"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



lunes, 21 de junio de 2010

EL OJO DE VENADO

Hubo una época en la que la mami rejuveneció de repente. La piel se le puso tersa y luminosa. Su talla se redujo y cambió sus habituales vestidos por jeans y sudaderas. Fue la época en que Domi y su flamante "Alianza Francesa" llegaron a Uruapan.

Domi era francesa, joven, madre y amante de lo más típico del estado michoacano. Poseía un espíritu vivaz y muchas ganas de conquistar el pueblo, a su manera. En poco tiempo la francesita llenó todos sus turnos de clase y empezó a formar un genial grupo de francoparlantes, tan heterogeneo y disparejo, como el pueblo mismo.

Domi con su libre y vibrante estilo, le puso alma a aquella colmena, convirtiéndola en mucho más que un grupo de estudio. Se volvió un club social divertido y aventurero.
 La mami, bajo los encantos del liderzgo de Domi, pisó por primera vez una disco, acudió a la "Premier de The Wall", preparó Souflés para agasajar a sus compañeros de clase y se lanzó a París un par de meses. Los dos meses más felices del cacho de vida en que yo la conocí.
Durante ese viaje, la mami me escribió las más dulces notas, garabateadas en postales de Mont St Moritz, La Madeleine, Le Sacre Cour y por supuesto La Tour Eiffel.
Regresó a casa cargada de vida, historias, gratos recuerdos y aún más gratos amigos. La nueva banda de la mami la llamaba "Dorita" e hizo pacto de fidelidad hasta la muerte. Pacto que cumplieron cabalmente.
Cada flor de este ramillete de amigos perfumó la vida de la mami, hasta la tumba, con un muy particular aroma. Cada uno de ellos merece su propio capítulo, pero éste lo voy a dedicar a la portadora del Ojo de Venado.
Se llamaba Zetha y era, sin lugar a dudas, un espíritu libre, enjaulado por años tras la barras de la circunstancia. Ella también, al igual que mi madre, entre tildes y cedillas, recuperó su esencia y recomenzó su romance con la vida.
Como Zetha era apasionada y generosa, su enamoramiento la impulsó a explorar el mundo, tan ancho y profundo cómo se presentaba ante sus ojos: No había palabra escrita que sus ojos no devorarán;  nueva textura que sus manos dejaran de acariciar, o sabor novedoso que se negara a paladear.

Sin importar que tan largo fuera el camino, o que tan estrambótico resultara el transporte, Zetha recorría cuanto pueblo mágico encontrara en la sierra; cada ciudad misterio de la que oyera  en las guías de viaje asiáticas y africanas...
De cada aventura, Zetha regresaba con un doble trofeo, algo grande para decorar su estudio y algo pequeño para colgarselo al cuello. De entre todos sus trofeos yo tenía uno predilecto. Era un Ojo de Venado que trajo de la costa de Madagascar. Un bulbo perfecto sostenido de una larga y robusta cadena dorada , con un remache de oro que a mí me parecía un trébol. A diferencia de muchos amantes de los amuletos, Zetha me dejaba tocar aquella misteriosa semilla de seductora textura y sentir su aroma. La semilla emanaba un delicadísimo y casi imperceptible olor a sándalo, clavo y canela.

Yo amaba tener cerca a la dueña del Ojo de Venado. Bien fuera en su casa o en la mía; de paseo por algún pueblo de la sierra, comiendo en la troje de alguna Huare de perfecta sonrisa, que nos invitara unas ricas tortillas recién torteadas. .. O bien echadas al sol a la orilla de su alberca y también sentadas en su estudio picando queso Cotija, mientras escuchábamos los detalles de su última correría. Gastar tiempo con Zetha era siempre una verdadera gozada.

 Su hábito era estar sonriente, energética y llena de planes, cristalizados uno a uno, por más locos que parecieran.

Con más de cuarenta y tres hijos adolescentes, decidió dar la vuelta al mundo y lo logró. Entró a la escuela de arquitectura y le puso perspectiva a la clase de sus compañeros más jóvenes. Cuando terminó la carrera, con ganas de más, se mudó de ciudad y comenzó un trabajo social pionero en aquellos años, dar apoyo emocional a enfermos de SIDA.

La gran mayoría sentía miedo, sólo de oirla platicar sus proyectos. Temores que ella contestaba con una sonora carcajada, más de asombro que de burla.  A las almas libres, les suena a chino el lenguaje del miedo.

Yo la veía tan osada y felíz, construyendo un mundo bajo sus propias reglas, y se me antojaba que toda su energía se la robaba al sol y la acumulaba en aquella semilla preciosa de suave aroma, que colgaba siempre en el centro de su pecho.

Compartíamos cumpleaños, ambas somos del 30 de noviembre. No sé de ella desde que murió mamá, pero cada que soplo las velas en mi pastel de cumpleaños, le mando un beso y agarro impulso del recuerdo de su inagotable energía, para continuar mi carrera y cristalizar mis sueños.

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