"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



viernes, 16 de julio de 2010

PUEBLOS ENCANTADOS: PATZCUARO Y ZIRAHUEN

De los múltiples escapes de la rutina que podían realizarse desde Uruapan, ir por nieve a Patzcuaro ó por un jarro de mezcal para abrir el patetito y devorar un buen pescado blanco a Zirahüen, eran de mis favoritos.



Entrar a Patzcuaro era como cruzar el umbral de un universo paralelo. El lugar podía estar inundado de turistas y aún me parecía que estaba vacío, algo en ese airecillo helado de Patzcuaro volvía a la gente invisible y despertaba los sentidos para conectar con aquellas calles adoquinadas, bordeadas de guapas casas coloniales, tan acicaladas, que era irresistible no acercarse a su portón para que te contaran su leyenda.

Gigantes solitarios, rebeldes expulsadas a tirones de sus habitaciones para llevarlas a fatídicos destinos de ajusticiamiento público, amantes frustrados muertos a causa de corazones rotos ó Penélopes  esperanzadas que agotaron sus días esperando al que nunca volvió... Si te dejabas coquetear y te atrevías a preguntar, siempre encontrabas alguna historia mágica. Era ese enmarañado de leyendas lo que mantenía a Patzcuaro imperturbable en su particular realidad, a salvo de los arañazos del paso del tiempo y el progreso.



La hermosa dama poseedora de mil secretos nunca decepcionaba a sus huéspedes, siempre esperaba con deliciosas sopas tarascas  para empezar el festín, charalitos para picar, pescados blancos doraditos únicos en la suavidad de su sabor y consistencia, nieves de pasta y de frutas naturales servidas en crujientes canastillas de barquillo recién horneadas...Yo prefería los vasitos porque me tomaba un vaso de nieve por cada calle recorrida y me gustaba recorrerlas todas... por las calles y por las nieves.



Como ya habrán notado, yo era un amante del centro de Patzcuaro, sus calles, sus templos, sus plazas y portales robaron mi corazón al grado que muy pocas veces me iba al lago o cruzaba a Janitzio. Si de lagos se trataba yo prefería ir a Zirahuen y era también por la leyenda que lo animaba.

Aquel espejo de agua, de serena apariencia, se había formado con las copiosas lágrimas de una princesa purépecha que había perdido a su amado por las argucias de su padre que al desaprobar al joven guerrero al que su hija había elegido como dueño de su corazón, condicionó su matrimonio a que él venciera a todos los guerreros de los reinos vecinos. Habiéndolo logrado, el padre de la princesa le retó a muerte y entonces ella se interpuso entre los dos. Si su amado era vencido lo perdería para siempre; si salia vencedor, habría matado a su padre y jamás podría perdonarle ni casarse con él. El joven guerrero obedeciendo las palabras de su amada, eludió el duelo y huyó causándole tal dolor, que apenas lo perdió de vista, empezo a llorar ladera abajo, hasta llenar el valle, inundar su pueblo y ahogarse ella misma. Desde entonces, cada noche pude escucharse su llanto y de vez en vez se ven salir sus brazos entre las aguas para atrapar a los hombres que navegan en él y arrastrarlos con ella al fondo, pues los confunde con su amado.

Los pescadores del pueblo aseguraban que era cierto y que nunca se había sabido de una mujer ahogada en el lago... todas las víctimas habían sido hombres. Yo por si las dudas, evitaba navegar en las lágrimas de la princesa, sólo dos veces corrí el riesgo. Una por gula, había que cruzar para llegar a la Troje de Alá, un restaurante en el que hacían un fondue de chocolate delicioso (entre otros muchos manjares) y la otra por adrenalina, el papá de un compañerito del cole tenía una lancha y nos dejaba manejarla por turnos, super emocionante. Fuera de estas dos ocasiones, yo prefería sentarme a observar el lago e imaginar el rostro de la princesa de corazón roto, su vestido bordado de flores, sus manos de lirio alzándose para arrastrar a sus presas hasta lo más profundo de aquellas aguas.

En Zirahüen me gustaba tomar el pescado blanco en caldo, acompañado de tortillas hechas a mano y charales doraditos, siempre todo adherezado con el saborcillo que dejaba el mezcal en mi boca antes de empezar a comer. La mami me permitía darle tres besos a su jarrito de mezcal, decía que era importante que supiera apreciar el olor de aquel aguardiente y aprendiera a paladearlo, de esa forma cuando estuviera en edad de beber, preferiría disfrutar un poco de buen licor a embriagarme bebiendo a lo loco. Salvo por dos parentesis de borbotellez (borrachera continua) en mi vida, la mami logró su objetivo, disfruto mucho beber paladeando mis tragos, lo prefiero seguro a embriagarme. Por eso el Bachardon le Blanc y yo hacemos corto circuito... no sabe a nada y sólo embriaga, sus fanáticos dicen que de eso se trata, la Chiu dice que precisamente de eso no se trata... Cada uno con sus cadaunadas.

Pasarse una tarde encantada recorriendo las calles de el fantasmal Patzcuaro o contemplando las aguas del lago mágico de Zirahüen, refrescaban el espíritu e invariablemente recargaban las pilas, para regresar con estilo a la obligada rutina.





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