado de lo que en realidad es. Regalarse un buen rato en cambio, pone todas nuestras penas en perspectiva y nos ayuda a descubrir que el panorama general de nuestra historia, la famosa “big Picture”, es mucho más hermosa y divertida de lo que nos habíamos percatado.

Así que ya saben tan sagrado como el tiempo de trabajo, es el tiempo de relajo.


jueves, 9 de septiembre de 2010

Mujer hiedra

Anoche sentí tanto y tan intenso, que hoy desperté incapaz de sentir nada más que un dolor intenso en mis entrañas...como si hubiera hecho mil abdominales de tirón.



"Nuestra vida es tan intensa que cada hora vale por un año" dice Massimo Mastretti.



Es agotador pero promesa ser así, se echa y se recibe mucha energía, aunque haya ratos de vacío.



Mi intensa noche estuvo acompañada por un intenso sueño, con magníficos claro-oscuros, que iba más o menos así:



Ví cómo una mujer muy parecida a mí, encontraba un sauce llorón fuera de lugar, dentro un bosque rodeado de pinos altos y esbeltos. Aquel frondoso árbol de tupidas ramas, dejando caer el aguacero verde de sus hojas hasta el suelo, sobresalía y atraía a los paseantes con un indescriptible húmedo magnetismo.



La mujer se dejó arrastrar por su fuerza hasta estrellar su pecho contra su tronco áspero, rugoso y fortísimo. Sus pechos se acomodaron entre el grabado estriado de la corteza, despertando con placer a su caricia de lija. El vientre y las piernas comenzaron a sangrar por el impacto cortante de la atracción. El ardor le subió por la piel hasta humedecer sus ojos. La gravedad reclamó su primacía y le hizo caer de golpe, a un suelo suave, fresco y húmedo, tapizado por las muchas hojas que esos días había llorado el sauce. Se hizo un colchón con ellas para descansar y el árbol la cubrió con llanto, para que no pasara frío.

El viento vibraba entre las hojas del gigante y lo escuché cantar toda la noche al ritmo del clima que variaba conforme avanzaba la luna hacia el sol. Melodías vivaces para las horas cálidas; melodías inquietantes para las horas templadas; dulces, en los ratos más fríos de la madrugada.



La mujer se quedó dormida al arrullo de la música y cuando despertó, una trenza de ramas tiernas, le ataba por la muñeca izquierda a uno de los brazos bajos del captor. Era lo suficientemente larga para permitirle explorar los alrededores y lo suficientemente corta para que no pudiera perderla de vista. Las heridas en su piel sanaban cubiertas de costras abultadas, reproduciendo la trama de la corteza del sauce, marcándola como si le perteneciera.

El atado simulaba un brazalete y el enorme árbol, lo había adornado con flores violetas para embellecer su brazo; pero algunas de las ramas tenían espinas y la pinchaban al moverse, haciendo brotar perlas rojas de su piel, que le resbalaban por la mano en diminutos ríos que se cruzaban y se fundían unos con otros, hasta tatuar una telaraña a medio tejer, por encima de los dedos.

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El sauce y la mujer se fueron descubriendo de a poco el uno en el otro, hasta lograr comunicarse con el pensamiento.



Algunas veces mientras la chica magnética recorría los alrededores del bosque, recolectando semillas y descubriendo las riquezas de aquella tierra, una sombra la traspasaba haciéndola estremecer hasta la médula. La vista se le nublaba y el interés por lo que hacía tornaba en ansías por regresar a su cama de hojas, cerca del tronco del árbol que la tenía ataa a sí.

Desandaba sus pasos con prisa, conteniendo el aire hasta que sentía la brisa húmeda con la que el sauce le acariciaba la piel.

Respiraba profundo en cuanto encontraba aquel abrazo mojado de hojas verdes y su cuerpo dejaba de temblar por fin. Siempre escondía la cara para que el milenario criminal no pudiera disfrutar los efectos de su seducción, pero se le sentaba muy cerca de la base del tronco, para sentir la corteza afilada herir su espalda.



Conforme pasaron los días, un surco se formó en la parte baja de ésta, hasta que su cuerpo se hizo uno con el tronco del árbol; ya no lograba diferenciar qué parte era suya y que parte era él y cada vez se le volvía más difícil separarse de su lado. Una noche despertó presa del pánico, se miró a sí misma tratando de reconocerse pero la oscuridad de la noche le hacía imposible ver sus extremidades… se llevó las manos a los pies para recordar cómo eran, y los encontró tan cubiertos de tierra, lodo y hojas, que con trabajo se distinguía su forma humana. Lo mismo pasaba con el resto de sus piernas, sus nalgas, la espalda surcada, las manos llenas de hiedra y costras, los brazos cubiertos de enredadera. Una piedra filosa estaba al alcance de su mano y con determinación la tomó y empezó a frotarla contra la trenza de ramas que le ataba al Sauce hasta liberarse. Corrió despavorida por el bosque tratando de encontrar alguna ruta que la llevara de regreso al mundo de los hombres.



Un intenso gemido de dolor estremeció el bosque y el viento fortísimo empezó a soplar haciendo sonar cada una de las hojas del intenso follaje del árbol captor. La lodosa fugitiva sintió un pinchazo en las caderas y empezó a elevarse entre ramas y hojas que la arrastraban por el aire de regreso al centro del bosque con increíble fuerza. Agitaba las piernas simulando correr, en un desesperado esfuerzo por volver a ser libre mientras un llanto angustioso rompía su pecho, contrastando con la cálida exitación que burbujeaba en su vientre al contacto del áspero abrazo ya conocido.



Todo el follaje del sauce se hizo un nido para abrazarla, estrujando su informe cuerpo contra el mero núcleo de vida de aquella bestia verde, aprisionándola hasta quitarle el aliento, traspasando toda su piel con punzantes aguijones que hicieron que savia y sangre fueran una.

Las hojas del sauce se tiñeron de negro y el centro de su tronco, de copa a base, se quedó marcado de borgoña. La melodía de sus ramas se hizo un sensualísimo jazz inmutable y a los pies de su raíz más voluptuosa, apareció un durísimo trozo de corteza, con forma de mujer.



 

lunes, 6 de septiembre de 2010

Musa negra

Yo tuve claro que lo que quería hacer en la vida era escribir, más o menos un mes después de dejar el convento, mientras acompañaba a mi madre en una de sus visitas al hospital. Pero fue hasta hace unos cuatro meses, que conseguí romper el pánico escénico y soltarme a crear con la pluma; para ser precisos, unos treinta minutos después de terminar de leer “El Pibe que arruinaba las fotos” de Hernán Casciari comencé la primera entrada de este diario.



Desde entonces, mi pluma no paró hasta que hace dos semanas,  le llegó la sequía creativa. Cuando logras encontrar los medios para expresar tu alma, descubrirte de nuevo torpe y sin chispa para utilizarlos, si bien no causa angustia, lo deja a uno con una sensación inconforme de estar perdiendo el tiempo. No es lo mismo pasar tres noches sin dormir creando, que pasarlas tratando de crear sin conseguirlo. Son estos momentos de infertilidad los que nos fuerzan a reinventarnos, incrementan la paciencia y hacen voltear nuestra mirada hacia las musas.

Las musas andan flotando siempre en el aire, pero si no sabes descubrirlas con la mirada adecuada, no te regalan sus chispas de inspiración. Hay que saber cortejar y complacer a las veleidosas diosas del arte para recibir sus dones. Algunas veces hasta habrá que rogar su intercesión para que cedan, pero nunca hay que albergar duda ni desesperanza, más pronto que tarde, la creatividad despierta y la vida sigue fluyendo en nuestras obras.

Anoche mi musa apareció por fin en medio de mi habitación a eso de las tres de la mañana. Venía vestida de negro, me despertó con un susurro suavísimo y antes de incorporarme para saludarla, me pidió que por favor fuera paciente y guardara silencio. Una lucecilla blanca, pálida y casi agonizante cintilaba entre sus manos, pero sólo me la descubrió cien segundos más tarde. Me invitó a seguirla en un recorrido gótico por pasajes de ultratumba, en los que masas de oscuridad nos absorbían y expulsaban de nuevo al sentir la luz que mi musa portaba en las manos. El negrísimo camino fluía tan suavemente, que nunca apoyé mis pies en el piso, flotando iba tras ella dejándome sorprender por los contrastes que el trayecto sacaba a mi encuentro.

Nunca la oscuridad fue tan negra ni la luz tan blanca y no bien terminó el recorrido la musa se esfumó. Me dejó de nuevo en mi cama, exhausta por los contrastes de nuestro encuentro y me dormí tranquila por primera vez en cuatro noches.

Desperté tres horas más tarde apenas con tiempo para ducharme y correr al trabajo. Al saltar de la cama, me sentí de nuevo liviana, la carga de la inconformidad que arrastraba los últimos días, ya no me era lastre y una cosquillita en el pecho me robaba la sonrisa. Las manos andan inquietas y vamos a dejarlas ser, a ver ahora con qué mafufada salen.

La mirada ágil, el oido atento, nunca sabes tras qué sombra la musa te espera.




miércoles, 1 de septiembre de 2010

Matita

Hablar de toros en plena era ecológica es un peligro que voy a tener que correr. No deseo ofender a ninguno de mis muy queridos amigos ambientalistas. Les quiero, los respeto y los apoyo siempre que puedo.

No uso ningún aerosol, soy cuidadosa en el consumo de energía y meticulosa en el cuidado del agua; jamás tiro basura en la calle y recojo la que me es humanamente posible. Mis hijas están siendo educadas en el respeto por los seres vivos, llámense humanos, animales o plantas. Reciclo todo lo que puedo y uso bolsas de basura y detergente ecológico. Mi pecado ambientalista es que soy taurina.

Aprendí a caminar yendo de la cama de mi tía Elsa al poster de Curro Rivera, que tenía colgado en la puerta de su habitación. Me he leído todas las anécdotas taurinas de Luis Miguel Dominguín y mi recuerdo de adolescencia más impactante, es el que me dejaron los Forcados de Salamanca, el día que Nidia me invitó a verlos.

La última vez que lloré fue un domingo hace más o menos año y medio, viendo a Ponce hacerse uno con su bestia en la México, mientras las palabras de Heminway se agolpaban en mi cabeza:

"El individuo, el gran artista, cuando aparece, emplea todo lo que han descubierto los otros o lo que se ha llegado a saber en los dominios de su arte hasta que aparece él. Es capaz de aceptar o rechazar un sinnúmero de cosas en un lapso de tiempo tan corto, que parece que su conocimiento ha nacido con él y no hace más que tomar instantáneamente lo que un hombre ordinario necesitaría toda una vida para aprender"
Muerte en la tarde- Ernest Heminway
Cuando hace ya más de diez años, acompañé a la tía Angelina al departamento de su hermano recién fallecido para recoger unos papeles, sólo note una serie de grabados en carboncillo que se extendían a lo largo del corredor recreando una faena completa. No me pregunten dónde estaba el apartamento, ni de qué color eran los muros, no recuerdo nada más que los grabados reproduciendo en trazos grises el duelo solemne de toro y torero.

Tuve una casera en México, a la que cada vez que se le pagaba la renta, había que hacerle una visita de al menos una hora. Mis compañeras de piso, veinteañeras de intensa vida social, le huían a la tarea. A mí no me importaba hacerlo porque Rosita era una interesantísima mujer que había tejido su historia entre tardes de toros.

Fue la primer cronista taurina mujer en México, si no es que la única. Guardaba en gruesos álbumes, toda la hemeroteca de sus crónicas taurinas publicadas en el Ovaciones por varias décadas, amén de infinidad de fotos con todas las figuras del toreo de su época, empresarios, apoderados y ganaderos.

Mes tras mes tenía una historia diferente que contar y cada vez que le presentábamos alguna solicitud de mantenimiento para el edificio, nos sacaba la vuelta con una “verónica” bien perfilada para cambiar el tema de conversación:

- Oye mijita, ¿te he enseñado la foto que tengo con tu paisano Francisco Doddoli?- me decía invitándome a pasar mientras buscaba el álbum con la foto- Empezaba de novillero cuando yo ya iba de salida – y así se seguía con mil historias y del mantenimiento, nada…

Por esas casualidades que tiene la vida, años después me encontré en otra ciudad con un sobrino nieto suyo, que era presidente de un club social al que yo me uní y por puras conjeturas descubrimos que su tía había sido mi casera.

La demanda de muchos ambientalistas para poner fin al espectáculo taurino, bajo la premisa de crueldad innesaria contra los animales, se ha introducido en juzgados de todo el mundo, anotándose su primer victoria hace un mes en Cataluña, donde el fallo de la corte apoyó a los ambientalistas prohibiendo el espectáculo taurino. Dicen las malas lenguas, que fue más por el peso de lo poco rentables que se están volviendo las corridas de toros y los argumentos nacionalistas que rechazan la “tradición española” como propia, más que por verdadera conmisericordia por los animales, lo que inclinó la balanza. El hecho es que estamos presenciando el principio del fin de la fiesta brava. Todo cumple sus ciclos.

Yo mantengo mi postura: Pedirle al toro permiso de medir nuestra fuerza y bravura con la de él en un enfretamiento a muerte, me parece mucho más digno que matarlo en rastros modernos, con pistola de inyección de aire para que no “sufra”.

Más allá de la sangre y la arena, vistos simplistamente como burda tortura, el arte taurino envuelve una profunda admiración por la fuerza del toro que embiste y con cada pase nos brinda la posibilidad de aprender a lidiar la faena de la vida. El toro batiéndose a muerte con su torero nos habla de valentía, de honor, de fuerza, ingenio, pasión, belleza y sutileza. Detalles bordados, como las luces del traje que viste el torero. Detalles que no se observan en ninguno de los otros espectáculos crueles que se dan en el mundo y que curiosamente, son mucho menos atacados, a pesar de ser por naturaleza mucho más grotescos y morbosos.

Cuando episodios de cobardía y parálisis de la voluntad han llegado a mi vida, la fiesta brava me permite redescubrir la mágica sensación de plantarle cara a la prueba, apreciar su presencia y crecerte ante ella.

Las manos del Zotoluco acariciando el testud del toro, en ese íntimo gesto de agradecimiento y perdón tan suyo, me recuerdan siempre que las dificultades deben aprovecharse para hacernos  más grandes y reconociéndo la fortuna trágica que representan en la vida, hacer las paces con ellas sólo para matarlas.

Los toros bravos son homenajeados con Indultos, vuelta al ruedo o arrastre lento. El arrastre lento es mi homenaje favorito, porque me da la prueba de que fue un combate de igual a igual: Bravura de toro y arte del torero.

Los hombres de toros son casi siempre, personajes fantásticos, que beben de sus días en la fiesta taurina, este maravilloso gusto por disfrutar la vida, acariciar las pruebas, plantarle cara a la adversidad y danzar con la tragedia.

Distan mucho de ser cavernícolas crueles, por el contrario, llevan sus pasos con garbo exquisito. Yo conozco a uno que se ha pasado su vida en ello y sólo transmite pasión por vivir y lozanía... de hecho, pasa los años convirtiéndose en cada vez más lozano y vivaracho.

 Yo me pregunto. En este mundo de creciente cobardía ¿qué tiene de bárbaro pedirle a una bestia que nos enseñe tanto de la vida?

¿ Verdad que sí, Matita?