"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



martes, 29 de junio de 2010

EL RINCON DE LOS SABORES

Mi pueblo es un rinconcito multicolor, protegido al Este por un bosque de pinos- unos pinos nobles y fortísimos que resisten la erosión cual caballeros en armadura de hierro- y bendecido al oeste por abundantes huertas de esa fruta de mantequilla que llamamos aguacate. En el centro se mantiene mágico, un laberinto de callecillas bordeadas por altas casas de adobe, con techos de teja roja en declive, como las que dibujamos de niños, con ventanales que son amables ojos sonrientes y portones de madera. Muchas de esas casas tienen por centro un patio lleno de macetas floridas: Azaleas, anturios, bugambilias y hortensias se reúnen en rondas, entrelazando sus ramas para desmenuzar los eventos del día, como un alegre grupo de viejas chismosas. Si la casa tiene mucho fondo, en la parte trasera encontrarás huertos perfumados de azahar, generosos nísperos, durazneros en flor, changungos y estilizados arbolitos de capulín.  Cruzar los zaguanes que dan paso a esos jardines de frutas, es escapar por un rato a una dimensión desconconocida, donde todo es vida, color y sabor.

Transitar por sus calles puede ser muy divertido, si eres amante de toboganes y resbaladillas, porque sus rutas hacia las zonas más modernas son subidas, bajadas y cerrados columpios en U, que te harán gritar en tu coche si llevas la velocidad adecuada, como si de una montaña rusa se tratara. Quienes aprendimos a manejar autos Standard en Uruapan, somos expertos en la maniobra del piecito cruzado, que consiste en tocar con la punta el freno y con el talón el acelerador, truco muy útil si te toca un embotellamiento en medio de la U de una calle y debes sostener tu auto en una pendiente pronunciada por varios minutos, hasta que te toque arrancar. Esta sencilla maniobra te facilitará el avance sin que se vaya el auto para atrás a la hora de arrancar, salvándote así de una carambola en reversa.

 

Las colonias que se formaron en las “afueras” tienen formas más modernas y huertas distintas a las de las Sevillanas del centro quizás son huertos menos perfumados pero mucho más ricos en diversidad. En el fraccionamiento en el que yo vivía, los árboles de frutas eran propiedad de todos los chiquillos del área, y cada quien hacía uso de sus frutos según sus buenos o malos modales. Los educados trepaban con cuidado, hacían ganchos con palos en punta de “Y”, o incluso redes para bajar nísperos, capulines, changungas, duraznos, limas, limones reales y hasta guayabas, según la temporada. Los más salvajes arremetían contra el árbol a pedradas y a la hora que se les antojab. Este grupo era por lo general amante de los duraznos y ciruelas verdes con chile, que en venganza, pasaban factura a estos insensibles con terribles chorrillos de mínimo tres días seguidos, ó peor aún, constipados que no se curaban ni con kilos de ciruela pasa. Yo no pertenecía a ninguno de estos dos grupos, yo era miembro honorario de un tercer grupo, el de los holgazanes que recogíamos las frutas que se caían de los brazos de los primeros y los segundos, o con mucha cara dura, simplemente pedíamos que nos invitaran algo de lo que ellos recolectaban.

Recuerdo que tenía una vecinita con huerta privada, en la que se podían encontrar toda clase de guayabas, había unas grandes, que con una gruesa cáscara verde protegían un carnoso corazón rosado; otras de un amarillo verdoso pequeñísimas que te regalaban un chisguete acido a la primer mordida; la amarilla por fuera con corazón rosa de dulce jugo y la amarilla pecosa de corazón amarillo sin mayor sorpresa, que su inconfundible perfume…. La última era la más escasa y mi preferida sobre todas, era una guayabita muy coqueta que se vestía de un verde casi esmeralda con visos rojo granate, lisa como la seda y un poco dura, arreglaba su copetillo en un fleco punk siempre bien distribuido y su corazón era rojo carmesí con venas rosas, era una guayaba japonesa que se daba a la sombra de aquel huerto, en muy escasas cantidades. Los que teníamos el privilegio de probarla debíamos esperar con calma a que su dueña se acercara con solemnidad a pedirle a su árbol permiso de separarla de su rama para entregárnosla. Era tan hermosa y rica, que el disfrute empezaba desde que su flor anunciaba su próxima llegada, culminando cuando nos regalaba ese único agridulce jugo, imposible de comparar con nada. Es una pena no recordar el nombre de mi vecinita, de lograr hacerlo volvería a agradecerle incluso ahora, haberme hecho partícipe de aquellos deliciosos banquetes de guayabas exóticas.

De los sabores de mi pueblo, quizá los más reconocidos, son los que concurren en el mercado de antojitos. Sin importar lo cerca o lejos de Michoacán que me haya encontrado, siempre que escuchan de dónde soy, lo primero que mencionan es: "Mmm el mercado de antojitos, carnitas, corundas, enchiladas, buñuelos, tamales, atole..." y siguen su lista conteniendo el agua que les llena la boca. Para mi sorpresa, muy pocos saben que el aguacate Hass, tan peleado los miércoles de plaza, viene de Uruapan, pero eso sí,  nadie olvida lo rico que se come por allá.

Yo sólo estuve quince años en mi pueblo, pero fueron suficientes para descubrir muchas maravillosos sabores, que al turista común se le escapan casi siempre. Como por ejemplo los tamales de zarzamora que las huarecitas vendian en las esquinas, junto a los cucuruchos de pinole y los montoncitos de capulines. Estos tamalitos, eran consistentes budines de fruta de bosque mezclados con un niztamal de sabor ahumado, que le daba un toque casi crocante a su suave textura.

Las flautas de Independencia, doraditos tacos de nada, cubiertos de col finísimamente rayada con crema, salsa y queso. Era un festín jugar con Naty a ver quién podía comer más en una parada, el truco estaba en no tomar refresco ni agua para lograr vencer a la flaca larguirucha.

Salir tempranito al mercado de Pino Suárez por pan para el desayuno, podía convertirse en un problema existencial si eras una chamaca golosa, como yo, porque era difícil decidir entre la calabaza, el camote o los plátanos en tacha para ponerle a la leche (lechi); o unos huchepos recién hechecitos con nata;o cruzar la calle para ver si Don Enrique había hecho donas, esas donas que sólo él sabía hacer amasadas con natas y papa. Ese gourmet panadero de mi pueblo, es el culpable de que yo sea incapaz de disfrutar una dona industrializada, de esas que venden por docena en Donkin Donnuts.
Mi madre, que conocía la intensidad de mi gusguería, tomaba por eso las debidas previsiones:
- Sólo bolillo, del chiquito bien dorado pero con migajón. Una docena y te regresas, sin picar nada más, trangoncita.
Rara vez cumplía la indicación al pie de la letra, pero no era culpa mía, si el canasto de la esquina no tenía bolillos chiquitos, debía recorrer todo el mercado y entonces, cualquier cosa podía suceder.

La salida del colegio era otra prueba de fuego. En la esquina de Emilio Carranza, frente al "nuevo" Bancomer",  una señora de mandil a cuadros, ponía su vaporera llena de corundas esponjositas, calientitas y bien enmantecaditas, con una salsa roja ligerita que les daba la humectación perfecta. No muy lejos estaba la tienda de los Paz, así que podía pasar de carrerita, por un delicioso trozo de queso  Cotija, al que desde bebé he sido adicta, para espolvorearles encima y tener el plato perfecto.

Después de una tarde tediosa, llena de tarea, nada como un buen vaso de Cebadina y una tostada de Pata de las del callejón Rafael Melgar. Los chicos de esa cenaduría tenían muy mala cara y muy buen sazón. Yo nunca iba sola, ni por cebadina porque me daba miedo, pero si conseguía corum, entonces seguro iba por mi pata en tostada.

El antojo que más frustración me causaba, eran los tacos de Cabeza de Don Poncho, en la diagonal de Galeana. Sólo dos veces, de las más de cincuenta que fuí por ellos, alcancé a llegar a tiempo. El enjambre de clientes que invadía su puesto a penas abrir, devoraba cual terminas toda la producción.... nunca supe si compraban demasiado o Don Poncho sacaba demasiado poco.... el caso es que cuarenta y ocho veces regresé a casa, triste y frustrada, con el aroma del anhelado antojo, en la punta de la nariz.

De haber seguido en Uruapan, tengo clarísimo que sería una gorda muy felíz. Andaría rodando por las calles empinadas de mi pueblo multicolor, brincoteando cual redonda pelotita, a la caza al menos, de un vaso de atole de grano, anisado y bien picoso.







lunes, 28 de junio de 2010

LUCERO SONICO

Nadie sabe las razones por las que, de repente, las circunstancias de la vida llevan a algunas personas a echar raíces en lugares que les son ajenos o les quedan chicos. Lo cierto es, que pasa más veces de las que uno pudiera esperar. A Lucero Sónico le pasó y yo siempre creí que no lo resistiría, hubiera apostado mi mano derecha, a que la rubia supersónica de mirada inquisitiva, no duraba más de cinco años en aquél lugarcito pintoresco al que había ido a parar. Menos mal que no formalicé la apuesta, porque ahora estaría manca. Subestimé la fortaleza de Lucero y sobre todo su capacidad creativa.
Era cierto que nuestra chica del futuro de repente se sentía ahogar en su pequeña ciudad; a menudo era señalada e incomprendida; por eso al caer la tarde, cuando había terminado con gran esmero y perfección, sus labores del día, se sentaba sola en su terraza y buscaba compañía en la luz de las estrellas.  Esas estrellas tan amadas de las que había sido desterrada por un golpe del destino.
Fue un día al despuntar la aurora, cuando se le asignó su misión, la pusieron en una cápsula espacial con destino a la pequeña ciudad en que debía ejecutarla, sin más arma que ser ella, un Pura Sangre que la esperaría en tierra y un par de Estrellitas que le dejaron llevar en los bolsillos.  Quienes consideraron que, esos recursos eran más que suficientes, hicieron bien, pues Lucero supo completar con éxito la tarea encomendada, con la maestría y originalidad de un artista de jazz.
La cretiva Supersónica tenía la encomienda de hacer crecer al par de Estrellitas que llevaba en los bolsillos, hasta sacar de ellas un brillo fulgurante, distinto de cualquier otro en el firmamento. Como las Estrellitas debían crecer y madurar en tierra, la guía del Pura Sangre, experto en los secretos de aquel terruño, sería elemento clave para cumplir la encomienda.  La unión de la sagacidad fugaz de Lucero y la sabiduria terrestre de Pura Sangre, dió como resultado un equipo invencible, cuyo trabajo en conjunto, dió el fruto esperado: Las Estrellitas encomendadas crecieron fuertes, relucientes y destelleantes, regalando un fulgor especial, imposible de confundir con el fuego de las estrellas vecinas.
Una tarde Lucero y Pura Sangre sintieron temblar la tierra, sin previo aviso una de sus Estrellitas, les fue arrebatada y lanzada a un lugar remoto de la galaxia. Nadie bajó a darles explicaciones sobre la intempestiva decisión, tardaron meses en enseñarles, cuál rincón de la bóveda había sido destinado para que su Estrellita alumbrara, poniendo con esta espera a prueba de fuego su fortaleza y cordura.
El dolor y la confusión durante todo el proceso, era agobiador, incluso para los que lo atestiguaban de fuera. La gran mayoría pensó que Lucero se quebraría para siempre y Pura Sangre no volvería a correr a galope. Ni qué decir de la segunda Estrellita, que sentía perder su brillo por la impotencia y la rabia.
El asombro fue enorme cuando, pasados algunos meses, Lucero apareció entera, cubierta por un manto de estrellas doradas. Se le vió avanzar por las calles de su pintoresca ciudad regalando unas estrellas que llevaba bajo el manto. Una amiga, de aquellas que también miraban al cielo, se le acercó a preguntarle.
- ¿Por qué regalas estrellas si te han quitado una de las que tú más querías?
Lucero entonces le respondió:
-  Por que yo sé lo que es que te arrebaten la luz y no deseo que nadie sufra sus noches oscuras sin compañía. Estas estrellas que regalo, no son reemplazos, son compañía.
Como pasaba a menudo con lo que Lucero decía, su amiga no pudo comprender del todo la frase, pero no le preocupó. Los años al lado de la Supersónica le habían enseñado que, todo lo que salía de su boca, tarde o temprano cobraba sentido.
Pura Sangre y la segunda Estrellita, también se cubrieron con un manto similar. A simple vista no era más que una capa verde con estrellas bordadas en hilo dorado, pero si te acercabas lo sufiente como para tocarlo, entonces te dabas cuenta que era una suerte de escudo, duro y flexible a la vez, bañado de un finísimo polvo de luna, que al ser tocado por los rayos del sol, lanzaba y recibía mensajes sónicos. Los mensajes con los que Lucero, Pura Sangre y Estrellita ahora se comunicaban con la Estrella mayor, que brillaba majestuosa en su rincón de Galaxia destinado.


domingo, 27 de junio de 2010

EL GENERAL GANDALLA

Mi queridísimo General Gandalla, llevaba en su nombre el destino. Fue bautizado "Alejandro" y en su carácter atesoraba muchas de las hermosas cualidades que convirtieron a Alejandro Magno, en ese gigantesco ser de luz, que sigue inspirándonos hasta la fecha.

Alejandro Gandalla tenía por padre a un hombre culto y simpático, amante de la buena música, la buena charla y el buen vino. Por madre, a una guapa mujer de admirable fortaleza y amor por la vida. Sintetizando un poco de ambos y añadiendo su muy particular estilo, Alejandro se forjó camino distinguiéndose siempre por su carisma para relacionarse con su entorno, inagotable buen ánimo e insaciable coquetería.

Podría decirse del General Gandalla, que le gustaba gozar y hacer gozar a quienes lo acompañaran. Su apariencia, su plática, cocina y trabajo le causaban satisfacción tanto a él como a los que con él compartieran.

Topárselo después de un disgusto, era lo más parecido a un baño de agua bendita, porque siempre tenía un comentario acertado, para hacerte reír y olvidar los problemas. Scaneaba a las personas con rápidez y profundidad, detectando al instante el estado de ánimo de su interlocutor. Era esta vista bionica lo que lo convertía un As de las ventas, carismático formador de grupos y maestro del humor en todos sus matices. Lograba empatizar con naturalidad, captar la atención de la audiencia y una vez con el público en la mano, desmenuzaba  cualquier circunstancia que le fuera útil a sus propósitos, desde las más sorpresivas perspectivas.

Era cápaz de corroer con su ironía; envolver en ingeniosos albures cualquier picardía; personificar a las más diversas figuras del espectáculo... Pero de sus habilidades humorísticas, mi preferida eran las citas. Poseedor de una vastísima cultura popular y memoria fotográfica, era capaz de encadenar citas de personajes tan dispares como El Padre Hidalgo y Piporro, sin errar ni en una letra ó perder el hilo.

El humor era la espada, con la que éste inusual general, conquistaba mundos, superaba peligrosas invasiones y derrotaba a sus enemigos. Estaba convencido de que la vida era un espejo al que había que mirar sonriendo, para que siempre te regresara la sonrisa.

Los pelotones comandados por el General Gandalla, se distinguían siempre por su eficiencia y buen humor, siendo muchos los que deseaban unirse a sus filas. Era fácil saber por qué: Cualquier guerra es menos dura, cuando la peleas a las órdenes de un general bien vestido, simpático, con platica, hacedor de chistes y que además, es capaz de cocinarte un delicioso festín, con lo que sea que encuentre en la mochila de víveres.

Personalmente nunca tuve la suerte de ser una de sus subordinadas, pero compartí con él varios campos de batalla y siempre recibí de mis superiores la misma recomendación: "Si algo se te atora y no puedes solucionarlo sóla, busca el consejo del General Gandalla, él de buen grado te lo dará y si llegase a hacer falta, sabe meter el hombro".

El buen humor con el que afrontaba la vida, le proveía ciertamente de energía suficiente para librar sus luchas y ayudar a ratos en las de otros. Pero sobre todo, le dotaba de una capacidad de cicatrización casi mágica. Este hombre de guerra hubo de librar batallas dolorosas, como el que más; salir con heridas profundas de cada una de ellas y cicatrizarlas en menos de la mitad del tiempo usual, gracias a su buen humor y vena cómica.

Dicen que la vida es demasiado corta para tomársela en serio, Alejandro Gandalla lo tenía muy presente y por eso decidió no perder ni una hora mascuyando lamentos.

viernes, 25 de junio de 2010

EL ATRAPA SUEÑOS

Deseosa siempre de llamar la atención y excéntrica por naturaleza, mis farolazos han sido siempre de lo más extraños. No en balde me he ganado la fama de lurias y temeraria que tengo, entre los que me son cercanos. De todas mis puntadas locuaces, ninguna tan embarazosa como la que le hice pasar al buen Febo.

Febo era un chico en extremo inteligente y singular. Un espíritu curioso animaba sus días, y derribaba de un golpe cualquier barrera que pretendiera poner cerco a su hambre de aventura. Cuestionaba por sistema, todo lo que se  le impusiera o propusiera. Su mente era como un bisturí, siempre pronto a diseccionar cuanta idea le cayera entre las garras, a fin de sacar, por propia experiencia y jamás la de otros, sus conclusiones...

Su intelecto estaba entonces, tan afilado, que el cabrón se daba el lujo de ignorar todo lo que decían los maestros en clase. Invertía ese tiempo mejor, en hacer elaborados dibujos, leer libros prohibidos o escuchar música estridente.... Nunca lo ví entregar una tarea pero sorprendentemente a la hora de el exámen, sacaba puros "Excelentes".  Creo que los maestros envidiaban su mente certera e independiente y entonces buscaban boicotearlo bajándole puntos a sus notas, por no pelarlos o no presentar trabajos... ¡Sarta de locos represores!

Entre los libros prohibidos que Febo gustaba, se encontraban los llamados "Libros Negros del Nacismo"... aquellos libros disparatados, en los que se hacía "glorioso" recuento, de las atrocidades Nazis contra el pueblo Judío. Contrario a lo que ustedes sospechan, no había en su impulso tanto odio antisemita, cuanto curiosidad científica. Conocer todos los descubrimientos científicos sobre la resistencia y biología humanas, derivados de los experimentos con prisioneros judíos, era el objeto de su búsqueda...

Amante desde siempre de lo raro y diferente, a mí se me caía la baba con Febo, pero al no saber coquetear, encontré una tetísima forma de llamar su atención. Mi padre tenía varios libros del tema, así que averigüé si los había leído y al confirmar que no, ofrecí prestárselos.

Estábamos por terminar el curso, y los tres gruesos tomos que papá escondía en la bodega, serían una buena fuente de entretenimiento veraniego para mi sofisticadísimo Febo. Accedió de buen grado a leerlos y entonces.... me aparecí yo, con mi coqueta tetez, nada más y nada menos que ¡en la Misa de fin de curso con los tres libros prohibidos!
El buen Febo era incapaz de una patanada, y los tomó en sus manos sin decirme nada. Yo regresé a mi fila y orgullosa, veía cómo él circulaba por toda la Iglesia, con los libros en la mano... los libros que yo le había prestado. Lo tenía en mis manos.... ¡cómo no!

Al terminar el verano no cabía de las ansías por hablar con él y saber lo qué le habían parecido los libros. Lo busqué no bien llegar al colegio y con su critiquísimo estilo me dijo:

- No están mal, pero hablan poco de lo que a mí me interesa. Están bastante moderados.... Pero ya ni la friegas Chiu, ¡cómo se te ocurre dármelos en plena Misa!. De por sí me traen entre ceja y ceja y tú me haces deambular en un templo con libros pro-nazis. ¡De suerte no me expulsaron!...

Pling, pling, pling..... se oyeron caer los pedazos de mi corazoncito; mi sonrisa se volvío una mueca de angustia y respiré hondo para ahogar las lágrimas que amenazaban con salir. Tomé mis libros prohibidos y esperé con ansias la hora de regresar a casa.... Con tan "buena" suerte, que pa´ colmo, papá me pilló cuando los regresaba a su escondite y santo sermón me propinaron.

Con la frustración de mi fallido experimento de coquetería pseudo intelectual, decidí olvidarme de conquistar al Febo y tiré pa´ lante. Así sin darme mucha cuenta, terminamos siendo buenos amigos. Tan buenos, que fue una de las pocas personas a las que busqué al salir del convento, los escasos meses que estuve en Uruapan. Nos gastamos una tarde escuchando música y mirando pinturas. No nos vimos más, pero me regaló un atrapa sueños que él mismo había hecho. El chico curioso había encontrado en esos días, mucha más satisfacción en el arte, que en la disección de ideas. ¡ Y vaya arte!

Hasta la fecha, la costumbre de escandalizar con mis disparates, no la he perdido... pero ahora me cuido bien de no involucrar a nadie más en ellos.... especialmente si es un wey que me gusta.

PS: Aquí les dejo una probadita de la intensidad de mi querido Febo hecha poesía:

"Escucho el sonido...
de los hielos de mi cuba
Escucho lamentos...
en las calles de la vida
Escucho carcajadas y miles de explicaciones
Escucho llantos...
por las necesidades acaparadas
Escucho el viento, la tierra y el mar...
escucho los látidos de la vida
mientras me desarrollo activo inactivo
en el vientre de la muerte".
Febo FL

miércoles, 23 de junio de 2010

LOS ROSENDOS

¿Les ha pasado que, personas que se cruzan en tu vida, compartiendo una misma característica de personalidad o forma de relacionarse contigo, se llaman de la misma manera?
Una amiga por ejemplo, tuvo tres novios de nombre Enrique, que le dejaron muy mal sabor de boca. Desde entonces huye  de cualquier Enrique antes de dejarlo decir el apellido.
Conocí igual a otra que tuvo tres mejores amigas llamadas Marianas, una en primaria, otra en secundaria y la última en la prepa. Así que para ella ese nombre era buen augurio.
A mí me ha pasado con muchos nombres, pero el que mejor recuerdo me trae es el de Rosendo.

El conserge de mi primaria se llamaba Rosendo. Le recuerdo como un tipo amable, de franca sonrisa, que siempre nos ayudaba a dar cristiana sepultura a los pobres polluelos caídos del nido, al final de una tormenta. A los pies del alto Fresno que nos daba sombra en el patio frontal, teníamos un cementerio bien organizado de polluelos bautizados post mortem, todos ellos señalados con crucecitas hechas con ramas diminutas, caídas del mismo árbol. La señalización duraba poco a menos que Don Rosendo nos ayudara a anudar las cruces y clavarlas en la tierra. Le recuerdo alto, sonriente y jalando un tambo sobre ruedas en el que echaba las hojas secas y basura recogida con su escoba de ramas. Era un tipo paciente con el siempre podías contar e inspiraba confianza, pues parecía disfrutar su vida sencilla.

El segundo Rosendo era igualmente amable, sonriente y gozoso de su vida. Éste en lugar de escoba de ramas y carrito con tambo, tenía un carrito adaptado para centrar un bloque de hielo, muchas botellas con jarabes de frutas naturales; un raspador de hielo de aluminio, un sombrero arriero  y un poderosísimo brazo, capaz de raspar más de cien vasos de hielo en hora y media. Los raspados de Don Rosendo eran tan buenos, que si no te apurabas para estar a en su esquina a la una en punto, te quedabas como mucho, con medio raspado sabor "Nadie quiso de este", y al precio de uno doble. Mi mamá decía que tenía las manos negras de lavar y picar fruta. Rosina en cambio, decía que estaban negras de mugre. Yo le creo más mamá porque nunca vi que saliera agua negra cuando tocaba el hielo con sus manos negras, aunque movía tan rápido la mano para raspar el hielo, que te hipnotizabas, y ve tu a saber.
Disfrutar las delicias de Don Rosendo, requería de puntualidad, tiempo y paciencia. Cualidades que yo poseía a no ser por la paciencia, que nunca ha sido mí fuerte. Mi raspado fue muchas veces sabor "Nadie quiso de este", mientras los más aplicados saboreaban sus delicias de Changunga, Mamey, Zarzamora, Zapote ó Guanabana. Es por eso que, recuerdo de sus ricos jarabes de frutas, no tengo muchos, pero de su potente brazo y sonrisa, sí.

El último Rosendo es por mucho el más cercano a mi vida, porque es el marido de la nana de mis hijas. Rosendo El Cancunense, lleva shorts, chanclas estilo Pata de Gallo y una melena a la Buki, que nadie ha podido arrebatarle. Se mueve en una rápida Italika Amarilla, que hace volar si alguna de mis hijas necesita algo y yo no estoy para solucionarlo. El es un muy especial jefe de mantenimiento familiar, capacitado para pintar con brocha gorda, cambiar focos, arreglar tuberías, echar a andar coches o hacer filas nocturnas cuando no podemos escapar de un trámite engorroso.
Siempre está dispuesto, es amable, rápido y honesto. Pero no es por eso que lo queremos.... Rosendo El Cancunense, tiene un secreto culinario, que lo convierte en nuestro muy querido "Rosendito": Hace los Hot-Cakes más esponjositos y redondamente perfectos que hayas probado en tu vida.
Por esta razón, cada vez que una Italika pasa por la calle, mis hijas se asoman corriendo a la ventana para ver si es la de Rosendo y no tienen empacho en gritarle, a voz en cuello: "Rosendo, Rosendiz, Rosendito....¿vienes preparar joqueiks?"

lunes, 21 de junio de 2010

EL OJO DE VENADO

Hubo una época en la que la mami rejuveneció de repente. La piel se le puso tersa y luminosa. Su talla se redujo y cambió sus habituales vestidos por jeans y sudaderas. Fue la época en que Domi y su flamante "Alianza Francesa" llegaron a Uruapan.

Domi era francesa, joven, madre y amante de lo más típico del estado michoacano. Poseía un espíritu vivaz y muchas ganas de conquistar el pueblo, a su manera. En poco tiempo la francesita llenó todos sus turnos de clase y empezó a formar un genial grupo de francoparlantes, tan heterogeneo y disparejo, como el pueblo mismo.

Domi con su libre y vibrante estilo, le puso alma a aquella colmena, convirtiéndola en mucho más que un grupo de estudio. Se volvió un club social divertido y aventurero.
 La mami, bajo los encantos del liderzgo de Domi, pisó por primera vez una disco, acudió a la "Premier de The Wall", preparó Souflés para agasajar a sus compañeros de clase y se lanzó a París un par de meses. Los dos meses más felices del cacho de vida en que yo la conocí.
Durante ese viaje, la mami me escribió las más dulces notas, garabateadas en postales de Mont St Moritz, La Madeleine, Le Sacre Cour y por supuesto La Tour Eiffel.
Regresó a casa cargada de vida, historias, gratos recuerdos y aún más gratos amigos. La nueva banda de la mami la llamaba "Dorita" e hizo pacto de fidelidad hasta la muerte. Pacto que cumplieron cabalmente.
Cada flor de este ramillete de amigos perfumó la vida de la mami, hasta la tumba, con un muy particular aroma. Cada uno de ellos merece su propio capítulo, pero éste lo voy a dedicar a la portadora del Ojo de Venado.
Se llamaba Zetha y era, sin lugar a dudas, un espíritu libre, enjaulado por años tras la barras de la circunstancia. Ella también, al igual que mi madre, entre tildes y cedillas, recuperó su esencia y recomenzó su romance con la vida.
Como Zetha era apasionada y generosa, su enamoramiento la impulsó a explorar el mundo, tan ancho y profundo cómo se presentaba ante sus ojos: No había palabra escrita que sus ojos no devorarán;  nueva textura que sus manos dejaran de acariciar, o sabor novedoso que se negara a paladear.

Sin importar que tan largo fuera el camino, o que tan estrambótico resultara el transporte, Zetha recorría cuanto pueblo mágico encontrara en la sierra; cada ciudad misterio de la que oyera  en las guías de viaje asiáticas y africanas...
De cada aventura, Zetha regresaba con un doble trofeo, algo grande para decorar su estudio y algo pequeño para colgarselo al cuello. De entre todos sus trofeos yo tenía uno predilecto. Era un Ojo de Venado que trajo de la costa de Madagascar. Un bulbo perfecto sostenido de una larga y robusta cadena dorada , con un remache de oro que a mí me parecía un trébol. A diferencia de muchos amantes de los amuletos, Zetha me dejaba tocar aquella misteriosa semilla de seductora textura y sentir su aroma. La semilla emanaba un delicadísimo y casi imperceptible olor a sándalo, clavo y canela.

Yo amaba tener cerca a la dueña del Ojo de Venado. Bien fuera en su casa o en la mía; de paseo por algún pueblo de la sierra, comiendo en la troje de alguna Huare de perfecta sonrisa, que nos invitara unas ricas tortillas recién torteadas. .. O bien echadas al sol a la orilla de su alberca y también sentadas en su estudio picando queso Cotija, mientras escuchábamos los detalles de su última correría. Gastar tiempo con Zetha era siempre una verdadera gozada.

 Su hábito era estar sonriente, energética y llena de planes, cristalizados uno a uno, por más locos que parecieran.

Con más de cuarenta y tres hijos adolescentes, decidió dar la vuelta al mundo y lo logró. Entró a la escuela de arquitectura y le puso perspectiva a la clase de sus compañeros más jóvenes. Cuando terminó la carrera, con ganas de más, se mudó de ciudad y comenzó un trabajo social pionero en aquellos años, dar apoyo emocional a enfermos de SIDA.

La gran mayoría sentía miedo, sólo de oirla platicar sus proyectos. Temores que ella contestaba con una sonora carcajada, más de asombro que de burla.  A las almas libres, les suena a chino el lenguaje del miedo.

Yo la veía tan osada y felíz, construyendo un mundo bajo sus propias reglas, y se me antojaba que toda su energía se la robaba al sol y la acumulaba en aquella semilla preciosa de suave aroma, que colgaba siempre en el centro de su pecho.

Compartíamos cumpleaños, ambas somos del 30 de noviembre. No sé de ella desde que murió mamá, pero cada que soplo las velas en mi pastel de cumpleaños, le mando un beso y agarro impulso del recuerdo de su inagotable energía, para continuar mi carrera y cristalizar mis sueños.

viernes, 18 de junio de 2010

LA BRUJITA BOBABO

Al contrario de mis hijas, amantes naturales de las princesas, yo siempre sentí fascinación por las brujas. Desde la malvada Madame Medusa de Bernardo y Bianca, con sus hipnóticos ojos verdes; hasta la guapísima Maléfica saca corazones, todas ellas me parecían mucho más atractivas que  las inútiles princesitas suspira príncipes de los cuentos de mi época.

Esta fanaticada brujil, ha sido constante en mi vida. Aún recuerdo cuando, entrada en mis veintes, fuí a un Halloween en casa MasterChef y me sentí como Pez en el agua. Toda la casa llena de telarañas, arañas peludas y velas negras. Horripilantes bocadillos decorados a tono, esperpénticos coctéles púrpura y la símpatica Mastergolf enfundada en un perfecto disfraz de Maléfica.

¡Ayyy cuando la ví bajar con su amenazante mirada coronada por aquellos cuernos retorcidos!, no pude evitar burbujear de envídía. Se vía tan bien la condenada y yo en mis insíspidos jeans, porque no había dado tiempo de comprarme disfraz.

Mi frustración fue tal, que a partir de esa noche, decidí estar siempre preparada para tener una majestuosa brujil entrada a cualquier fiesta, de Halloween o no.

 Me renté Blanca Nieves y memoricé la espeluznante carcajada de maléfica. Ahora sí llevaría mi cacho de bruja a dónde fuera; opacaría cualquier disfraz con mi terrible risa brujil y mis duros ojos verdes de hechicera. Ja, ja, jaaaaaaaaaaaaa!

Cuando estaba esperando a Sofía, mi hija mayor, Ciberdor me invitó a la boutique en que trabajaba y me regaló un hermoso portapijamas en forma de tierno Granjerito, para tenerlo a punto y recibir a la nena. Mi tierna amiga, no contaba con que yo descubriría una bruja de enorme berruga y gorro en pico, escondida tras un armario:
- CiberDor, dame mejor la Bruja- le dije- ¡mira qué linda está!.
- Chiu, no se recibe a un bebé con una Bruja- me contestó indignada- ¿Qué te pasa?, vas a asustar a la beba



Sin embargo, fue tal mi cara de desilusión, que conmovida mi linda Ciber, sacó la bruja y dijo:
- Anda pues, lleva el muñequito para la beba y la Bruja yo te la regalo a tí- me miró moviendo su cabeza en gesto reprobatorio, y añadió- Siempre lo he dicho, ¡Eres una brrrruja!



Y yo le contesté con mi horripilante carcajada:
- Ja, ja, jaaa!



Hay tres cosas que me encantan de mi misma: Mis ojos, mis piernas y esa ruda vieja bruja que vive en mí, dispuesta siempre a dar batalla y sacarle el humor negro a todas mis pendejadas.

jueves, 17 de junio de 2010

BURBUJA

Burbuja y yo nos conocimos en segundo de secundaría. Me costó un poco colarme en su vida, pero una vez que lo conseguí, ya no pudo librarse de mí hasta que las monjas me raptaron.
Burbuja se convirtió en mucho más que mi amiga, era una poderosa super heroína llegada del futuro para llenar de "dulces, flores y muchos colores", mi atribulada adolescencia.
Estabamos juntas prácticamente la mitad del día, ó más si me iba a comer con ella. Sin embargo, apenas llegar a casa, asaltábamos el cajón de postales de nuestros padres y nos narrábamos fantásticos viajes, inspirados en las imágenes que encontrábamos.
Ella procuraba escribirme en Inglés, para ver si así dejaba de reprobar idiomas. Yo garabateaba en español o "franñol", según se encontrará cerca o lejos el libro de francés de mi madre.
A la mañana siguiente nos echábamos en la mochila las respectivas epístolas y ahí se quedaban hasta salir del cole, para hacerla más de emoción.
Burbuja era una niña muy aplicada y a ratos se convertía en mi madre intentándo persuadirme de las ventajas de pasar matemáticas y dejar de presentar extraordinarios de mecanografía. Hizo de todo para sacarme de mi letargo estudiantil, desde sesiones de estudio en equipo, hasta un divertido sistema para tomar notas con plumones de colores. Intentaba volver mis apuntes divertidos y llamar mi atención a los cuadernos, para que subiera mis notas. Esfuerzo por demás infructuoso, en esos días de irremediable letargo para esta hormonal Chiu...
Cuando hurtamos todas las postales del cajón de nuestros padres, empezamos a intercambiar dibujos. Propio en su naturaleza de muñequita animada, Burbuja dibujaba espectacularmente. Sabía dar profundiad y volumen a todas sus obras, mezclando colores, plumones, crayolas y en ocasiones hasta gises. Aún ahora, después de 21 años, yo conservo un Oso y un Garfield glotón, vibrantes de color con la firma de su autora en una orilla: "Burbuja ;)".
Burbuja además bailaba con gran gracia y dominaba el arte del "Super Punk" como pocas. Hubo un día sin embargo, en que bailo después de un paseo al Paricutín y no necesito ningún spray para adherezar su flequillo... Llegamos tan tarde y tan llenos de tierra, que con un simple crepeé, el flequillo se paró al instante haciendo las delicias de Robert Smith de tan perfecto.
Ustedes se preguntarán, cómo era que si yo no era aplicada, no sabía dibujar y menos bailar podía ser amiga de la efervescente Burbuja?
Muy fácil, las dos soñabamos con recorrer el mundo. Mandarnos postales de los lugares visitados con nuestra imaginación, nos trasportaba a ellos enraizando la promesa de pisarlos en vivo algún día.
Cuando hace un par de meses me encontré de nuevo, flotando en el ciber espacio a mi adorada Burbuja, una rápida mirada a algunas fotos, me dió la prueba de que el sueño se había concretado. Mejor aún, yo he ido a unos que ella no y viceversa. De haber seguido en contacto, nuestra colección de postales sería envidiable.
Hace poco un amigo me decía, que hemos de ser muy cuidadosos para incentivar la permanencia de las buenas amistades en la vida de nuestros hijos y astutos para alejar a las malas, sin violentar su voluntad. Y es que los juegos son ensayos de vida. Con amigos buenos, los ensayos serán prometedores.... con amigos malos, lo dudo.
Si bien Burbuja no vió los resultados de su buena influencia en mi vida, de manera inmediata, tengo que asegurarle que cada semilla dió su fruto. En el internado me volví  la más aplicada siguiendo su método de estudio; mis notas fueron las más coloridas y claras.... Mis viajes, los más "burbujeantes".

miércoles, 16 de junio de 2010

LA CASA DE LOS GONZALEZ

Ser hospitalario y buen anfitrión, es un arte que pocos dominan a la perfección. Es esa magia envolvente que hace sentir al visitante, como en su casa. En ocasiones hasta más a gusto que en Casa.

No tiene mucho que ver con el espacio físico, es más bien una cuestión energética. Yo en la casa de Los González, me lo pasaba siempre tan bien, que invariablemente lloraba cuando tenía que irme.

Mi casa encantada estuvo en tres direcciones diferentes, en tres ciudades distintas y fue mi refugio en tres etapas muy contrastantes de mi vida.

Estando con ellos me sentía muy felíz y no tenía empacho en hacer lo que me viniera en gana... Fue mi primer paseo de bebé y mi último paseo con mis padres, antes que dejaran el planeta. Lo conocían todo de mí y nunca me dió temor ser juzgada o perder su amistad por mis locuras. Era zona segura, era mi otra casa.

Los Gonzalez eran siete y cada uno de los siete eran amigos de mi papá, de mi mamá y míos. Nos querían a los tres y nosotros los queríamos a cada uno de ellos. Eramos el nudo perfecto.

El Señor González me dio a probar mi primer trozo de Queso Cotija, mi primer sorbo de Mezcal y tuvo que ser mi expectador cuando modelé en público mi primer bikini: "Mira Enrique, ya tengo Brassier"- le grité una tarde cuando regresaba a casa, su casa, con mi padre. Y salí corriendo a enseñarle mi bikini negro con cuentitas. Yo era una niña muy igualada y a todos los amigos de mis padres los llamaba por su nombre. Hablar de usted ha sido el idioma más dificil de aprender en mi vida. Papá casteñeó los dientes de vergüenza ante mi audaz acto de exhibicionismo y Enrique se puso colorado de la risa... Lo que me tuvo que aguantar ese santo varón.

La Señora González formó en mí el único hábito duradero que he tenido en mi vida: Terminarme mi plato de comida. Al grito de "En esta casa no se vale dejar nada", yo me cuadraba y apuraba lo que me sirviera hasta el último bocado. La Yoya era una mamá sustituta muy ruda y muy risueña, a la que jamás me atreví a contradecir. Al día de hoy yo sólo me sirvo lo que me como y mis hijas se mueren de risa cuando pongo la voz grave y grito muy decidida: Niñas aquí es como decía la Yoya "En esta casa no se vale dejar nada".

Con Asu hice pulseras de cuentas; con Paco barnicé cestas de mimbre; con Aurora aprendí a contar chistes y a dormir con las manos juntitas pa no tener pesadillas; Susana me enseñó a hacerme la coleta restiradita y a adivinar los colores de las Frescas; Merce a mascar chicle para abrir el apetito, y poder terminar mi platote de comida...

Dicen los pedagogos que los lazos que creas en tus primeros dos años de vida, nunca se rompen. Permanecen como referencias afectivas que te dan seguridad y estabilidad emocional. Yo no puedo presumir de estable, pero estoy segura de una cosa.... Si mañana, después de catorce años me invitara a comer con los González, yo me sentiría como llegando a casa. Segura y estable




martes, 15 de junio de 2010

LA PIÑA CON CHILE

La mami era una atenta observadora de paisajes y personas. Siempre buscaba un detalle del carácter del otro, con qué nutrir su fantasía.
Papá en cambió leía tanto, que no se enteraba demasiado de cómo eran los personajes reales de la novela en la que vivía. Era necesario irrumpir con fuerza en su escenario, para que notara a alguien y le regalara una sincera sonrisa y un cálido recuerdo.

Mi Perru fue una de mis pocas amigas que supo irrumpir con fuerza en la escena de mi padre, y su entrada fue recordada para siempre por El Flaco Amparán, entre cálidas sonrisas.

Perru era una niña hermosa, de tupida cabellera y perfecta postura. Tenía un aire trágico de aristocrática en apuros, proyectado en su solemne andar y esa mirada enigmática, un poco rabiosa y un poco nostálgica. Podía ser en extremo ruda y en extremo sensible. Todo dependería del color de la circunstancia.
Si tenías suerte y te quería, te abrigaba bajo su ala. Si no, mucho cuidado, terminarías bajo sus garras.Yo tuve suerte, a mí siempre me quiso y me cuidaba.
Perru forjó su caracter lidiándo con dos hermanos menores: Pillolisto y Muñequita.
Pillolisto era, como su nombre lo indica, más listo que el hambre y el hacedor de diabluras más rápido de la Sierra tarasca. Sólo con reflejos de liebre podías sobrevivir a sus jugarretas. Yo como era lenta, siempre terminé su víctima y de todas sus diabluras, la más lamentable fue cuando me corrió la cortina del baño mientras me duchaba en su casa. Abrió y cerró la cortina con tal velocidad, que para cuando grité el ca... ya estaba en la casa del vecino, dejándome como una loca lunatica inventa cuentos.
Muñequita no sabía hablar en esa época, pero ya daba tumbos con pose de amazona, anunciando el porte con el que recorrería en el mundo, posiblemente montada al  lomo de un caballo.
A Perru y sus hermanos se les imponía una dieta rigurosa, ausente por completo de chatarra y basura. Tras cada alimento debían tomar un vaso de leche. Para el luch del colegio, llevaban unos barrilitos de plástico color madera, en los que transportaban huevos duros ó zanahoria en varitas, con un poco de limón.

Perru odiaba los barrilitos y su energético contenido así que algunos días, prefería pasar hambre que comerse su huevito.

Uno de esos días, al salir de clase, la pobre niña moría de calor y de hambre. Mi Padre fue a recogerme del cole y Perru nos siguió con la mirada. Cuando vió que nos deteníamos en el carrito de fruta de la esquina, se acercó sigilosa, esperó a que pagaramos una rebanada de piña con chile y entonces dijo:



- Señor  Amparán- extendió  su manita izquierda  simulando la piña y con la derecha haciéndo las veces de cuchillo, hizo el gesto de partirla a la mitad- ¿Michas?- terminó guiñando sus ojitos.



El Flaco soltó la carcajada. Le causó tanta gracia, que hubiese querido invitarle una entera, pero nunca traía muchos pesos en la bolsa, así que pidió al frutero que la partiera, tomó un papelito de estrasa extra, y le entregó a mi Perru su "micha".



Mientras estuve en el convento, podía visitar a mis padres tres días al año. Dedicábamos siempre un par de horas de nuestras preciadas setenta y dos de convivencia, a recordar historias. Así fue hasta que sus pulmones se encogieron y fue a dar al hospital. Y ahí en su cama, esperando salida para su último viaje, hicimos cacho para nuestro juego de anécdotas, y por supuesto recordó, con sonora carcajada, aquel medio día en que la Perru hizo de su mano un cuchillo y le dijo con su solemne vocecita:



- Señor Amparán, ¿michas?



xx

lunes, 14 de junio de 2010

SOBREVOLANDO LA FUENTE

Me monté por fin en mi avioncito y apenas arriba, empecé de nuevo a tensarme. DjCarrusel se dió cuenta y generosamente decidió volar conmigo para evitar accidentes.
La Bella Pléyade y Ciberdor se elevaron cual mariposas y se fueron a revolotear por el jardín, admirando los colores de las flores, los matices de verde de cada rama de pasto... Jugando con la luz del sol a encontrar infinitas posibilidades de iluminación y reflejos... Se las oía reir y moverse buscando atrapar los rayos de luz que iban encontrando.
Mientras tanto, yo seguía con problemas para despegar... mis nervios se convirtieron en una masa aplastante de aire denso, que me impedía elevarme. Cada metro avanzado era seguido por una fuerte turbulencia, que amenazaba con echarme por tierra. Fue la infinita paciencia y pericia del buen DjCarrusel, la que logró que por fin alcanzara la altitud mínima requerida para hacer mi primer vuelo.
Empecé a planear y mis oídos se volvieron supersónicos. La música elegida por mi instructor proyectaba vida propia, de suerte que no sólo disfrutaba su vibración, sino que me nutría de  su energía, como si estuviera comiendo un exquisito manjar. Su onda se convertía en hermosos colores, que iluminaban mi vista y estallaban convirtiéndose en diminutas estrellas.

 Absorta en mi laberinto de ondas multicolor, no me había dado cuenta de que tenía los ojos cerrados y no planeaba. DJ me invitó a abrir los ojos y a planear un poco, asegurándome que el movimiento me daría posibilidad de descubrir aún más bellos paisajes y sensaciones. Pero yo no deseaba moverme más, en parte por que aún tenía un poco de miedo y en parte porque estaba disfrutando mucho la película proyectada, en el curso de vuelo que llevaba.

Mi copiloto sonrió ante mi testarudez y decidió dejarme hacer. Prendió un cigarrillo delgadito y me invitó una bocanada. Se mantuvo a mi lado, pero ya no lo escuché guiarme ni darme indicaciones.

Seguí flotando y entonces encontré una cueva enorme, que se elevaba junto al mar. Dirigí mi vuelo para meterme en ella. Era alta, obscura y profunda. Yo cortaba su negra neblina conforme avanzaba, sintiendo como me abrigaba su noche húmeda. En eso sentí que un viento me empujaba, acelerando mi vuelo y ahí la cueva dió paso a un cráter altísimo,  en el que la niebla era roja y amarilla. Pude ver una explanada circular, con una fuente de fuego en el centro marcando su eje. Figuras danzantes, empezaron a salir, todas  con siluetas familiares para mí: Una pareja de sombras parecida a mis padres, un flaco larguirucho semejante a mi marido, una guapa curvilinea muy igual a la exnovia de mi marido... Los danzantes se deslizaban por las paredes del cráter en torno al fuego, hasta reunirse todas frente a mí, fundiéndose unas con otras para dar volumen a una enorme cucaracha, que salió a paso lento, directo hacia mi,  dispuesta a envestirme.
Al ver al terrible bicho venir frente a mí, yo no sentí miedo alguno, me quede quieta observándolo a detalle: Sus ojos  tenían una mirada tan directa, que parecía estar furiosa; las antenas vibrantes bien orientadas, marcándole el camino; el caparazón brillantísimo, duro y de apariencia impenetrable...
El rudísimo bicho atravesó la fuente de fuego, sin que crujieran sus patas, y apuró el paso para atacarme de frente.

Permanecí inmóvil, sin siquiera cubrirme el rostro cuando se lanzó sobre mí. Justo en el momento que me creía atrapada entre sus asquerosas patillas rasposas, la cucaracha explotó fragmentándose en miles de cucarachitas de color púrpura, verde, azul, rosa y rojas, que invadieron velozmente todas las paredes del cráter.

Corrían ágilmente buscando la boca del cráter para salir. Lograron formar un camino por el que desfilaban una tras otra. Yo decidí seguirlas y ahí pude ver como se despeñaban por un río de lava que las arrastraba a todas lejos, lejísimos de mí.

Un aleteo llamó mi atención hacia arriba. Era un cupido travieso y gordinflón que me guiñó el ojo arrebatándome una sonrisa. Me invitó a seguirlo y desapareció en un click, pero se le voló una pluma de sus alas y adiviné su ruta. Me lancé tras él con mirada curiosa. El cupido gordinflón revoloteaba a placer, subiendo, bajando, girando en círculos y haciéndo vertiginosos descensos que acombañaba de sonoras carcajadas. Yo reía igual, tratando de llevarle el paso, hasta que lo ví detenerse flotando sobre una fuente de agua hcristalina de la que bebía... Logré darle alcance ahí mismo, también tenía sed y bebí con él. Empezó a salpicarme y entonces escuché la voz de DJ.

Estábamos ya tocando la pista de aterrizaje. Al bajar del avión me dí cuenta que pesaba menos, mi andar era ligero y tenía la cara tiesa de tanto sonreír.

domingo, 13 de junio de 2010

LA FUENTE

Despedir el año 2000 y saludar al 2001, fue un evento singular. Ese año en lugar de cena, parranda y gentío, tuvimos comida con sushi a los pies de una plácida fuente y una íntima fiesta de sólo cuatro personas que duró exactamente doce horas.
Los cuatro en cuestión éramos, La Bella Pléyade, DJ Carrusel , CiberDor y por supuesto su Chiu servidora. Cuatro puntos cardinales dispuestos a tener un mitote psicodélico, cada uno venido desde su diametralmente opuesta realidad:
La Bella Pléyade, era la señora de la casa en la que tendríamos la fiesta. Su nave nodriza la dejó en este planeta dotándola de manos creativas, con las que cultivaba un hermoso jardín multicolor, pintaba sueños y cocinaba diversas delicias tedescas y catalanas. En sus ratos libres volaba parapente en Valle de Bravo
DJ Carrusel, su marido, poseía un oído prodigioso, que sabía poner al servicio de la concurrencia para crear elevados ambientes musicales, en los que volábamos ligeros y extasiados todos. En sus fines libres le gustaba descender los rápidos en Veracruz.
CiberDor, era mi pícara complice sonsacadora . La muy sinvergüenza traía por hobbie en esas fechas, ligar galanes cibernéticos de paises distantes. Para aumentar su popularidad y protegerse, les daba mi nombre... Bien sabido que mi nombre se usa en todas las películas para nombrar a chicas de vida galante, al escucharlo  la imaginaban elástica y sensual y arrasaba en el chat...
Como en la vida real también era elástica y sensual, cuando salíamos de antro también arrasaba con los galanes reales, aún con su nombre de niña buena.... dejando a la pobre portadora del putinombre nomás mirando, tanto en la red  como en la pista...
CiberDor en sus mañanas libres practicaba paracaidismo amarrada en tandem de un tal Tona.
Por último la Chiu, cuya mayor hazaña en la vida había sido vivir enclaustrada en un convento por ocho años y lo más parecido a la experiencia de un deporte extremo fue una turbulencia violenta sobrevolando los Alpes, un viaje de Frankfurt a Roma.
Fue la metichez, más que la osadía, lo que me orilló a participar de aquella singular reunión, pero tuve necesidad de mucha ayuda para lograr disfrutar el viaje.

Las indicaciones de nuestro capitán, DJ Carrusel, eran claras. Antes de despegar había que comer bien e hidratarse adecuadamente. El ánimo para emprender el vuelo debía ser de gozosa relajación...

La Bella Pléyade notó que yo estaba todo menos relajada y DJ Carrusel empezó su labor de adiestramento de vuelo.

Con su clarísima mente me fue explicando todo el plan a detalle. Se sentó frente a mí y se encorvó un poco, logrando así guiarme con la mirada. Una vez seguro de haber conectado con mi Chiu consciente, empezó:

- Lo que vamos a hacer ahora es elevarnos en estos avioncitos que ves aquí- los apuntaba con la mano- me los vendió un amigo de toda mi confianza. Estos aviones se inventaron para  dar cura a las personas que sufren un extraño transtorno, llamado "Letargo Auto Destructivo". Es por eso que, una vez que  hayamos  despegado, tendrás oportunidad de apreciar el paisaje que elijas, en toda su vibrante belleza. Es como si nunca antes hubieras visto o conocido, cualquier objeto ó persona en la que fijes tu mirada. Experimentarás con los sonidos y las texturas. Incluso si una idea cruza tu mente, podrás abordarla desde un ángulo completamente nuevo. 

 Una vez desmenuzados  los beneficios del vuelo en el mentado avioncito azul, sonrió levemente y me preguntó:
- ¿Quieres volar?

Estabamos todavía  a un costado de la fuente. Me quedé mirando su agua saltarina, las Hortensias coloridas que la rodeaban, los poros de la cantera húmeda. Me pareció hermosa y ahí lo decidí. ¿Por qué no? Me encontraba en grata compañía y con instructor de vuelo personal... ya era hora de aprender a pilotear aviones y ver el mundo desde arriba.

Me levanté de la silla, tomé mi botella de agua y me metí al avión.

Continuará...

viernes, 11 de junio de 2010

LA VIKINA

Cuando era pequeña, todos los días a las ocho de la noche, sonaba en el televisor la música de La Vikina y yo corría a plantarme enfrente, para ver la Serie Animada de Cantinflas... En la introducción, nuestro amado mimo, hecho caritatura, iba siguiendo a una Maja de estrecha cintura, anchas caderas, porte altivo, boquita de corazón y rizada cabellera color azabache.



Cuando yo veía ir a Cantinflas dando brincos detrás de ella, pensaba que esa mujer era sin duda, la mujer más hermosa del mundo... Nunca imaginé que, a la vuelta de los años, me la toparía de frente un día y  llegaría a ser, casi mi hermana.



Llegué a Cancún un Agosto del 2001 y tras semanas sin conseguir trabajo, finalmente me dieron el dato de una empresa que tenía sus oficinas en un palacio maya... Llegó al registro junto conmigo la preciosa Vikina. Yo no la reconocí de inmediato porque llevaba los rizos atados en una coleta y un blusoncito olgado que ocultaba su cadenciosa cintura. La boquita de corazón me pareció familiar, pero no logré relacionar de dónde me sonaba.



Por azahares del destino, las dos fuimos asignadas a la misma locación de trabajo. Nos sentábamos en unos módulos que nos ponían frente a frente. A mí me parecía una chiquitina muy hermosa, pero como el reglamento mandaba traer el cabello recojido, y el uniforme era un traje cuadrado sin forma.... yo seguía sin descubrir su verdadera identidad.



Me intrigaba esa rara unión de chispa y místerio que convivían en ella; la simpatía y frialdad contrastantes que la caracterizaban, pero no lograba identificar cuál era su nombre. Pasaron los años y nos fuimos haciendo amigas de a poco.

Después de mi divorcio, se me quedó viendo un día sin decir nada, y al Viernes siguiente me estaba invitando a irme de fiesta con ella. Yo accedí de buena gana y en un dos por tres, nos montamos en un tren de vida coqueto, divertido y sumamente aleccionador.

Una de esas noches, salió son sus rizos sueltos, una minifalda ceñida y altos tacones. Caminaba por el antro arrancando suspiros y recogiendo las babas de los que la veían pasar. Cuando empezaba a bailar, dos que tres se caían en la pista, infartados de la emoción. Ella apenas y los miraba; cadenciosa se abría paso sobre de ellos y seguía ligera su vida... Entonces la descubrí: Se alejó caminando a la salida, dejando los rizos flotar y llevando el ritmo de la música con el vaiven de sus caderas. Detrás de ella, varios Cantinflas lampareados, tropezaban en su paso, queriéndola alcanzar, sin conseguirlo.

"Altanera, preciosa y orgullosa...", sonó el mariachi con la voz de LuisMiguel y en ese momento supe por fin su nombre:  Era La Vikina

Hermosa por fuera y por dentro, La Vikina se convirtió en mi complice inseparable, fiel compañera y sabia maestra. Tras varios meses de correrías juntas un día me dijo:

- Cuando te encontré después de tu divorcio, apenas logré reconocerte. Te sentías, triste, fea, amargada... quedaba poco de tí en ese cuerpo. Por eso decidí sacarte de tu cueva y sacudirte la polilla. Ahora has recuperado tu chispa. Pero si alguna vez vuelves a pasar por algo, que amenace con robarse tu escencia, no esperes a que otro venga y te rescate. Dale la espalda a las malas experiencias y empieza pronta a hacer recuento de las buenas - En ese momento me miró con cierto enojo y añadió- La verdad Chiu, ponte a pensar, si alguien aquí tiene una larguísima lista de buenas experiencias y bendiciones que enumerar en su vida, ésa eres sin duda Tú.

La verdad me molestó un poco que me lo dijera en ese tono. Mi enojo fue tal que decidí demostrarle que se equivocaba. Me senté en el escritorio y dividí una hoja en dos columnas. La columna de la izquierda enlistaba las malas experiencias y decepciones sufridas, mientras que la derecha hacía recuento de las buenas.

Lamenté el resultado, que arrolladoramente le dió la razón a La Vikina. La primer columna como mucho llegó a la mitad de la hoja. La segunda necesitó casi un cuaderno entero.

Por alguna morbosa razón, los seres humanos tendemos a archivar con celo todo lo malo que nos pasa en la vida, dando campo al fatalismo perezoso, a la eterna justificación que vuelve a las circunstancias culpables de nuestros fracasos o infelicidades. Pero ¿y qué hay de las buenas circunstancias? ¿por qué no están presentes en el centro de nuestra vida, motivando nuestra voluntad a alcanzar lo que desea y a nuestro corazón a disfrutar el viaje?

Por cada palo recibido hay siempre de diez a cien caricias; por cada lagrima mil sonrisas. Cambiar el enfoque es tan sencillo como enumerar lo bueno. Ayudar a la morbosa memoria, sacar el balance y responder con gratitud a la Vida, con alma de fiesta.

La dueña de la hermosa cabellera y labios de corazón me enseñó a mí lo simple que era. Lección por la que le estoy eternamente agradecida.

Una noche meses después, llegó un viejo Gandalla y se robó a la Vikina, llevándosela muy lejos y dejándome sin compañera de correrías... más no sin fiesta porque la chica misteriosa me dejó la receta para gastar mis días con garbo y picardía.

jueves, 10 de junio de 2010

CARTA A MI LUNA

Mi Luna querida,
Ayer me preguntabas cómo descubri la razón de mi manera de reaccionar, refiriéndote a mi actitud autoboicoteadora, en mi romance frustrado con Spiderman...
Es una pregunta muy complicada y me gustaría dar una respuesta simple...
Cuando tú eras una hermosa bebita de cabello enrulado, ibamos a menudo juntas a la playa. Tu mamá con su simpática plática, tu papá cámara al hombro, Ye. en pañales, y todo el primerío.
Una de esas mañanas, tu papi me enfocó con la cámara y quizó grabarme en video... cuando yo me dí cuenta, sentí muchísima pena. Me empecé a encojer y para esconderme detrás de alguien, te tome de la mano y empecé a hablarte sin ton ni son.
Tu desde entonces eras una bebita muy hermosa y segura de ti misma. Caminabas siempre herguida y arqueabas la ceja cuando alguien te hablaba. Siempre serena, no regalabas a quien fuera tu sonrisa... si alguien te agradaba, te acercabas con tu porte de princesa, te quedabas escuchando lo que decían y entonces te integrabas al juego.
Te preguntarás qué carambas tiene que ver esto con la respuesta a tu pregunta. Sencillo: Habemos personas que nacemos con una necesidad desmedida de agradar a otros. Nuestro afán por caer bien o ser buenos, a los ojos de los demás, es tan grande, que nuestra sóla persona no nos parece suficiente cuando el lente nos afoca... Nos encogemos, nos escondemos, ó huímos al no comprender que, jamás agradaremos a nadie si primero no nos agradamos a nosotros mismos...
A mí me tomó muchos años aprender lo que tu sabías tan bien con tres añitos: Lo importante es que el otro me agrade a mí. En la medida que el otro me agrada, me estoy respetando a mí misma y ese es el indicador principal de que vamos en buen camino.
Desconfía de cualquier relación, del tipo que sea, en la que te esfuerces de más por agradar a otro, te estás traicionando a tí misma en algún punto. Estás sobre actuando, como yo lo hice esa vez en la playa, al descubrir la cámara de tu pa.  
Disfruta serena las relaciones en las que, con calma te acercas y empiezas a interactuar, sin mayor esfuerzo que el de seguir siendo tu misma...gozándo la toma, conectando con el lente.
Spiderman era un chico muy maduro, centrado. Tenía un plan de vida, una carrera bien trazada. Era prudente, respetuoso y me quería tal cual era. Yo me sentí poca cosa para él y preferí huirle... me hacían falta aún muchas horas frente al espejo, hasta descubrirme en él tan centrada, madura y capaz como para ser su pareja. Su igual...
Spiderman me concedió el deseo que le expresé aquella tarde, permaneció en mi vida como un hermano entrañable... No nos vemos por obvias razones, pero si alguna tarde me ofusco y necesito su cerebro, generoso me lo presta para que solucione mis problemas. Jamás ha hecho nada por mí, pero siempre me ha ayudado a entender cómo puedo hacerlo yo sóla.
Creéme Lunita que, si uno de estos días, se atraviesa por mi vida un hombre de su misma estatura, o mayor, ya no huiría...  haría como tu cuando beba. Si observándolo con calma veo que me agrada, me acercaré, escucharé lo que dice y me integraré al juego.

Lovya Moonwalker!

martes, 8 de junio de 2010

EL TIO POLO

¿Alguno de ustedes ha tenido un tío fantástico, al que quieran, le teman y regañen al mismo tiempo? Yo sí, era mi tío Polo, el hermano mayor de mi mamá.
Leopoldo Araujo E., era un tipo grande y fuerte, amante de la cuba libre y los poemas de Martí. Le gustaba tomar largas duchas, afeitarse con cuidado y salir bien perfumado a comer su desayuno. En la época que yo lo conocí, desayunaba Muesli con All Bran, un Muesli delicioso que traía del "otro lado" y yo me robaba de puño en puño cada tarde.
Leía el periódico todos los días y estaba al tanto de todos los chismes del Sindicato, como correspondía a su oficio.
Cuentan que tenía su lado oscuro, y no lo dudo, pues era de carácter impositivo. En lo personal nunca me tocó experimentar los efectos de sus sombras. Afortunadamente para mí, el tío Polo fue como un regalo de no cumpleaños permanente.
Pocas cosas tan emocionantes, como abrirle la puerta al cartero y recibir una caja con remitente de Tampico o Laredo. Sus paquetes, impecablemente forrados y rotulados,  venían cargados de un juego de sorpresas, siempre bien equilibrado. A mi tío le gustaba pensar en todo.
Primero los dulces, claro está, para que no se aplastaran y porque es lo que más ilusión hace a cualquier niño: Miniaturas de Hershey´s, Kisses, laminillas de chocolate y menta, conitos de dulce de maíz encendidos en colores naranjas y amarillos, Whatchamacallits y otras muchas delicias más.
Después del dulce, los juegos o cuadernos de iluminar, con su correspondiente estuche de crayolas ó colores para que quedarán más bonitos.
Por último la ropa, siempre había alguna blusa o short que estrenar gracias al Tío Polo.
El regalo, tan completo y frecuente, era en sí mismo todo un festejo, pero si pensamos que todo lo que mandaba eran cosas "gringas", en tiempos pre-tratado de libre comercio, para una niña michoacana alejada de la frontera, pues el gusto era aún mayor.
Podía presumir con mis amigas de tener cosas "Americanas". Mejor aún, si la ambición me picaba, hasta podía convertirme en Dealer Chocolatera, pues pocos en ese tiempo tenían posibilidad de vender, a diez pesotes, barras de  Milky Way, Baby Ruth o Almond Joys originales.
Yo agradecía a mi tío por carta, cada regalo que me mandaba, cartas que él siempre contestaba sin demora. Así, se nos hizo la costumbre de mantenernos comunicados por correspondencia.
Cuando me fui al convento, pensaba a menudo en mi buen tío. Le recordaba hinchado de orgullo haciendo recuento de las muy variadas cualidades, logros y reconocimientos obtenidos por sus hijos. 
Tenía cuatro hijos y una historia que contar de cada uno para cada día de la semana. Detrás de cada anécdota, se le escapaba un suspiro muy hondo que terminaba con muchos Mis: ¡Mi hijita tan chula!; ¡mi hijita tan guapa y fregona! ; ¡Mi hijito tan brillante! ; ¡Mi hijito tan inteligente y ca...!
Por circunstancias de la vida, yo sólo conocía a mis primos a través de los suspiros del tío Polo y por supuesto tenía claro que, quién sabe quiénes eran esos huercos, ¡pero eran unos primos chingones!
Mientras estuve en el convento, ante la imposibilidad de entender mi propia vida, decidí buscarle soluciones a la vida de mi tío. ¡Ay la paciencia que me tuvo con tanto sermón! Seguramente habrá pensado, que me había vuelto una monja insufrible, como casi todas las monjas de la tierra: Poseedora de la verdad y criticona. Sin embargo disfrutábamos de nuestra mutua compañía epístolar y él sabía que, en mi petulancia monjil, siempre iba enredado un montón de cariño.
El día que murió, pedí dinero prestado a un amigo, y me lancé a Tampico a darle un último beso. Ahí conocí finalmente a mis primos, los cuatro juntos de zopetón, acompañados de la hermosa Angelina.... Resultaron muy parecidos a lo que imáginaba y aún más simpáticos.
Al verlos pensé que la vida es un mundo de remolinos y espirales, en el que muchas veces no logramos dar lo mejor de nosotros a quienes debemos y terminamos enmendando nuestros momentos de ceguera con otros.
Nadie sabe cómo ni cuándo le tocará su momento de madurar, lo que todos deberíamos saber, es que la vida es infinita y generosa. Siempre pronta a regalarnos una nueva oportunidad para darnos a otros y ayudarlos a crecer. Como a mí se me dió y me creció mi fantástico tío.
Lo sepultamos una tarde en Tampico, y al limpiar su habitación, "alguien" por ahí encontró un folder en el que guardaba mis cartas. Cuando me extendieron la mano para entregarme el paquetito, reconocí su olor y se me antojó pensar, que de tarde en tarde, leía mis sermones y me regalaba un suspiro, con uno de sus "mis" tan suyos.
Quizás suspiraba: ¡Ay mi sobrinita tan mocha!