"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



martes, 27 de julio de 2010

OJOS DE MIEL

Nunca nos pondremos de acuerdo sobre la sinceridad de la amistad entre hombres y mujeres. Aquello del deseo pasivo siempre hará sombra entre los amigos de distintos sexos, si eres hetero ¡claro!




A mí me gusta pensar que el deseo va mucho más allá del sexo, como dice la Sombra, es un asunto de complicidades. El deseo nace y se alimenta cuando encontramos eco a nuestras inquietudes y anhelos en el amigo. La atracción hace onda en esas afinidades, a veces con rebote y otras como salto al vacío; como quien dice, unas veces correspondidas y otras ignoradas. Cuando son correspondidas los amigos se vuelven amantes; cuando son ignoradas, los amigos siguen siendo amigos o incluso se convierten en hermanos.


En vistas de que vivimos en una sociedad oficialmente monógama, desarrollamos numerosas tácticas para ignorar las atracciones. Si somos muy hábiles, construimos fórmulas para corresponderlas sin concretarlas, de ese modo cumplimos con nuestros preceptos y disfrutamos de inocentes coqueteos que alimentan nuestro ego o incluso nos hacen compañía por el hecho de comprender "eso" de nosotros que muchos, incluso nuestras parejas, no comprenden.


Esta última forma de amistad fue la que yo tuve con mi Ojos de Miel, un adorable chiquillo que se apareció en mi colegio en el último año de primaria. Coqueto, sociable y ruidoso, estaba demasiado pendiente de ser él mismo cómo para fijarse si con eso molestaba a alguien. Ese natural desparpajo, aunado al cargo público que ostentaba su padre en el pueblo, le ganaron la antipatía de muchos y la envidia de otros.



Las antipatías no hacían mayor mella porque, o cedían con el tiempo al roce de la convivencia, o simplemente eran ignoradas sin problema. Las envidias eran más cizañosas, sobre todo cuando eran adultos los que las manifestaban.



Con el pretexto de que Ojos de Miel era travieso e inquieto, algunos profesores se la tomaban contra él, haciendo sus sanciones tan viscerales y desproporcionadas, que hasta sus menos amigos descubrían su verdadera causa. Y si bien a mí me cayó bien el flaquito desde siempre, cuando aquellas revanchas sociales lo convertían en su blanco, yo saltaba como leona defendiéndolo, apoyándolo o atestiguando en su defensa según fuera necesario. A la Mami, que también quería al flaquito, le caía en gracia ver mis reacciones y siempre apoyaba mis cruzadas. Incluso creyó que terminaría de abogada algún día, al ver lo en serio que me lo tomaba.



Fueron esas andanzas de defensa de derechos infantiles, las que nos volvieron más amigos. De ahí en adelante hicimos un pacto de mutua protección que mantuvimos a pesar de tiempos y distancias, hasta hace no mucho cuando una jugarreta del destino nos obligó a romperlo.



Nuestros roles de mutuos protectores tenían matices muy distintos. Yo opté por ser su oreja, escucharlo y aconsejarlo cada vez que necesitaba desahogarse, por lo general después de algún castigo adquirido por sus muy variadas diabluras. Y pueden creerme, eran muchas.



El en cambio, siempre buscaba hacerme reír y subirme el ánimo. Le daba risa que me tomara la vida tan en serio y le desesperaba que fuera tan desaliñada.



- ¡Péinate Chiu! Fájate la blusa, súbele un poco a la falda... Eres una hippie guandajona, lástima de cara-.


La última parte de la frase la metía para suavizar un poco sus regaños. Menos mal que me quería el canijo, sino imagínense cómo me hubiera tratado...



A mí la verdad me halagaba que llamara mi atención hacia esas cosas, como el tempranillo había andado de novio desde preprimaria, sabía mucho de muchachas y sus consejos tenían base. El niñito guerroso de ojitos dulces, tenía prisa por ser hombre y las mujeres son un tema importante para cualquier puberto que desee dejar de serlo. La experiencia en seducción es el trofeo más prestigiado, en el competido mundo de los machos.



Le conocí novias mucho mayores que él y también algunos años más chicas; del mismo salón, del salón de al lado, del colegio de enfrente y de otros estados. Tenía debilidad por las niñas del Salesiano... todos los colegios de niñas despiertan la curiosidad de los muchachos con doble interés, eso es ley aquí y en China.

 
Cuando me desaparecí del mundo nos perdimos mutuamente la pista, con tan buena suerte, que justo durante los meses que me mandaron de Roma a al DF a hacer prácticas, me lo encontré camino a Uruapan en un camión de ETN. El también estaba interno, pero no por monje sino porque había ingresado a la academia militar. Se veía guapísimo con su uniforme de gala y la eterna sonrisa pícara que le asomaba siempre en la mirada. Aprovechado que la corrida no iba llena, nos acomodamos en asientos contiguos y nos chutamos las cinco horas de viaje poniéndonos al día de nuestras vidas.




Para no perder la costumbre desahogó conmigo todas las peripecias de su año de novato y las impresiones de las duras pruebas de la disciplina militar. Recuerdo que yo me quedé tan angustiada, que me quité la cruz que llevaba al cuello y le pedí que se la llevara. Era una cruz pequeñita de oro, sin Cristo, con unos remaches en forma de cuerda justo en el centro. Cuando se la dí me tranquilizó con su tono acostumbrado:


- Está bien me la llevo, pero no es para tanto. No te angusties yo ya estoy acostumbrado, después de todo hay que formar el carácter o ¿no?



Como yo en aquel tiempo todo lo solucionaba con cruces, me despedí tranquila y me contenté con recordarlo de tarde en tarde en mis oraciones.


Un par de años más tarde dejé de regalar cruces, enterré a mis padres y me mudé de nuevo al DF. Trabajaba en Insurgentes Sur, muy cerca del World Trade Center y todos los viernes me gustaba comer Sushi en un restaurante de Galerías Insurgentes, unas seis cuadras más al sur de donde yo estaba. Para ir, comer y regresar a tiempo, lo más rápido era tomar el bus que pasaba frente a la oficina y cruzaba justo frente al restaurante. Ahí iba yo colgada como chango del pasamanos, despeinada y con la blusa sin fajar, cuando Paty me dice:


- Chiu, enderézate mira. Un chico guapo mirándote a las siete en punto.

 
Más pronta que un rayo, me pasé la mano por el cabello tratando de acomodarlo y le puse a mis ojos mi mejor sonrisa para mirar hacia el punto indicado, cuando escucho a mis espaldas:


- ¿Chiu? ¿Chiu Amparán?


- Sí - le contesté extrañada tratando de acelerar mi memoria para descubrir de qué antro conocía a aquél tipo.


- ¿No me reconoces? Soy Federico.


Mi Ojitos de Miel se veía muy distinto con cabello y traje, después de que mi último recuerdo de él era rapado y con uniforme militar. El cabello le había salido más oscuro y se veía un poco más flaco. Me dio mucho gusto verlo de nuevo, aunque mis esperanzas de ligue urbano se hayan frustrado en el instante. Alcanzamos apenas a intercambiar teléfonos y darnos un beso en la mejilla, antes de que llegara mi parada y el siguiera su camino hacia algún juzgado al sur de la ciudad.


Sé que nos vimos otra vez, aunque no recuerdo cuándo, porque me puso al día de todas sus conquistas, ahora catalogadas en Michoacanas, Regias, Chilangas, Españolas y aledañas. Me contó de sus peripecias políticas y sus pasiones de abogacía. Estaba contento y vibrante, lleno de aventuras e ilusiones. Esta vez no se desahogó de nada, estaba disfrutando cada instante.



Recordamos nuestras andanzas en los mítines de campaña de Macchío y las kermesses del DIF en La Pinera, comiendo aquellos mazapanes de soya asquerosos, que con tal de echarnos algo dulce a la boca, nos zampábamos igual.




Este último encuentro me dejó una sonrisa mucho más duradera que las previas. Mi adolescente amigo ya era un hombre y no adolecía de nada. Disfrutaba lo que hacía y tenía las piernas firmes para avanzar donde se le antojara, había formado carácter sin lugar a duda. Estaba pleno y así permanecería en adelante.


Cuando mis padres murieron, de alguna forma estaba preparada. La enfermedad que padecieron me había puesto en guardia. El dolor fue íntenso pero la sorpresa poca. Cuando supe que mi Flaco se había ido, me quedé por meses pasmada y fue después de semanas que me corrieron a mares las lágrimas. Y no por él, pues sé por lo que a mí me tocó y lo que cuentan los suyos, que disfrutó al máximo cada instante... me dolió por mí que no pude más abrazarle.


El consuelo que me queda es que la miel de sus Ojos era tan clara, que es fácil reconstruir su cara cada mañana soleada, cuando al mirarme al espejo recuerdo su tono de mando diciéndome:


- ¡Péinate Chiu!


Flaco, te quiero siempre :)











domingo, 25 de julio de 2010

EL LEGADO DEL CONVENTO

Aún no he reunido la madurez necesaria para entender por qué decidí ser monja y lo sostuve por ocho años. Buscando con mi psicóloga se nos han ocurrido muchas cosas, pero ninguna nos ha dejado del todo satisfechas.

Pudo ser la oportunidad de escapar de casa y del futuro incierto que se vislumbraba para mí, dada mi situación familiar. Quizás más bien fue la necesidad de pertenecer a un grupo y cobijarme en la seguridad colectiva tan constante y fiel en aquél grupo. Mis inquietudes idealistas por cambiar el mundo y marcar la diferencia, seguramente tuvieron qué ver. El natural espiritual de mi personalidad que encontró un ecco en el cuidado ambiente que creaba la congregación que me captó, también influyó. Roberta cree que fue un pretexto para viajar y conocer el mundo, posiblemente tenga razón... sólo Dios lo sabe.

Mi última directora espiritual, una psicóloga chilena que usaba a la par su mente y su fe en cada reunión, siempre me decía:
- Es raro tu caso. Indudablemente aquí hay un llamado clarísimo (con llamado se refieren a que sí hay intervención divina)- pero al mismo tiempo los años pasan y el don de la fe no te llega. A simple vista parece una contradicción, pero sólo el tiempo nos dirá cuál ha sido el propósito de tu estancia aquí estos años.

La buena PEZ como se llamaba mi guía, repitió este discurso en su mente por varios meses, los últimos meses de mi estancia en la congregación. Lo estudiaba con calma y cuidado; lo llevo a oración muchas veces. La razón por la que tomaba con tanto interés este punto, era porque la disciplina de la vida consagrada empezaba a hacerme daño, signo inéquivoco de que el viaje en medias y faldas tenía que terminar. Sólo había que estar seguras de qué era lo que más me convenía. A PEZ le asustaba tanto que pudiera dañar mi psicologia vivir una vida que no era para mí, como soltarme solita al mundo de repente, tras tantos años de invernadero. Su sincera dedicación por buscar mi camino real, es la razón por la cual siempre la recuerdo con cariño. Ahora está pasando una dura prueba pero sé que saldrá triunfante, pues para los que saben buscar, siempre se abren caminos.

Analizado con cuidado mi caso en ese entonces, las dos concluimos que la monjilez  no era lo mío y de algo servirían las lecciones aprendidas en aquellos muros. Fijamos la fecha de salida y antes de cumplirse, mi padre enfermó gravemente. Me montaron en un avión para que fuera a su lado y desde el momento que pise el hospital, se empezaron a revelar las razones por las que yo me había ausentado del mundo casi una década.

Contrario a lo que muchos pensarían, en la abadía moderna en que vivía, no aprendí a rezar, no memoricé las Sagradas Escrituras, no agendé días festivos y novenas, ni coleccioné Encíclicas Papales, rosarios y crucifijos. Y no es por que no me invitaran a hacerlo, ¡por supuesto que lo hacían!. Como en cualquier religión vivída a fondo, la programación neuroliguística incluía rezos, cantos, liturgias, rosarios, meditaciones guíadas, meditaciones silenciosas, lecturas bíblicas, retiros, encuentros, congresos, cursos, formas de hablar, citas que repetir a otros, testimonios que dar, almas que captar, evangelizaciones por ejecutar, símbolos que portar, etc, etc, etc...  (Era cansado, era cansado)

Sin embargo no fue nada de eso lo que guardé en mi alforja como alimento para el camino. Lo que sí guardé y me ha nutrido, fue el amor por la Vida con sus múltiples sabores, colores y fragancias; la esperanza en la prueba, que siempre trae hermosos regalos si logras resistirla; el hábito del trabajo, la eterna escuela que te pule, te crece y te premia; la gratitud como arma para abrirme paso adelante y la regla infalible de saber pedir ayuda, cuando se nubla la vista o me faltan las fuerzas. En pocas palabras la razón de mi incursión en la vida consagrada fue fortalecer mi cuerpo, mi mente y espíritu para enfrentar mi destino.

Estoy convencida que sin esos años de fogueo militar, enfrentar la muerte de mis padres me habría resultado el triple de pesado y doloroso.

A estas alturas de mi vida, debo confesar que no creo que ninguna religión transmita la verdad absoluta. De hecho no considero proporcional su buen impacto colectivo con la división, exclusión y fanatismo que pueden llegar a generar. Y al mismo tiempo sé, que sea cual sea la fe o ideología que uno profese, cuando lo haces con sinceridad y respeto a tí mismo, infaliblemente se traducirá en frutos de alegría y sabiduría para la propia vida.

El respeto a la libertad de mis hijas es la única promesa inquebrantable que pienso cumplir, pues sé por experiencia propia, que por muy loca que sea la excentricidad que uno elija vivir en las distinas etapas de la propia historia, mientras se haga con pasión y goce, será una experiencia edificante.





miércoles, 21 de julio de 2010

CIBERDOR

Nunca, hasta que nacieron mis hijas, había sido fan de las Navidades. Mi única ilusión en las fechas decembrinas era comerme una buena torta de Bacalao.... lo demás podría omitirse sin problemas. El año que siguió a la muerte de mis padres, mi natural espíritu Grinch antinavideño, se intensificó por obvias razones.



Ese 24 me llovieron las invitaciones por parte de todos mis compañeros de trabajo, para que pasara las fiestas con ellos. Hábilmente las fuí esquivando inventando una maraña de mentiras. Se dieron las siete de la noche y yo pensé que la había librado, cuando de repente, veo aparecer tras la puerta de mi oficina, a la astuta Ciberdor que se había escondido en el pasillo para cazarme en el último minuto y hacerme celebrar la fiesta en compañía.

Ciberdor era una jovencita con la más hermosa y versátil de las sonrisas... Era capaz de decírtelo todo con una sonrisa: si estaba contenta sonreía haciendo con sus labios una línea amplia y delgada, que le cruzaba toda la cara... cuando estaba pícara, su sonrisa era un poco más ovalada y cargada hacia su pómulo izquierdo, inyectándole una chispa a sus ojitos traviesos; si estaba aburrida, hacia una sonrisa invertida con los labios y con los ojos te decía "anda entreteneme"; si estaba triste... la sonrisa se hacía aún más delgada y larga pero no iluminaba sus ojitos picarones. Afortunadamente casi nunca la ví triste

Enojada sí... cada vez que nos ibamos de antro, es decir una vez por semana, se ponía furiosa cuando, al sonar alguna rola de Molotov, yo brincaba con mis enormes plataformas negras y caía toda sobre sus piececitos de princesa, descargando el peso de mis cincuenta y seis bofos kilos, hasta sacarel lágrimas de dolor.... sonreía enojada y me empujaba diciendo:

- Vete a bailar a otro lado Borbichiu!!! Deja de aplastarme... mmm. - y así repetía caaaada semana... El apodo de Borbichiu me lo puso un sábado en la tarde, cuando tras haber agotado todas las sodas de su despensa, decidí hacerme un trago con Dan-Up de Piña Colada y Bacardí Blanco... por qué no? Era una piñacolada un poco ácida, que igual me ponía alegre.

Ciberchiu se convirtió en mi amiga aquella nochebuena, que me pescó a la salida de la oficina para llevarme a festejar con ella contra mi voluntad. Desde esa noche se burló de mí, con gracia y yo se lo he permitido siempre de buena gana. La burlilla comenzó ésa misma Nochebuena, cuando camino a su casa, le pedí que pasaramos por unas medias. Lo único que quedaba en nuestra vía era una Mega atiborrda de gente histérica arrebatandose panes, vinos y refrescos... las únicas medias que quedaban en la estantería eran unas Dorian Grey color Juvenil, que contrastaban "lindo" con mi faldita rosa. Parecía una de esas muñecas de trapo, que traen las piernas cafes, la falda rosa, la blusa roja y la cara blanca... Una visión perfecta de Pinki Dinki Doo a mis 23 años. Menos mal que no había ningún chico casamentero en esa cena de Navidad, asi pude hacer el ridículo sin perder oportunidades románticas.

Pero mi imagen caricaturesa jamás se borrará de la memoria de Ciberdor, y siempre podrá sacarla a relucir para reñirme si la molesto en algo.

lunes, 19 de julio de 2010

CAMINOS DE VERANO

Cada año al llegar el verano, mi madre le cambiaba llantas a nuestro Vochito Blanco, lo mandaba afinar y lo cargábamos con un par de maletas de ropa y otra de guzguerías. La tercera era la que se trataba con mayor cuidado, pues su contenido llevaba tanta o más alegría a nuestros anfitriones, que nuestra llegada. Además se debía dejar un espacio vacío para completarla con las guzguerías del camino.

El primer día después de fin de curso, arrancábamos a eso de las seis de la mañana con destino a Tampico, el puerto en el que mi madre había crecido y dónde seguía viviendo su familia más próxima. La maleta de golosinas perfumaba todo el Vocho, ya que iba cargada de café de La Lucha, chocolate Moctezuma y longaniza casera, encargada especialmente para la ocasión en una carnicería de la calle Morelos.

Las rutas podían variar dependiendo del lugar en el que quisiéramos pernoctar para descansar del viaje: Si se nos antojaba pasar al Teatro Degollado, tomábamos la ruta de Guadalajara, que era la menos frecuente, debido a que la tirada de Guadalajara a Tampico era mucho más larga que las otras dos; si nos daba antojo de queso, tomábamos la ruta de Pachuca para pasar a Palmillas por quesillos de hebra; si la idea era cenar enchiladas potosinas, comprarle a mi padre su tradicional queso de tuna y llevar a mi abuela chocolates de Constanzo, entonces la ruta era por San Luis Potosí

Cruzar cinco estados en un Vocho con una pequeña Chiu, retaba el ingenio de mis padres, que tras escuchar todo mi repertorio musical y varias rondas de "Basta", optaban por invitarme a darle forma a las nubes o descubrir curiosidades en el paisaje de los caminos que recorríamos... y era mucho lo que podíamos encontrar.

Mis rutas favoritas eran la de Pachuca y la de San Luis. La de Pachuca porque encontraba siempre más de diez tonos de verde en sus campos, contrastando con su tierra roja casi siempre húmeda y olorosa a fresco. El viento en Pachuca siempre despeinaba y hacía cosquillas aliviando el cansancio del viaje. Las veces que fuimos casi siempre estaba lloviendo y a mí la lluvia caer y el viento frío me hacían dormir plácida y profunda. La primera vez que entré a la Bella Airosa, sonaba el la radio la argentina voz de la Dúrcal y su "Gata bajo la lluvia". El parabrisas del vocho apenas lograba correr la cortina de agua que se desplomaba del cielo y al llegar al hotel un chaparrón helado me empapó todita. Desde ese momento tres ligas se formaron entre mi mente y Pachuca: la lluvia, el frío húmedo y la "Gata bajo la lluvia", siempre transportan mi espíritu a aquellas tardes perfumadas de tierra mojada de la capital hidalguense.

Al retomar el camino hacia Támpico, cruzábamos todo Hidalgo y el norte de Veracruz por unas hermosas carreteras angostas, que nos sorprendían de vez en vez con cascadas casi a pie de camino. Aquellas caidas de agua, nos regalaban un líquido purísimo de delicioso sabor, aunque algunos se empeñen en decir que el agua no sabe a nada.

La ruta por San Luis Potosí, no me dejó grandes recuerdos en su primer tramo, pero el camino que recorríamos de Querétaro a San Luis, especialmente si era de noche, se convertía en un viaje encantado plagado de fantasmas flotantes que danzaban en la oscuridad del desierto, haciendo las delicias de nuestras mentes calenturientas que iban tejiendo historias para cada una de las lucecillas parpadeantes que iluminaban la noche. Ojos de luciérnaga, cabellos de púas, cuerpos de cáctus y organos multiformes aparecían y desaparecían susurrando leyendas que viajaban con el viento de la noche. Cuánto miedo y cuánta emoción daba transitar ese tramo... la parte del viaje más esperada sin duda.


Tras descansar uno o dos días en la tierra natal de mi padre, comiendo granadas, persiguiendo palomas y coleccionando pétalos de Magnolias, salíamos de madrugada a la tierra de mi madre tomando siempre la carretera a Río Verde y a aquellas horas de la mañana era un banco de niebla espesisíma que nos cerraba el paso retándonos a adivinar el camino. A diferencia del emocionante terror que me inspiraban los fantasmas del desierto a la llegada, el miedo que me producía ir avanzando a ciegas aquél tramo, me dejaba muda de pánico. El premio venía cuando nos librabamos de la nube envolvente y yo me echaba a escondidas un chocolate Constanzo a la boca para premiarme por ser tan valiente. Nunca lloraba ni hacía escándalo, a pesar de estar fría de miedo, así que me merecía mi consuelo chocolatoso.

No recuerdo cuantas horas hacíamos en aquella travesía, pero mamá manejaba despacio así que debieron ser muchas,  eran horas amenas que despetaron mi gusto por los viajes y las largas travesías por tierra. Gusto que conservo hasta la fecha, pues pocas cosas tan placenteras como coleccionar paisajes y nubes multiformes mientras consumes los kilómetros de la carretera.

viernes, 16 de julio de 2010

PUEBLOS ENCANTADOS: PATZCUARO Y ZIRAHUEN

De los múltiples escapes de la rutina que podían realizarse desde Uruapan, ir por nieve a Patzcuaro ó por un jarro de mezcal para abrir el patetito y devorar un buen pescado blanco a Zirahüen, eran de mis favoritos.



Entrar a Patzcuaro era como cruzar el umbral de un universo paralelo. El lugar podía estar inundado de turistas y aún me parecía que estaba vacío, algo en ese airecillo helado de Patzcuaro volvía a la gente invisible y despertaba los sentidos para conectar con aquellas calles adoquinadas, bordeadas de guapas casas coloniales, tan acicaladas, que era irresistible no acercarse a su portón para que te contaran su leyenda.

Gigantes solitarios, rebeldes expulsadas a tirones de sus habitaciones para llevarlas a fatídicos destinos de ajusticiamiento público, amantes frustrados muertos a causa de corazones rotos ó Penélopes  esperanzadas que agotaron sus días esperando al que nunca volvió... Si te dejabas coquetear y te atrevías a preguntar, siempre encontrabas alguna historia mágica. Era ese enmarañado de leyendas lo que mantenía a Patzcuaro imperturbable en su particular realidad, a salvo de los arañazos del paso del tiempo y el progreso.



La hermosa dama poseedora de mil secretos nunca decepcionaba a sus huéspedes, siempre esperaba con deliciosas sopas tarascas  para empezar el festín, charalitos para picar, pescados blancos doraditos únicos en la suavidad de su sabor y consistencia, nieves de pasta y de frutas naturales servidas en crujientes canastillas de barquillo recién horneadas...Yo prefería los vasitos porque me tomaba un vaso de nieve por cada calle recorrida y me gustaba recorrerlas todas... por las calles y por las nieves.



Como ya habrán notado, yo era un amante del centro de Patzcuaro, sus calles, sus templos, sus plazas y portales robaron mi corazón al grado que muy pocas veces me iba al lago o cruzaba a Janitzio. Si de lagos se trataba yo prefería ir a Zirahuen y era también por la leyenda que lo animaba.

Aquel espejo de agua, de serena apariencia, se había formado con las copiosas lágrimas de una princesa purépecha que había perdido a su amado por las argucias de su padre que al desaprobar al joven guerrero al que su hija había elegido como dueño de su corazón, condicionó su matrimonio a que él venciera a todos los guerreros de los reinos vecinos. Habiéndolo logrado, el padre de la princesa le retó a muerte y entonces ella se interpuso entre los dos. Si su amado era vencido lo perdería para siempre; si salia vencedor, habría matado a su padre y jamás podría perdonarle ni casarse con él. El joven guerrero obedeciendo las palabras de su amada, eludió el duelo y huyó causándole tal dolor, que apenas lo perdió de vista, empezo a llorar ladera abajo, hasta llenar el valle, inundar su pueblo y ahogarse ella misma. Desde entonces, cada noche pude escucharse su llanto y de vez en vez se ven salir sus brazos entre las aguas para atrapar a los hombres que navegan en él y arrastrarlos con ella al fondo, pues los confunde con su amado.

Los pescadores del pueblo aseguraban que era cierto y que nunca se había sabido de una mujer ahogada en el lago... todas las víctimas habían sido hombres. Yo por si las dudas, evitaba navegar en las lágrimas de la princesa, sólo dos veces corrí el riesgo. Una por gula, había que cruzar para llegar a la Troje de Alá, un restaurante en el que hacían un fondue de chocolate delicioso (entre otros muchos manjares) y la otra por adrenalina, el papá de un compañerito del cole tenía una lancha y nos dejaba manejarla por turnos, super emocionante. Fuera de estas dos ocasiones, yo prefería sentarme a observar el lago e imaginar el rostro de la princesa de corazón roto, su vestido bordado de flores, sus manos de lirio alzándose para arrastrar a sus presas hasta lo más profundo de aquellas aguas.

En Zirahüen me gustaba tomar el pescado blanco en caldo, acompañado de tortillas hechas a mano y charales doraditos, siempre todo adherezado con el saborcillo que dejaba el mezcal en mi boca antes de empezar a comer. La mami me permitía darle tres besos a su jarrito de mezcal, decía que era importante que supiera apreciar el olor de aquel aguardiente y aprendiera a paladearlo, de esa forma cuando estuviera en edad de beber, preferiría disfrutar un poco de buen licor a embriagarme bebiendo a lo loco. Salvo por dos parentesis de borbotellez (borrachera continua) en mi vida, la mami logró su objetivo, disfruto mucho beber paladeando mis tragos, lo prefiero seguro a embriagarme. Por eso el Bachardon le Blanc y yo hacemos corto circuito... no sabe a nada y sólo embriaga, sus fanáticos dicen que de eso se trata, la Chiu dice que precisamente de eso no se trata... Cada uno con sus cadaunadas.

Pasarse una tarde encantada recorriendo las calles de el fantasmal Patzcuaro o contemplando las aguas del lago mágico de Zirahüen, refrescaban el espíritu e invariablemente recargaban las pilas, para regresar con estilo a la obligada rutina.





martes, 13 de julio de 2010

PUEBLOS MAGICOS: POR PARACHO Y PATAMBAM

Escapar de la rutina, era el deporte favorito de la mami. Pasar por mí a la escuela y emprender camino por la carretera a la caza de algún manjar de pueblo con la subsecuente exploración del destino alcanzado sucedía por lo menos una vez a la semana. Estas excursiones eran casi siempre secundadas por  Zetha, la portadora del Ojo de Venado, ó alguna otra amiga con ganas de aire puro y una aventura sana de ocho horas.

El regreso a casa, marcaba una desviación obligada a Paracho, a mí y a Zetha nos gustaba ir a comprar pan



Las opciones eran muchas: La ruta hacia la sierra ofrecía cantidad de pueblos mágicos que, sumidos en sus nubes, iban descubriéndonos a cada paso los misterios velados por la constante neblina. Capecuaro, Angaguan, Patamban, Nahuatzen, Paracho, Cherán, Los Chorros y el Volcán. Taretan, Tingambato, Periban, Ziracuaretiro.Con los güeros hacia los Reyes, Cotija, Santa Inés, Jiquilpan, Zahayo, Chilchota, San José de Gracia, Tangancicuaro, Tinguindin, Tancitaro, Tocumbo, Zamora.



El imperturbable Pátzcuaro y sus siete templos, Zirahuen, Tzintzuntzan, Santa Clara del Cobre, Quiroga y Zacapu.Hacia tierra caliente Caltzontzin, Nueva Italia, Apatzingan y el ingenio, Parácuaro, Aguililla y Coalcoman. Cuitzeo, Queréndaro, Zinapécuaro y la guapa Morelia.



Tengo el recuerdo de un sabor, un aróma y varios colores para cada uno de ellos, más sin afán de despreciar a ninguno, armaré el retrato de los que más me marcaron.



Cuando la mami se fué a Paris, conoció a un gerente de banco parisino que se había enamorado de una enfermera de un ranchito entre Paracho y Cherán. Era un francesito más bien flaco, de cabello rubio claro y piel blanca transparente, a mi ver muy parecido a una Salamanquesa gigante. Su mujer era una chica con la piel color melaza, piernas fuertes y firmísimo trasero. Su cutis contrastaba divinamente con su uniforme inmáculado de enfermera; su altivez era digna de una diosa purepecha; su mente, daba albergue a la inteligencia y astucia de un águila.

Por más que intento no logro recordar su nombre, pero nunca olvidaré su habilidad para pasar del español, al francés y a su dialecto tarasci con soltura y corrección. Digamos que Erandi, como decidí bautizarla, no sólo hablaba las tres lenguas, sino que las hablaba bien.



Seducido por su exótica enfermera y desgastado por las exigencias de su profesión, el rubio parisino sacó sus ahorros, renunció a su banco y se mudó con Erandi a la sierra. El capital que traía, le alcanzó para comprar una buena extensión de tierra, construir un par de trojes, armar un taller de ebanistería y hacerse de varios cerdos. Con gran empeño fue conformando un equipo de trabajo con algunos de los artesanos madereros de la región interesados en refinar su arte y migrar de carpinteros a ebanistas. La energía del recién llegado era mucho más que admirable: personalmente se encargaba de alimentar a sus cerdos, sacrificarlos, deshollarlos y curarlos en sal para hacer unos jamones serranos deliciosos. Cuando ibamos a visitarlo le llevabamos pimientas y pimentones, las más grandes y frescas que encontrábamos, para que tuviera suficientes a la hora de hacer sus patés. Tenía uno horno de piedra en el que transformaba unos falos blacos de masa, en doraditas baguettes. Su mano callosa extendiéndome un trozo de pan untado de sus variados patés de diferentes tonalidades, es una de las imágenes, que mi memoria guarda con mayor claridad de las visitas a su rancho. Su hiperactividad alcanzaba un punto tal, que era él mismo quien te servía siempre el primer bocado de los festines que nos convidaba; después de esa primer ofrenda personal, cada quien era libre de seguir probando sus manjares a voluntad, pero la mano callosa extendiendo el trozo de pan coronado con el adherezo, que personalmente decidía como el adecuado para cada comensal, era la bendición obligada de los alimentos en aquel hogar tan peculiar.



El terreno albergaba la troje en la que, protegidos por sus vestimentas típicas, vivían los papás de Erandi, que sólo hablaban purepecha, pero ya gustaban de los patés y jamones que preparaba su yerno. Al otro extremo en una segunda troje, distintiva por las muchas flores que adornaban su pórtico, vivían los padres del Rubio Ebanista, quienes fascinados por las historias de aquellas tierras, habían ido siguiendo a su hijo. En el centro del terreno, reinaba la troje que servía para albergar a Erandi, el Rubio y sus hijos, en torno a la cual se generaba toda la vida productiva del rancho, impulsada por el genio artístico del Parisino renegado y celosamente administrada por Erandi.



Cada vez que ibamos a visitarlos, no podía dejar de sentirme confundida al observar seres tan distintos en apariencia, costumbres y formas, creando juntos un espacio y un arte peculiar... llegando a acuerdos en tres lenguas distintas de sonidos dispares. Era como darle vida a una pieza de jazz, en la que el desorden natural de cada elemento se conjuntaba formando una hermosa pieza inolvidable.



Como en casa de Erándi y el Rubio nunca había postre, Zetha y yo siempre queríamos pasar a Paracho por Higos cubiertos o cazuelitas de miel. Las cazuelitas de miel eran unas gorditas de agua (pan sin levadura), que vendían las guares en las banquetas; las mismas que llevaban los charales y boquerones, tenían estas gorditas de agua a las que las abrían por el centro y las llenaban de miel silvestre, miel de azahares perfumada y transparente como el ámbar.



Otro de mis paseos favoritos era Patamban, disfrutaba enormemente el trayecto porque Zetha conocía a una familia de orfebres que vivía en lo más alto del pueblo. Aquel acogedor clan poseía también cuatro trojes dispuestas en cruz y conectadas por un diminuto patiecito de tierra aplanada. En la troje que daba a la calle, estaba siempre la abuela, sentada al centro en el suelo junto a un enorme anafre de barro al que iba echando tortillas cada tres minutos, mientras sonreía con su perfecta dentadura a los recién llegados.

Toda su vida giraba en torno al maíz, el gran tesoro: las mazorcas desgranadas a la derecha, las prontas a desgranar un poco más al centro, el niztamal hecho masa junto a sus rodillas, la generosa mezcla entre sus manos tomando forma, la promesa redonda cayendo al fuego, la dorada realidad saliendo del comal para agasajo de los presentes, quienes la untabamos con los guisos dispuestos en las orillas del anafre o simplemente las enrollabamos con un poco de sal. Al caer la noche, la abuela tomaba algunos trozos de tortilla carbonizada y las frotaba contra sus dientes, neutralizandolos con el calizo carbón, al daño de cualquier acido.



Tras unas cuatro tortillas, Toñito el hijo de Zetha y yo, nos ibamos a jugar al granero, que estaba en la troje de la derecha según entrabamos. No recuerdo tardes más divertidas como esas pocas que pasamos aventándonos en la paja desde el tapanco del granero y rodando montañas doradas abajo. La diversión acababa cuando al salir, nos fumigaban con Raid para evitar que los bichos habitantes de la dorada paja, se nos quedaran en la cabeza, pero nadie nos quitaba lo bailado. En el inter Zetha y mi madre se iban a la troje de la izquierda, que era el taller en el que se cocían unas vajillas ve barro preciosas, esmaltadas con un azúl plúmbago perfectamente bien aplicado. Aquellos artesanos eran detallistas en extremo, sus vajillas eran irresistibles a la vista y se vendían ya en aquella época por miles en las tiendas de artesanía fina. En casa logramos tener un juego de tazas cafeteras, y una olla orejona en la que mi madre preparaba deliciosas trompas de cerdo con carne de puerco...

Las trompas de cerdo, son unos hongos anaranjados que sólo se encuentran en Michoacán en época de lluvia, se cocinan con ajo, chile de árbol acitronados en aceite de oliva y se complementan con trozos de pulpa de cerdo bien doraditos. Para que el plato tenga el gusto exacto, deben acitronarse el ajo y el chile en la olla de barro bien curada, mientras que la pulpa de cerdo se dora a fuego lento en un cazo de cobre de Santa clara. Una vez a punto, se incorporan en la olla de barro ambas partes y obtienes un guiso serrano delicioso, mismo que yo disfrutaba gracias a la bendita olla bien cocida que compramos con los amigos de Patamban.

En el camino de regreso de cualquiera de los dos paseos, siempre parabamos en Paracho, quedara en la ruta o no. Zetha y yo porque eramos adictas al pan, ese pan consistente, no muy dulce y de caparazón avellana, que sólo saben hacer en los pueblos de mi tierra. La mami consecuentaba nuestro antojo con tal de pasar por las callecillas del pueblo y escuchar al viento tocar sus guitarras encantadas.


sábado, 10 de julio de 2010

LAS PRIMAS GUAPAS

En vistas de que mi madre fue la menor de sus hermanos, se casó ¡a los veintiseis!!!!, y esta Chiu fue un pilonazo, yo resultaba más cercana en edad a los hijos de mis primos, que a mis primos.



Había contado ya, que a los hijos de mi tío Polo poco los pude ver por circunstancias y distancias. Pero a los hijos de la hermana mayor de mi madre, la tía Irma, a ellos sí que los veía cada verano. De lejos, pero los veía.

Y digo que de lejos, porque cuando yo era una chiquilla colecciona Barbies, ellos ya estaban casándose ó empezando la universidad.

Cómo mi madre los había arrullado de bebitos, los invitaba a pasar el verano con ella en Uruapan y daba sabios consejos, existía una relación bastante rica de mutuo afecto entre los primos y la mami.

Ella por lo pronto, se sentía muy orgullosa de sus sobrinas, porque las tres eran muy guapas. A todas las rebautizo a su estilo. Para ella Irma Beatríz era La Nena; Martha Eugenia, Marthagenny; y Dora Guadalupe, Dorilú. Yo las llamaba de igual forma y me sentía la "muy, muy" por tener primas tan chulas.

Es curioso como los seres humanos vamos tomando posesión de las personas que forman parte de nuestra familia ó de nuestra vida y eso nos es motivo de orgullo.

Sabernos capaces de "tener" cosas ó personas bellas, nos da fuerza; nos recuerda cuán bellos somos nosotros mismos.
A mí me pasaba con mis primas cuando era niña y en estos más de diez años que llevo vendiendo artículos de lujo, lo he confirmado.

Nadie necesita un brazalete Cartier, nadie necesita un reloj Breguet, nadie necesita un Botero, ni una figurilla de Rodo  Padilla; mucho menos zapatos de Giusseppe Zannotti, gafas de Chopard o un bolso de LV. Podríamos llenar de música nuestro espacio silbando a la arriera, nadie necesita a Pink Floyd, a Soda o a Dj Sasha. Y está claro que no es necesario tener primas guapas.....

Pero lo que es un hecho es que todos, en algún momento de nuestra vida, nos gastamos una lana para tener alguna cosa hermosa que nos refleje.

"Hacerte" de personas hermosas que te reflejen, es menos caro. Sólo falta poner un poco de atención para reconocerlas y un poco más de esfuerzo para cultivar la relación. Incluso se puede ser aún más afortunado y nacer en una familia donde tus primos sean guapos. En ese caso, aunque nunca los veas ni compartas su tiempo y sus luchas, son tuyos y no te los quita nadie... La sangre llama.

Así que, la próxima vez que no te guste lo que ves en el espejo, fija la mirada en alguna de las hermosas personas que conforman tu entorno, y recuerda que no serían "tuyas", si tu no fueras igualmente bella ó bello, ¡claro!

P.D.: Si eres de los que poseyendo una flor silvestre te sientes más que satisfecho y por tanto no sabes nada de marcas de lujo, aquí te dejó los links para conocer las marcas ó artístas que menciono. Si te pica la curiosidad, claro...



martes, 6 de julio de 2010

CAJITAS MUSICALES

De pequeña tuve una linda colección de cajas musicales. Añadía de una a dos por año, según viniera a visitarme mi Hada Madrina... porque yo tuve un Hada Madrina.

Apareció el día que me llevaron a Bautizar y se quedó conmigo cada noche, hasta que me fuí de monja. Se escondía en las cajitas de música que me regalaba y aparecía al girar la cuerda para hacer sonar el pianito de la melodía. Redondas, cuadradas; de cuerda ó de manivela; con pistas giratorias para bailarinas ó casitas con niñas tiernas arrullando un gato en su mecedora.... Mi Hada nunca repetía ni forma, ni color, ni melodía y a mí eso me bastaba para saber que le importaba.

El día que se casó yo sentí susto... seguramente se olvidaría de mí, ahora que un príncipe rubio se la llevaba a su castillo... Entonces mi Hada me regaló una pareja de muñequitos: La niña tenía el cabello del color que lo tenía mi Hada y el niño tenía unas diminutas pecas como las del príncipe, así que los bauticé con sus nombres, resolviendo de inmediato el problema del intruso roba Hadas. A partir de ése momento, era uno más en  mi colección de prendas encantadas.

Cuando mis padres murieron, habían pasado ya más de ocho años desde la última reunión con  mi Hada, pero como buena madrina, escuchó sollozos y me salió al encuentro para ofrecerme su casa... Yo ya estaba muy grande y me dió pena darle tanta lata. Decliné la invitación y le mandé un fuerte beso, no sin antes echar a mi maleta mi caja de música favorita: La casita con la niña tierna en mecedora, arrullando a un gato...

Cuando recuerdo a mi Hada, pienso en esas personas que te regalan su atención y cariño, sólo porque sí. Como regalan las hadas su ayuda y su luz a quienes van visitando. Y es lindo vivir en una tierra de Hadas.

En cuanto a las cajas de música, mis hijas lo aprendieron bien... si su Chiu madre pierde el centro de repente, basta con hacer sonar la caja de música para verme serena otra vez.

domingo, 4 de julio de 2010

HERENCIA MATERNA

La mami era fan consagrada de Alejandro Magno, si es que el termino fan, puede aplicarse a un conquistador macedonio muerto milenios atrás. Le fascinaba su apertura de mente y el inusual respeto por culturas ajenas a la propia. Bajo este influjo, solía aconsejarme siempre que me invitaban a comer a casa de alguna amiga:
- Acuerdate Chiu, como Alejandro Magno, "A la tierra que fuereis, haz lo que viereis". Por favor come lo que te sirvan, usa los cubiertos como veas que los usan tus anfitriones, no pidas nada que no esté puesto en la mesa- cantaba Dorita con lindo sonsonete.
El mismo consejo se adaptaba para fiestas, tardes de juegos ó estudio, campamentos etc... Fue la indicación obligada desde que tenía uso de razón, así que sin darme cuenta, me fui dotando de una detallada capacidad de observación, para captar entornos y circunstancias, paso obligado para intentar adaptarme al lugar visitado con gracia y soltura.
Mientras fui niña, el buen hábito inculcado por mi madre, tuvo éxito sólo parcialmente. Siendo hija única, con padres de una o dos generaciones más a los papás de mis amigas, que pa´colmo leían todo el día, mi forma de hablar y de comportarme resultaba más atractiva a los papás de mis amigas que a mis amigas. No fueron pocas las ocasiones, en las que las niñas me abandonaron en la mesa del comedor platicando con sus padres, mientras ellas ármaban la casa de las Barbies o empezaban las escondidas.
Para mi buena suerte eso fue cambiando con los años, y ya siendo adolescente, gitana-errante, el legado de mi madre me fué resultando cada vez de mayor utilidad.
Cuando llegué al internado por ejemplo, mientras varias de mis compañeras sufrían muchas de las reglas o a muchas de las "huercas" con las que debían convivir, yo me sentía como pez en el agua, registrando, catalogando y aprendiendo de la diversidad de mi entorno.
Los años en Roma, no me eché a llorar ni un sólo día porque mi comida no tenía chile, ni sufrí ataques de pánico al cruzarme con los italianos gritones por la calle, que parecían matarse cuando sólo comentaban las noticias del "Giornale". Entendí luego que, para hablar con ellos había que aprender la lengua y la mímica, así que sincronicé mis manos con la melodiosa lengua. Todas las mañanas juntaba mis dedos en punta y saludaba a la cocinera:
- Bon giorno Letizia! Ma´che cé oggi? magiale per il pranzo! gli metti le carote, ti raccomando, altrimenti sará seco, magro, senza sappore... Naná, naná, naná... cadencia y manos, cadencia y manos.
En Suiza por el contrario, había que sonreir mucho y hablar poco. Los aldeanos de Simplon Dörf y Simplon Pass, que eran los lugares donde nos prestaban el cuartel militar para hospedarnos, sólo subían el volumen de sus vidas los domingos, cuando cantaban sus misas en Alemán y se ponían sus trajes de gala para hacer resonar la duela del gimnasio, con sus larguísimas tardes de baile. Como salidos de cuento, llegaban a eso de las cuatro todos los domingos, con sus sonrisas coronadas de rosadas mejillas y su respectiva pareja, dispuestos a pulir el parqué de la cancha de basquet. Nadie entraba sin pareja y todos salían con la misma pareja. La única diferencia era, que al abandonar el local, las mejillas rosadas eran ya coloradas manzanas, las sonrisas risotadas y la banda cambiaba los trombones por vasos de vino.
- Chiu Schwester Goodnight - los oía decir
- Guten Tag - les contestaba rogándole a Dios que no fueran a hacer San Lunes y me dejaran sin pan y leche en la mañana. Para mi buena suerte, el santo mexicano no era venerado en esos lares, y a la mañana siguiente cruzaba  a la troje situada frente al cuartel y encontraba mi perfecta barra de pan crujiente, caminaba calle abajo al establo y me entregaban el contenedor de leche. Subir aquella loma con tan dulce cargamento para el desayuno, era mi primer alegría de la mañana.
Cuando llegaron las primeras chicas Checas y Polacas a la casa, yo me sentía fascinada por sus zszszszs tan arrulladores, parecían cañas tocadas por el viento. Como para ellas aprender español fue cosa de dos semanas, y conocían cuan curiosa era esta Chiu metiche, constantemente me soltaban palabritas para que fuera aprendiendo algo:
- Chcemy chleba? - me decía Polina (¿ Quieres pan Chiu?)
- Jíst vlastní chléb - siempre me invitaba Tamina (Ven y come de mi barra de pan)

Una polaca y la otra checa, sabían que mi adicción al sagrado alimento era tremenda, los  panes que ellas horneaban era de mis favoritos. Polina hacía unas bolitas de masa bañadas en mermelada de chabacano hecha también por ella; Tamina unas barras de pan enjambrado de frutas secas y condimentado con un poco de clavo, deliciosas.

Ya que salí del convento, me reintegré a la vida del mundo con bastante naturalidad, dadas las circusntancias. A esta fecha hay muchos amigos que no entienden cómo pude ser monja, ahora no profesar fe alguna, guardar cariño a la Legión y a sus Consagradas (a pesar de los pesares), contar entre mis amigos a escépticos empedernidos, cristianos devotos, budistas empeñosos, mormones, judíos, musulmanes; prístas, panistas, perredistas y renegados; pobres, muy pobres, ricos y medianos; hippies y yuppies; cultos y adictos al TV Notas; gays, trans y draggs, sin hacerle el feo a nadie.  La culpa en realidad la tiene la mami.

Mi madre admiraba la enorme capacidad incluyente de Alejandro Magno y estaba convencida de que esa era la mejor forma de conducirse en el mundo. Eso explica por qué, a pesar de su hurañez a ratos crónica, logró amasar muy buenos y leales amigos. Quien llegaba a mi casa sabía, que tras esas paredes de adobe, podía ser quien quisiera ser, sin temor a ser juzgado. Cosa bella pero rara.

Mi padre y yo nos fuimos haciendo a su modo sin sentirlo siquiera. Simplemente comenzamos a dejar de tolerar y a empezar a disfrutar la diversidad que ofrece cada lugar y cada gente. He de confesar que es un método divertido, aunque riesgoso. Los que son dados a odiar y a tolerar, a menudo confunden la capacidad de descubrir lo bueno, con estupidez y creen que se les va a permitir hacer daño. Ignoran que quien desarrolla y cultiva el respeto por los otros, afina con esmero el respeto a uno mismo.

En contraste, debo confesar que esa divertida capacidad de adaptación a lo nuevo y ajeno que me heredó la mami, tiene un lado oscuro que se traduce en una limitadísima habilidad para intimar con la gente, de ahí que sea muy amiguera y poco familiar. Y no es falta de cariño, lo aseguro, lo que pasa es que mi apertura de mente no alcanza para comprender esos extraños mecanismos de control tan usuales en los clanes familiares, en los que el amor se confunde con derecho de propiedad sobre el hacer y actuar del ser amado. Si alguien puede que me lo explique, pero ¿en qué enriquece al apellido tener un ejército de autómatas que piensan, dicen y hacen lo mismo? Yo no lo entiendo, para mí los bouques multicolor siempre han sido más hermosos, que los lindos pero poco imaginativos ramos de un sólo tipo de flor.

Quizá por eso me gusta tanto ver los pasteles de Barbara, y cada vez que entro al Album del Panque de Janiel dejo algún comentario estúpido como cumplido. Y es que no hay uno parecido al otro,  todos son hermosos armando un divertido paisaje multicolor y multiforma. Posiblemente sería divertido ver a los que piensan y son diferentes a uno, como un rico pastel, no conozco quien ser resista a uno por más extraña que parezca su presentación. El odio ciego en este mundo disminuiría y nuestra capacidad de goce se crecería considerablemente.

Lo genial del asunto, es que mis hijas vinieron a satisfacer mi amor a la diversidad en grande, son distintas a mí, a su padre y entre ellas mismas. Nunca me obedecen hasta estar convencidas de que lo que les digo les conviene, me hacen perder mucha saliva e ingenio pero me llena de orgullo ver que desde tan pequeñas, no se tragan en automático lo que les digo y la tiránica frase de "lo haces por que soy tu madre", les viene valiendo m...

jueves, 1 de julio de 2010

PETER PAN

A pesar de mi enamoramiento obsesivo de Spiderman, no podía estar sola para siempre. Tuve que hacerme de un novio, guardando aún la secreta ilusión de poder enlazar a mi Araña favorita en algún momento.
Mi primer novio fué un chico Lagunero, interno de Medicina en el hospital de Pemex, con planes para especializarse en cardiología en algún hospital de Houston. Apenas me sacaba una mano de altura, llevaba barba de candado alrededor de unos labios no muy carnosos, ni muy delgados; cejas semipobladas bien trazadas, haciéndole marco a unos ojos avellana de mirada franca. Todas las mañanas, sin importar lo temprano que empezara su guardia, hacía flexiones en una barra colocada en el marco de la puerta que daba a la recámara, consiguiéndo con esta sencilla rutina, mantener sus biceps y espalda bien torneados. Mis compañeros de trabajo decían que era un Schwarzenegger miniatura, sólo para molestarme, como ellos estaban todos gordos, le tenían envidia a mi "rey".
Ambicioso, enfocado y trabajador tenaz, como digno hijo del norte. Le gustaban los chalecos a cuadros, las carnes asadas, las fiestas con banda y tener harta lana... motivos todos por los cuales, no podía estar conmigo más que a ratos, y esos ratos tenían que emplearse a veces para ayudarlo a estudiar.
- ¿Me ayudas con la presentación de plaquetas mi reyna? -lo oía decir las noches que lograba hacer tiempo para ir a verme.
Apreciaba mucho el esfuerzo que hacía para tenerme en su vida, sin exagerar - sacrificaba tiempo y comodidad por tener ratos conmigo- pero a mí no me eran suficientes. Aún no pasaba el duelo por la muerte de mis padres y el regreso al mundo tras ocho años de convento me tenía bastante confundida; necesitaba a gritos un compañero de vida y el querido George era sin duda una buena inversión pero escasa compañía.

Fiel a mis sentimientos y con muy poco sentido táctico, al cumplir once meses con mi prometedor Cardiólogo, lo corté sin miramientos y decidí agarrar mi lazo para ver si ensartaba a mi Araña. Con la mala noticia de que la Araña tenía novia y ya no le interesaba participar en mi circo de indecisiones, así que tuve que irme con mi lacito a otra parte.
La otra parte resultó ser una fiesta de la música en la Casa de Francia, llegué con mi super jaladora amiga Tybe dispuesta a escuchar lo último en música electrónica traído por la embajada francesa al Defectuoso, para celebrar el día de la armonía musical. El evento era patrocinado por Pernaud Richard, una prestigiosa casa de vinos gala, que contaba entre sus etiquetas al delicioso Ron Havana Club. Mientras mis amigos franchutes fueron volando por un "refrescante" Pastis,http://www.degustalo.com/archivos/pastis/, Tybe y yo optamos por una cuba "Havanera" tamaño tres cuartos de litro. Y fue en esa fila de borrachos alternativos, donde conocí al papá de mis hijas y mi lazo se cerró.
Chachá trabajaba para Pernaud promocionando Havana Club, llamó mi atención en la fila porque de perfil hubiera jurado que era mi amigo el Caba, pero resultó que no, era Chachá, reformista, soñador, amigo fiel y amante de la música. La nueva adquisición me ofrecía la mezcla perfecta de afinidades y misterios necesarios, para lanzarme a hacer un largo y plácido viaje.
Como reformista opinaba que todo lo establecido era absurdo, pretexto suficiente para construir su universo paralelo, con el que yo no estaba del todo de acuerdo, pero me gustaba observar.  Como soñador profesional, era experto en la elaboración de planes, planes para viajar, conocer y disfrutar, sin detallar nunca mucho, el trabajo necesario para fondear los proyectos. Amigo fiel, su casa era el punto de reunión de todos los amigos de la cuadra, mismos que conservaba desde la primaria. Cuando tuvimos nuestra casa, siguió pasando lo mismo, compartir nuestro espacio, nuestro vino y algunas otras especias, nos hacía muy populares, sin contar con que poseíamos una colección de música envidiable: Quinientos discos de lo más selecto del Britt Pop, Rock, Rock FM, Rock Alternativo,Rock en Español, Rock and Roll, Grunge, Jazz, Acid Jazz, Techno, Clássico, Opera.. Sabina y Bosé. Ningún bicho, producto del mercadeo, estaba admitido en nuestro santuario de la música. 
Ambos disfrutábamos vivir en la eterna reunión con los cuates, odiabamos las etiquetas y compartíamos con personas de todo tipo; era la cura perfecta a mi duelo, un compañero inseparable, cariñoso y buen cocinero.

Las alertas sobre su falta de ambición empezaron a llover por parte de todos los que me querían, pero mi alma hippie no veía peligro en ello... la famosa frase de eres lo que "eres" y no lo que tienes, había calado de más en mi cerebro, impidiéndome dimensionar el valor del dinero. Las vueltas de los años me enseñaron a la mala, que quienes me advirtieron sobre ese punto, tenían razón, sin embargo yo no podía negarme a mí misma, ni había forma de evitar mi camino; en eso consiste la magia de la vida, sin importar lo directo o intrincado del camino que cada quien escoja andar, los trayectos son siempre hermosos. Yo opté por un camino sinuoso, con muchos trechos a campo traviesa y pantanos que, a ratos, me han hecho desesperar, pero pasadas las pruebas constato una y otra vez, que ha valido la pena la experiencia. Más aún, ha sido necesaria.
Los años que pasé con Chachá sin hijos, fueron calidos, divertidos y por supuesto ilustrativos. Viajamos, leímos, charlamos; compartimos con grandes personas, jugamos, charlamos; cocinamos, comimos, charlamos; escuchamos música, bailamos, tomamos sol y charlamos...fuimos grandes amantes y mejores amigos. Pero al llegar los hijos, yo decidí ponerme seria. Deseaba "proveer" a mis hijas con una vida cómoda, educación y actividades que les dotaran de una formación afilada, con la cual abrirse paso éxitosamente en la vida. La vieja historia de darles todo, lo que según yo, a mí me había faltado.

Alguna vez escuché decir a Enrique Rocha, que uno debe ser padre, cuando se siente orgulloso de sí mismo, pues sólo de esa manera brindarás gozoso tu ser a otro. Verdad absoluta... lo único que uno siempre estará en posición de darle a sus hijos, es la persona que somos, persona que debemos cuidar, respetar y amar con todas las luces y sobras de su reflejo. Dinero sobrará o faltará, pero mientras uno se quiera mucho a sí mismo, y contagie ese buen hábito a sus hijos, los recursos llegarán, la formación se obtendrá de algún modo... el éxito lo tendrán seguro mientras estén orgullosos de quiénes son. Que estén a gusto con ellos mismos es la clave.
Eso que tengo tan claro ahora, era chino para mí cuando mis hijas estaban recién nacidas; ahí estaba yo, con mi vientre raído, mis senos chupados y la cuenta de banco vacía, sintiéndome todo menos orgullosa de mí misma. La angustia me ahogaba, sembrando fuertes dudas sobre mi capacidad para capitanear aquel barco en el que me había subido. Mi reacción para seguir navegando, fue trabajar como desquiciada, sin trazar proyecto alguno y deshacerme de Chachá, que con su calma imperturbable, había pasado de ser el compañero ideal, a un lastre desquiciante. En un acelerado arranque de histeria, me separe de Chachá y me quedé con el mando absoluto de mi barco y las dos bebitas a bordo.

Han pasado ya cinco años desde la noche en que empecé a timotear por mi cuenta. El tiempo ha sido generoso y ha ido trayendo calma a mi ánimo, claridad a mi mente y resignación a mi vientre marcado. Pasé ya de la angustia por proveer a mis hijas, al goce de gastar tiempo con ellas, así que ahora ahorro tiempo para estar a su lado, todo el que puedo. Heredaron el gusto por la música de Chachá, el amor a los libros de mí y la virtud de apreciar a un amigo de los dos.

Nunca falta la tarde del mes en que las niñas asaltan los albumes de fotos y ven las que tengo de mis años a lado de su padre. Invariablemente escucho a Sofi decir:
- Mira Pau estas son las fotos de cuando mamá y papá se querían

Paula pela los ojos y me voltea a ver conteniendo la risa buscando mi respuesta

- No es que no nos queramos Sofi - le contestó- sólo que ya no nos gusta vivir juntos, pero si nos queremos
- Por eso ahora mi papá vive con Wendy porque a ella la quiere de novia y a tí te quiere en otra casa- termina la Pau
- ¡Exactamente! - debo terminar el círculo de la plática

Las niñas gozan de esta familia atípica, ponemos gran cuidado en que no la sufran, no tendría ningún caso. Finalmente no es tan difícil, Peter Pan sigue siendo un excelente compañero de juegos, no para mí pero sí para ellas. Para colmo de nuestra buena suerte, tuvo buen tino al escoger mujer y entre él y Wendy siempre construyen paises de ensueño a donde llevar a mis hijas a volar.

Por eso cuando me sacan carrilla mis cuates diciéndome que no escogí bien marido, yo me río y me encojo de hombros, mientras les haya escogido un buen padre a las niñas, lo demás ya llegará.