"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



miércoles, 16 de junio de 2010

LA CASA DE LOS GONZALEZ

Ser hospitalario y buen anfitrión, es un arte que pocos dominan a la perfección. Es esa magia envolvente que hace sentir al visitante, como en su casa. En ocasiones hasta más a gusto que en Casa.

No tiene mucho que ver con el espacio físico, es más bien una cuestión energética. Yo en la casa de Los González, me lo pasaba siempre tan bien, que invariablemente lloraba cuando tenía que irme.

Mi casa encantada estuvo en tres direcciones diferentes, en tres ciudades distintas y fue mi refugio en tres etapas muy contrastantes de mi vida.

Estando con ellos me sentía muy felíz y no tenía empacho en hacer lo que me viniera en gana... Fue mi primer paseo de bebé y mi último paseo con mis padres, antes que dejaran el planeta. Lo conocían todo de mí y nunca me dió temor ser juzgada o perder su amistad por mis locuras. Era zona segura, era mi otra casa.

Los Gonzalez eran siete y cada uno de los siete eran amigos de mi papá, de mi mamá y míos. Nos querían a los tres y nosotros los queríamos a cada uno de ellos. Eramos el nudo perfecto.

El Señor González me dio a probar mi primer trozo de Queso Cotija, mi primer sorbo de Mezcal y tuvo que ser mi expectador cuando modelé en público mi primer bikini: "Mira Enrique, ya tengo Brassier"- le grité una tarde cuando regresaba a casa, su casa, con mi padre. Y salí corriendo a enseñarle mi bikini negro con cuentitas. Yo era una niña muy igualada y a todos los amigos de mis padres los llamaba por su nombre. Hablar de usted ha sido el idioma más dificil de aprender en mi vida. Papá casteñeó los dientes de vergüenza ante mi audaz acto de exhibicionismo y Enrique se puso colorado de la risa... Lo que me tuvo que aguantar ese santo varón.

La Señora González formó en mí el único hábito duradero que he tenido en mi vida: Terminarme mi plato de comida. Al grito de "En esta casa no se vale dejar nada", yo me cuadraba y apuraba lo que me sirviera hasta el último bocado. La Yoya era una mamá sustituta muy ruda y muy risueña, a la que jamás me atreví a contradecir. Al día de hoy yo sólo me sirvo lo que me como y mis hijas se mueren de risa cuando pongo la voz grave y grito muy decidida: Niñas aquí es como decía la Yoya "En esta casa no se vale dejar nada".

Con Asu hice pulseras de cuentas; con Paco barnicé cestas de mimbre; con Aurora aprendí a contar chistes y a dormir con las manos juntitas pa no tener pesadillas; Susana me enseñó a hacerme la coleta restiradita y a adivinar los colores de las Frescas; Merce a mascar chicle para abrir el apetito, y poder terminar mi platote de comida...

Dicen los pedagogos que los lazos que creas en tus primeros dos años de vida, nunca se rompen. Permanecen como referencias afectivas que te dan seguridad y estabilidad emocional. Yo no puedo presumir de estable, pero estoy segura de una cosa.... Si mañana, después de catorce años me invitara a comer con los González, yo me sentiría como llegando a casa. Segura y estable




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