"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



domingo, 29 de agosto de 2010

Narcisa, llegó la hora

La mezcla de culpa, baja autoestima, torpeza y pereza que han convivido por años en mi persona, han sido en parte las causas de mi constante problema de imagen. Dependiendo de las etapas que he atravesado en la vida mi look ha sido lastimero unas veces, grotesco otras, dejado en el mejor de los casos.

La ayuda externa para sacarme de este letargo de descuido de mi imagen, jamás ha faltado: Mi padre me regalaba peines, Ojos de Miel me rogaba que me peinara, mamá Lince me regalaba minifaldas; las monjas me mandaron a clases de peinado con estilistas de Jalisco, México, Monterrey, Italia y hasta Suiza… Tomé curso de cepillo y secadora uno, dos, tres, cuatro y cinco sin resultado alguno…

 Ciberdor me acompañó de compras mil veces tratando de inculcarme estilo; Vero de plano me seleccionaba la ropa; la Vikina me decía antes de salir a cualquier antro, qué me iba bien y qué no; Gandalla me consiguió una doble cinematográfica para que tomara ideas; Peter Pan y Ada me regalaban ropa sólo en colores que resaltaran mis ojos; mis mágicas amigas maquillistas ultrafemmas, a fuerza de tenacidad y paciencia, lograron cierta mejoría. Quien mejor contribuyó a la causa fue el original Shiu, que al ver mi falta de habilidad y disciplina, optó por conseguirme un gran estilista, que a fuerza de buen corte de pelo y color, me diera algo de estilo…

Anoche recordé con un amigo una anécdota de adolescencia que me hizo poner en perspectiva dos cosas que posiblemente se conviertan en la clave para llegar a mis 38 habiendo logrado por fin lucir atractiva.

La primera, que este mal hábito de descuido en lo que proyecto, se originó por un dolor muy hondo que me robaba el cariño por mi misma y dado que ese dolor ya ha desaparecido, no tengo por qué seguir cargando con su efecto.

La segunda, que una muy buena forma de darle importancia a las tareas cotidianas, es ritualizarlas. Ya lo había pensado cuando, leyendo a Casciari y su ritual de cebar mate al disponerse a escribir, me iluminó la mente a cerca de lo adorables que pueden volverse los detalles que uno aplica a al realizar las tareas que ama. Poner armonía entre lo mucho que he aprendido a disfrutar mi ser, mi vida y la imagen que proyecto, debe ser sin lugar a duda, el ritual más amado de los muchos que se dan cita en mi jornada diaria.

Al igual que cuando uno cocina, no es la cantidad de condimentos que se añaden lo que hace un buen plato, sino la armonía y el detalle al congregarlos. Una fritata de tomate, sin cebolla acitronada, preparada con todo el fuego y aceite de cármamo, puede parecer igual a una hecha con suficiente cebolla bien picada, a fuego lento y con aceite de olivo, pero al probarla, son dos mundos opuestos. Los ingredientes parecen casi los mismos, pero el detalle en el aceite y el proceso, convierten el resultado en algo  soso o algo delicioso.

Mientras trabajé en Cartier, disfruté mucho atendiendo a los clientes Japoneses que llegaban a la boutique. Eran sin lugar a dudas mis favoritos sobre todos y no porque compraran enormes sumas en joyas y relojes. Eran los mejores porque yo sabía que eran los que mayor cuidado pondrían en el uso de las creaciones que elegían para sí. Los habitantes de la isla del sol poniente, entendían perfectamente la diferencia entre una joya y un reloj de precisión todo terreno… por eso nunca los veías aparecer con los reclamos comunes de muchos otros clientes tales como:

- Señorita se me cayó mi reloj del buró y se le rompió el cabuchón de zafiro de la corona.

- ¡Oigame uste! Me gasté tres mil dolares en este reloj y a la primera andada en la moto se pringó todo el caucho blanco y ya no se quita

- Su mugre pluma mal hecha, la agarre con las manos llenas de maquillaje y ya se quedo marcada… tanto dinero para nada

- Será posible que compré este dije de oro ayer y ya se me rayó todo sólo porque lo combiné con uno de Diamantes… ¿Qué no se supone que es dieciocho kilates?

Había que tomar aire… Harto aire para no soltar la lengua diciendo lo que uno pensaba, de lo contrario nuestras no profesionales respuestas hubieran sido:

- Señor, los Zafiros no se dejan caer y menos los relojes Cartier que son joyas exquisitas para ser tratadas con cuidado. Si necesita una Hummer hecha reloj pa´ andar dando tumbos como le gusta, ¡vaya a por un Rolex viejo ignorante!

- El caucho blanco, es poroso señor… Aprenda a distinguir entre un diseño de apariencia deportiva y un reloj deportivo de verdad. ¡Por supuesto que no se le quita la mancha de barro del brazalete! ¡Que no ve que a uste no se le quita del cerebro… farol sin criterio!!!

- Las plumas Bic son resistentes al maquillaje y no saben fallar. Mejor ir a la segura en estas cosas no cree?

- El diamante es la piedra con mayor dureza señora, por eso es pa toda la vida…. El oro mientras más puro más blando. Además ¿quién le dijo que ese dije de diamantes se ve chulo encimado al de oro liso en una misma cadena? ¡Vieja piñata!

Pero no se espanten… jamás contestábamos sin tomar aire. Así que nuestras elegantísimas respuestas eran siempre:

- Lamento mucho su accidente Señor Jiménez… Debimos ser precisos en las especificaciones de cuidado de un reloj joya como éste, que tan bien refleja su elegancia. Permítame ayudarle para programar la reparación de su hermoso reloj, ya que como sabe, la garantía no aplica para accidentes externos. Siempre es un gusto saludarle- enorme sonrisa tierna para cerrar.

- Contamos con una espuma limpiadora para el brazalete de caucho blanco. Permítame aplicarla yo misma para limpiar su reloj. Esta diseñada especialmente para el mantenimiento de este material. En caso de no desaparecer, posiblemente el barro de la pista estaba mezclado con algún químico radioactivo. Ojalá tengamos suerte, de lo contrario el brazalete nuevo cuesta 600 usd – Cara de solidaria preocupación y espuma en la mano lista para operación simulada.

- ¡Que pena señora López! Ya hemos solicitado a la Casa Cartier que hagan las joyas en oro 14kt, que es menos valioso pero mucho más resistente a rayones. ¡Nunca nos hacen caso! Mientras tanto puedo programarle el pulido de su dije u ofrecerle un cambio por éste otro hermoso diseño, que ya tiene los diamantes engastados y cuesta el triple. ¡Se le vería divino!

El cliente japonés demandaba un servicio más largo a la hora de seleccionar la pieza, pues hasta no estar completamente convencido de que lucía adecuadamente, no finiquitaba la compra. Probaban sus plumas firmando parados, firmando sentados, sacándola del bolsillo en la orientación correcta; incluso se tomaban fotos para tener idea de cómo lucían manipulando sus piezas. Era gracioso seguir el ritual, pero te quedabas siempre tranquilo pues no recibirías reclamos insensatos más tarde por problemas por maltrato. Su cultura del honor se traspone al cuidado de todo lo que usan, que es considerado como extensión de sí mismos y reflejo de el legendario honor nipón.

Nada que pretenda ser bello, puede crearse con prisa. El tiempo y dedicación que se destinan a cada tarea marcan el amor y detalle con que las realizamos. Por lo tanto está claro, tendré que madrugar más para poder arreglarme con calma, estudiarme en el espejo y caminar sin prisa… ahora que ya me quiero, con suerte lo logro.



domingo, 22 de agosto de 2010

Casanova

El juego de la seducción puede ser riesgoso y truculento para una idealista come libros como esta Chiu, especialmente si la casualidad la pone frente a un ladrón de corazones, de esos que se llevan tu alma con la pura mirada. No hay tiempo para defenderse, ni siquiera para dar batalla; por sorpresa cruza sus ojos con los de uno y se lo lleva todo. Como diría Fito Páez “Te ví, te ví, te ví… yo no buscaba a nadie y te ví”.

El peligro no reside tanto en el robo sorpresivo, sino en que los ladrones de corazones, son seductores profesionales que cazan por placer. Ningún goce se compara al de confirmar una y mil veces, su capacidad de conquista irreductible. Incluso llegan a hacer creer a sus víctimas que las dejan libres, sólo para contraatacar y reproducir su victoria varias veces.

Nunca se quedan, pero jamás se van; marcan su territorio con fuego y se valen de innumerables argucias para mantener su presencia en el corazón que se apropian, aunque anden a la caza de otros tantos.

La idea de verse presa de esta especie de esclavitud afectiva, suena odiosa, denigrante incluso para el independientísimo ánimo femenino moderno; sin embargo quienes lo hemos vivido, coincidimos en que es una experiencia con más placeres que sufrimientos, aún cuando la fugacidad de la misma nos deje deshechas por semanas.

 No en balde los grandes seductores de la historia se volvieron legendarios. Y es que el robacorazones no es un bribón vulgar que conquista y se va con afán de burlarse o humillar. El auténtico Casanova es un artista muy pagado de sí mismo, que toma gran esmero en cincelar su retrato en el alma de sus seducidas, de suerte que siempre resulte un gusto contemplarlo.

Elige con cuidado a sus víctimas cerciorándose de que posean las cualidades necesarias para que su reflejo en ellas, tenga el brillo que su genio amerita.

La contempla, la estudia y la entiende para no usar con cada una sino las palabras que harán eco en su ser. Odia las frases hechas y huye de las generalidades; lo suyo es el detalle exquisitamente personal, a medida, único. Su lenguaje es la mirada, pues sólo en la luz de los ojos puede saber si sus mensajes son recibidos como él desea.



El seductor se va y deja corazones rotos, ulceras o incluso cuadros graves de colitis nerviosa; el seductor se va y las horas son muy largas en su ausencia; el ladrón se marcha y duele no poder atraparlo, pero deja la satisfacción de haber merecido ese instante de magia a su lado, finalmente se tomó la molestia de hacerlo inolvidable.

Hace años una amiga muy querida cayó en las redes de uno de estos personajes y yo lo odiaba por lo que le había hecho a mi niña querida. Ella por el contrario, siempre sonreía cuando hablaba de él y me decía:

- Sólo vas a entender, cuando tengas la suerte de ser absolutamente seducida.

- ¿Suerte? – le contestaba yo siempre indignada – Ese bicho te secó el cerebro también y por eso lo llamas suerte



Unos ocho años después de ese evento, me estaba tomando una copa con una amiga en un bar. En la mesa estaban varios amigos de ella a los que yo no había puesto particular atención, cuando de repente, lo ví, me vió, me atrapó y me regaló muchos buenos ratos. Meses después se marchó y yo tomé el teléfono para marcarle a mi vieja amiga:



- Tenías razón – me escuchó decir al otro lado del auricular- ya me tocó la suerte de ser seducida y estoy llorando a mares.



- No te preocupes – me contestó entre risas- el dolor se olvida pero la experiencia nunca.



"No te llamo mío, comprendo que jamás lo fuiste, y por eso me siento castigada duramente, por haberme asido a esa idea como a mi única alegría. Pero te llamo mío, mi seductor, mi embaucador, mi enemigo, motivo de mi desventura, sepulcro de mi dicha, abismo de mi desdicha".



(DIARIO DE UN SEDUCTOR, Sören Kierkegaard)








jueves, 19 de agosto de 2010

Envejece el cuerpo, rejuvenece el alma

Dice el refrán que los años no pasan en balde y a mí el último año se me vinieron todos encima como balde de agua fría. Al parecer, someterme a un ritmo de trabajo y exigencia al que no estaba habituada, surfeando a la vez en las olas de la crisis económica me cuartearon bastante la piel y tornaron mis órganos más sensibles de lo que solían ser.

Recuerdo que en mis años de convento nos servían cajitas de Nutella todos los domingos en el desayuno. Era una forma de marcar ese día, desde las primeras horas de la mañana, como la jornada especial que se pretendía fuera. No volveríamos a oler la deliciosa crema de avellana hasta la siguiente semana y eso para una jovencilla golosa como yo, era demasiado tiempo. Por eso la gula me ganaba y llegaba a untar hasta tres cajitas de Nutella a mi pan en una sentada.

A una de las directoras del internado, le causaba mucha gracia verme devorar panes con chocolate; como no se podía hablar duante el desayuno, no me decía nada, pero si coincidíamos en la mesa, me regalaba la mitad de su cajita siempre. Una mañana, ya estando en el tiempo de recreo, donde sí se podía hablar, me preguntó:
- ¿No te duele el estomago de comer tanta crema de avellana?
- Claro que no- le contestaba- de hecho es el día que más hambre me da para cuando es hora de la comida.
- Bendita juventud- me contestó- yo sólo me como media cajita porque me cae pesadísima, mi estomago no resiste más.

Como era una mujer muy cuidadosa de su imagen, yo no le creí lo que me dijo y pensé que más bien lo hacía para cuidar la línea. Mantuve esa convicción hasta hace algunos meses, cuando mientras desayunaba con mis hijas, no pude acabarme una rebanada de pan untada con Nutella. Sentí como mi estómago batallaba tan sólo de empezar a digerir los primeros bocados y tuve que dejar más de la mitad.

Lo mismo pasa con la juerga, recuperarme de una desvelada con fiesta, me toma hasta una semana entera, mientras que hace sólo dos años, podía salir de lunes a domingo algunos meses y tan pancha.

Incluso me he enraizado. Esta gitanilla que se ha cambiado de casa veintitrés veces en su vida y de ciudad diez veces, empacando con agilidad y sin pensárselo demasiado, ha de confesar que padeció y mucho, la mudanza de la semana pasada. Y no porque el destino fuera malo, al contrario marca una gran mejoría, pero habituarme a un nuevo espacio físico, me costó como nunca.

Los signos no fallan, estoy envejeciendo. Sin embargo ahora me encuentro satisfecha y en paz como nunca antes lo había estado. El peso de los años me ha puesto el cuerpo más pesado en proporción a lo que se me ha aligerado el alma. Y eso me hace más felíz, que veinte cajas de Nutella.

Otro dicho popular reza que, "un joven hermoso es un accidente de la naturaleza; pero un viejo hermoso es una obra de arte". Tan cierto como una montaña, pues la innercia del descontento, la inconformidad victimista, el resentimiento y la amargura pueden arrastrarnos con furia, robándose nuestro tiempo y arrebatándonos la alegría de vivir. Hacer de nosotros mismos viejos hermosos, implica romper con esos hábitos destructivos, tan arraigados en la naturaleza humana y decidirnos a reinventar el ritmo de nuestra mente.

Para arrancar en este proyecto de vida "rica", el agradecimiento es la base. Un viejo himno de acción de gracias inglés deja en claro, cuán diferente se vuelve la forma de ver la vida, cuando aprendemos a agradecer: 
"Count your many blessings, name them one by one,
And it will surprise you what the Lord hath done".
Johnson Oatman Jr. 1897

En repetidas ocasiones la vida no resulta como la planeamos. Muchas más amontonamos sueños no concretados. Peor aún, las circunstancias nos golpean con pruebas dolorosas, repulsivas o inesperadas. Los fracasos nos humillan y la culpa puede acecharnos. Pero la vida no se limita a eso, por más que insistamos es dar a nuestras tragedias el lugar protagónico. Hay que contar las bendiciones y ponerlas con los reflectores centrales bien iluminadas; mantenerlas frente a nuestros ojos nos llena de satisfacción; nos fortalece la mente y el alma; nos enamora de la vida, que vista desde ésta perspectiva, siempre resulta deliciosa.

Me está gustando envejecer, he de admitirlo. Espero envejecer mucho más, que si la proporción de vejez va a ser equivalente a una libertad de espíritu creciente, ¡Vaya gozada que me espera si logro llegar a los cien años!

domingo, 15 de agosto de 2010

Montecasino

Cada uno de los mil cuatrocientos días que pude pasar bajo el cielo de Italia, los recuerdo brillantes, luminosos y muy afortunados.

La hermosa dama mediterránea guardaba una sorpresa fascinante para cada día, incluso varias a cada paso. Su adorable suelo estaba adoquinado con piedras multiformes que al pisarlas, emanaban una energía fantástica llena de ecos lejanos.

Entré a Italia un día de Diciembre por la puerta de Milán que estaba toda vestida de blanco y partiendo de ahí la fuí recorriendo practicamente toda de Liguria a Calabria, guardando en mi memoria los luminosos rayos violeta de sus espectaculares atardeceres. "I tramonti" italianos, son sin lugar a dudas, majestuosos juegos de luces inolvidables.

Recuerdo particularmente la puesta de sol que pude contemplar en mi visita a Montecasino. La Abadía de Montecasino es un monasterio  benedictino, que se encuentra sobre una colina rocosa a unas 80 millas terrestres (130 km) al sur de Roma, Italia; una milla al oeste de la ciudad de Cassino (la Casinum romana había estado en la colina) y a unos 520 metros (1700 pies) de altitud. Está en el sur del Lacio, región de la cual Roma es capital. Es célebre por ser el lugar donde Benito de Nursia estableció su primer monasterio, la fuente de la orden benedictina, alrededor del año 529, y por ser el lugar de varias batallas hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.

Destruida tres veces por guerra y una a causa de un terremoto, la antigüa abadía proyecta un magnétismo hipnótico y sobrecogedor. Sin embargo, no fue la extraña atracción que ejercen sus austeros muros, ni el lugar privilegiado en el que se ubica el balcón central para contemplar caer la tarde, lo que me robó el aliento aquel día. Fue la mirada de un monje, que trabajaba en la huerta arando una parcela, lo que me dejo sin habla.

Habíamos notado su presencia minutos antes, se inclinaba sobre su azadón y revolvía con sus ásperas manos unas hortalizas verdísimas que se enredaban con la pajiza maleza que las rodeaba. De repente se levantó de su obligado encogimiento y se giró hacia nosotras, descubriendo unos ojos azules clarísimos de intensa mirada transparente, que provocaban llorar de emoción.

Las cinco del grupo que nos topamos de frente con él nos quedamos mudas de asombro y olvidándonos de modales, le seguimos con los ojos fíjamente hasta donde nos alcanzó la vista. El viejo monje con cara de niño y mirada de luz, se cohibió un poco con nuestra reacción y apresuró el paso hasta desaparecer por un angosto tunel de piedra tallada.

Nunca escuchamos su voz, mucho menos pudimos conocer las verdades que animaban su vida, pero su mirada y su presencia eran suficientes para deducir que, aquél hombre de extraños vestidos, escondido en un rincón irreal de ese legendario monasterio, estaba en armonía casi perfecta con su universo.

Su purísima mirada inocente, después de seis décadas en esta tierra, fue la clave para convencerme que no hay nada más fatuo, que buscar imponer supuestas verdades morales, a fuerza de palabras. Basta la muda presencia, cuando se és de verdad, lo que se dice ser.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El sensato mundo de la fantasía

Existen momentos en la vida, en los que la realidad pareciera no tener sentido lógico. Etapas dispares en las que nuestra voluntad no se unifica con las exigencias de las circunstancias. Pruebas pasajeras también, en las que sorpresas explosivas, buenas o malas, nos revientan en la cara haciéndonos perder el equilibrio.

Nuestro universo se traspone ante tanto desorden y la mente colapsa abrumada bajo la carga agobiante de dar órden a ese caos. Encontrar la luz y energía para tomar las decisiones acertadas, que nos saquen de estas crisis no es tarea sencilla.

Oxigenar nuestra mente para agilizar el pensamiento y fortalecer la voluntad, es la base para cualquier resultado favorable. Salir de viaje es una maravillosa forma de tomar aire fresco y adquirir nuevas perspectivas. Sin embargo, no siempre es posible tomar un avión y salir a la caza de un nuevo pensamiento, es por eso que la literatura y el cine son artes tan amadas por la mayoría de los seres humanos.

Poder salir de viaje con tan sólo abrir la pasta de un libro, oprimir el botón del DVD, o pagar un boleto en la taquilla del cine, nos permite explorar universos paralelos en los que somos absolutamente libres. Recreamos las historias y observamos los paisajes pinta cada autor con la pluma; rozamos a los personajes que cobran vida de esos retratos escritos y podemos sentir su calor, vibrar con sus pasiones y hasta luchar sus batallas. Desgranando la vida de los célebres desconocidos que encontramos entre líneas, vamos liberando los pesares de nuestra alma, conquistando valentía y sobre todo descubriendo en su reflejo nuestras propias luces y sombras.

La relación que se logra con un libro amigo, puede ser tan íntima y fuerte como la que se fragua con un hermano. Es por eso que recomendamos los trozos de literatura que nos han salvado la vida. Los prestamos, los regalamos, los citamos, los dejamos "accidetalmente" olvidados y los volvemos a comprar. Lo vendemos todo en cada mudanza, para sólo pagar el sobrepeso de equipaje que causan nuestros libros, si nos mudamos de un país a otro. Y cuánto duele si dejas atrás a un amigo escrito, al que nunca más puedes recuperar.

Los artístas del lente logran, por cortísimos lapsos de tiempo, causar el mismo efecto liberador. En ese majestuoso juego de luces que es el séptimo arte, escritores, productores, directores y actores te arrancan a fuerza de risas, llanto, adrenalina o terror grandes trozos de angustía que reemplazan por emociones distintas capaces de romper la inercia del mundo centrado en uno mismo.

Tratándose de libros y cine, mi padre fue quien me inició en el gusto por ése distinto tipo de viaje. Sabía cuando un libro era bueno con sólo mirar la portada. Descubría si una película valdría la pena, desde la escena de entrada. Todo dependía del planteamiento, mientras más intriga causaran al primer vistazo, más sólida era la promesa de poder tener una grata experiencia.
¨
Papá fue así mi primer compañero de lecturas y a él se fueron uniéndo otros igual de rigurosos en su procesos de selección. Y es que conocer personas que recomienden libros es fácil, pero conocer a álguien que te recomiende un buen libro, es un verdadero tesoro. Yo por ejemplo sabía que podía beber lo que cayera en mis manos por recomendación de Pimpoño, Ivi o la Sombra sin temor a equivocarme. Siempre tenían una adquisición interesante o cautivadora que recomendar y cada uno de los libros que he leído por sugerencia de ellos, se han convertido en amigos entrañables.

El Papi fue también mi primer copinche para las sesiones de permanencia voluntaria, si hablamos de cine y ahí sí he de confesar, que tras su muerte, sólo ha habido una persona capaz de igualar su pasión por desmembrar cada elemento de una obra cinematográfica hasta dejarla en los huesos.

El año que compartí depa con Barbarito, fué como si mi padre hubiese resucitado.  La chamaca morelense conocía todo sobre directores, fotógrafos, actores, Hollywood y Bollywood del cine de ayer, hoy y mañana.

Llegamos a levantarnos a las 8 de la mañana en domingo, para irnos al Cinemark de Pabellón Altavista a esperar que abrieran la taquilla para entrar a la primera función de Elizabeth y después chutarnos otras dos más. Mis escapadas al cine en solitario terminaron estando con ella, pues con tal de ver cine, se recetaba todas las rarezas que a mí me gustaban en el cine que las proyectaran.

Nadie más a tenido tal aguante, de hecho desde que ya no la tengo cerca, he tenido que ir al cine yo solita de nuevo muchas veces, aunque he de confesar que me sucede algo extraño: Desde que conocí a Barbarito, aunque esté sóla en una sala de cineteca, ya no me siento solitaria. Sé que a unos cientos de kilometros de donde me encuentro, existe otra loca cinéfila como yo, que no considera un fin de semana de permanencia voluntaria como una pérdida de tiempo.

Irrealidades con sentido.


domingo, 8 de agosto de 2010

Tan bueno como el pan

Los últimos siete días, han sido por mucho, de los más intensos de todo el año que transcurre: Tres visitas al médico, un cierre de mes con resultados desfavorables, competir para una posición de trabajo contra una de mis mejores amigas, mudarme de casa y reencontrarme con una vieja amiga fueron los detonantes para elevar mi ritmo cardiaco a níveles de excitación que hace tiempo no experimentaba.

Pasé del malestar, a la decepción; del reto a la desorientación; de la ilusión al dolor en cuestión de horas, dejando mi corazón con una sensación nostálgica de desasosiego, cansancio del alma.

Como suele suceder, en los momentos de desconcierto, son las cosas más simples las que nos devuelven la calma. Ayer en la tarde regresé a casa a eso de las siete de la noche, había despedido ya a mi amiga, mis pruebas para la candidatura al trabajo que estoy postulando habían sido mandadas y en la cajuela llevaba la última caja con cosas de la mudanza incompleta. Encontré a mis hijas jugando con su nuevo vecino en la cochera de la casa y no había terminado de poner mi bolsa sobre la mesa de la sala, cuando escuché un altavoz que anunciaba:

- Señor, señora señorita, el mejor pan de Cancún llega a su puerta. Salga y compre su rico pan. Dulce o salado, tenemos el justo para consentir a su familia.

Por extraño que parezca, conseguir en este pueblo un rico pan dulce para la merienda, es mucho más complicado de lo que parece. Pastelerías se encuentran fácilmente hasta una por colonia, pero simples panaderías, de esas donde compras bolsas llenas de bollos para que cada miembro de la familia escoja el que le gusta, de ésas casi nunca encuentras. Así que ayer tarde, al escuchar el altavoz, sentí como si el ángel del pan hubiese tocado a mi puerta, para alegrar mi corazoncillo cansado.

Nos acercamos a la cajuela del Chevy negro que hacía las veces de mostrador y ahí encontramos una deliciosa variedad de panes de pueblo. Paula, la más pequeña, quizo una Concha blanca; Sofi una dona de chocolate; Wilma la nanny, escogió una ojaldra de jamón y queso; y yo me decidí por una campechana doradita, deliciosa.

Nos lavamos las manos y nos sentamos en la mesa del comedor, con nuestro premio dulce y un vaso de leche bien fría; mientras saboreaba mi cruciente rosquilla y miraba a mis hijas embarrarse los bigotes con el dulce de sus conchas y donas, un cálido consuelo se me fue colando dentro, renovando mis fuerzas y llenándome de calma.

Mucho se habla de los poderes energéticos y bondadosos del pan, puede ser que esa haya sido la mágia... o quizás el pretexto para reunirnos con gusto en torno a la mesa, sea la clave para activar el poder renovador de energía, que se genera al estar un rato en calma disfrutando el cariño de mis hijas.

domingo, 1 de agosto de 2010

Instantes eternos

Sobre todos los regalos que he recibido, sin querer menospreciar ninguno, mis favoritos son la canciones. Recibir un regalo hecho música, lleva garantía de perpetuidad, porque sus notas se te cuelan en el alma y ahí anidan para siempre.

Una canción, sobre la que se te da pertenencia, puede lograr efectos muy variados. Algunas veces lleva ocultos secretos entrelineas. Otras son diáfanas declaraciones de amor y pasión; las más, simplemente buenos deseos.

Yo por lo general regalo canciones para hacer reír a alguien, hacerle saber que lo recuerdo o simplemente entrar en sintonía. 

Los días nublados afloran mi cara dura y no tengo ningún empacho en pedirle a alguien que me regale canciones. Quizás sería más fácil escoger uno de mis CD's o encender mi IPOD, pero entonces mi alma turista no tendría el doble placer del descubrimiento y la música en un sólo golpe.

En el arcón donde guardo mis regalos musicales, se encuentran todos los géneros, gustos y estilos. Comerciales, clásicos y cultos, más allá de la perfección de sus notas y acordes, se han convertido en burbujas de belleza en compañía. "Instantes eternos" donde disfruto la presencia de quienes me han compartido un trocito de su ser hecho canción.

La mami me regaló La Vida en Rosa, la versión de Mirelle Mattieu era su preferida porque decía que en su trinar, la gorrioncilla francesa transmitía toda la intensidad con que los franceses saben disfrutar del amor y la vida.

Papá me donó That´s Life, con su ídolo Frank Sinatra al que nadie podría imitar o asemejar.

Mi abuela me dio Solamente una Vez, con Agustín Lara y me jodió la vida, me hizo cantarla tantas veces que por años estuve convencida que, "una vez nada más en mi huerto brilló la esperanza"... y vaya faena en la que me metí.

Con Burbuja desgastamos a Rick Astley y su Together Forever con tanto gusto, que le robamos su modjo y no pudo hacer más que dos discos, antes de desaparecer para siempre.

El encuentro con Su quedó marcado por Los Beatles y Hey Jude, no sin antes tratar de descubrir todos los mensajes ocultos acerca de la muerte de Paul, girando la colección entera de acetatos de los escarabajos al revés, sin mucho éxito por cierto.

La Araña, pues ya lo saben, Qué increíble es la distancia y su poderoso hechizo.

Pimpoño y la Sombra, Peor para el sol con el poeta de las quinientas noches, el flaco de Ubeda, el genial Sabina.

Peter Pan me arrulló unas mil quinientas noches con Tom Sawyer de Rush... si es que la guitarra de Lifeson puede dejar dormir a alguien.

El Doc norteño A fuego lento y la aguardientosa voz de Rossana; Da Vinci La célula que explota; Barbarito, Upps! I did it again; Verito Inevitable; Ciberdor, Pepé; Ranelli, Mariposa Technicolor; Ada, Un año más; Vikina, Love is Gone; Shiu, Kaleidoscope; Nice, I got life con la entrañable Nina; Dany, Lucky; Febo, I love you Porgy; July, Ten miedo de mí; Barby T, Contigo y nunca acabaría...para mi buena suerte.

La música es una amiga leal e incorrompible; reflejo angelado de belleza y libertad; polvo de hadas que permite volar, vencer miedos, recuperar la calma. Si resulta además que es una canción regalada, se convierte también en un espacio mágico en el que se encuentran las almas. 

¿Cuántas canciones te han regalado en la vida? Mientras lo piensas yo aquí te regalo una.