"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



lunes, 7 de octubre de 2013

Otoño y primavera

El otoño llegó y la placita frente a mi casa se pone divina: Guayabos cuajados de frutos, nísperos a punto de madurar y un divertido desfile de ardillas cruzando la calle todo el día para recolectar las preciadas frutas… En unas semanas el guayabo japonés y el de corazón rosa estarán con sus frutas a punto y entonces las simpáticas ardillas deberán vérselas conmigo para ver quien corre más rápido a por esas delicias.
A este punto desconozco si podré compartir estos placeres de mi pueblo con mis pequeñas, pero definitivamente me hubiese encantado. Yo crecí en el cerro donde se ubica el fraccionamiento que alberga mi casa. Las callecillas empedradas que le dan forma son cómplices de centenares de mis más ingeniosas travesuras infantiles y de algún modo es divertido salir a pasear a mi perrita e ir haciendo memoria de muchas de ellas. Definitivamente pocas cosas tan excitantes como ser niño… más aún cuando lo puedes serlo al aire libre.


En estos días la población infantil de este código postal ha disminuido considerablemente y las pocas palomillas que aún sobreviven, han variado bastante sus medios de entretenimiento, limitando sustancialmente el tiempo de exploración al aire libre. Cada tiempo sus costumbres, cada generación sus tendencias… me niego a observar el quehacer de la presente generación infantil desde el amargo y presuntuoso prejuicio de “antes estábamos mejor”… Esa línea siempre me ha sonado amarga y desde este momento de mi identidad, la considero asfixiantemente estrecha y falta de sentido.

Digo que falta de sentido, porque declarar que tiempos pasados fueron mejores es hacer alarde de un tránsito autómata por este mundo así como de la experiencia de lo que lo conforma. Simplemente, es imposible emitir un juicio sobre la bondad-maldad-superioridad o mediocridad de las circunstancias infantiles actuales, porque no sabemos lo que significa ser niño en el tiempo actual. Así como cada año la primavera es diferente a la primavera anterior; y cada otoño se comporta de manera diversa, del mismo modo los niños de hace cinco, cuatro, tres, dos o una década no son los mismos a los de ahora, porque el mundo en el que se desarrollan muta a ritmo acelerado. Este cambio evolutivo escapa a cualquier posibilidad de calificación o juicio de valor y desde mi particular sentir, esta postura abre a la observación de las realidades y el descubrimiento de sus intrínsecas razones, propósitos y trayectorias.

El juicio cierra puertas, la observación abre horizontes y acerca integralmente a las personas y los fenómenos sociales, facilitando estratégicamente el dialogo, el acompañamiento, la colaboración y la creación en conjunto… Cuerpo, mente y alma abiertos y dispuestos a hacer y ser juntos. Que puedo decir, me gustan los niños… los de hoy, los de ayer, los de mañana. Me embelesa la promesa de amor y belleza que expresan en cada uno de sus movimientos, sueños, caprichos y conflictos. Me conmueve la sinceridad con que transparentan los dolores de sus pequeñas almitas, sus luchas y sus triunfos. Me nutre observarlos y poco me importa si puedo ser testigo de su plenitud mientras juegan videojuegos, o nadan, o exploran la montaña, o construyen castillos de arena, o cantan frente a un monitor mientras hacen “Guitar Hero”… Sus medios de entrenamiento varían, sus habilidades apuntan en direcciones distintas según la generación que integran, pero la esencia permanece inmutable en este mundo misterioso donde cada explosión de vida es promesa de un destino único y glorioso casi siempre infinitamente más grande y luminoso de lo que nuestra obtusa intuición nos permite vislumbrar.

Eres mi reflejo, y encuentro más placer en contemplarte que en controlarte o juzgarte…

“Las personas con quienes nos relacionamos introducen en nuestra vida, y nosotros en las de ellas, revelaciones sobre nuestras fuerzas y debilidades. Desde las relaciones en el seno del hogar hasta las laborales, las de comunidad y la actividad política, ninguna unión está exenta de valor espiritual; cada una contribuye a hacernos crecer como personas. Nos resulta más fácil ver el valor simbólico de nuestras relaciones cuando abandonamos la compulsión a juzgar qué y quién tiene valor y en su lugar en honrar a la persona”. CarolineMyss- Anatomía del espíritu-Pg. 160. Parrf. 3.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Y tu, ¿qué cuentas?