"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



domingo, 19 de septiembre de 2010

Chueca

Cuando llegué a Italia, muchos factores contribuyeron a que me adaptara rápida y gustosa a mi nuevo entorno: tenía apenas dieciocho años, vivía en un invernadero y el simple hecho de tener que hablar otra legua, disponía mi mente a estar alerta y pronta a la aceptación de lo diferente.

Doce años más tarde pude regresar a Europa a vivir un rato en España y contrario a los pronósticos, mi proceso de adaptación resultó bastante más accidentado. A pesar de vivir en un sitio super bien ubicado y estar cobijada por la familia de Peter Pan, que estaba ya establecida en Madrid, a mí la madre patría me parecía demasiado austera, más “cotilla” (chismosa) de lo que hubiera deseado, seca y con las calles demasiado llenas de caca de perro.

En la calle, la gente te empujaba de frente sin disculparse y si llegabas a hacer algún comentario alusivo a su “agresión”, te miraban sobre del hombro con ojos de extrañamiento. Hablábamos el mismo idioma pero pocos me entendían, e incluso había muchos, que no sabían a ciencia cierta en qué parte del mapa se encontraba México.

Mis expectativas de lo “europeo”, cultural y civilizado, se veían frustradas una a una con estos incidentes… a primera vista claro. El choque cultural me duró más o menos mes y medio, pasado el cual dejé de comparar Madrid con mi Roma universitaria y me solté a descubrir y disfrutar todo lo bueno que la tierra del Oso y el Madroño tenían para darme. Y fue tanto que, ha sido sin temor a equivocarme, la ciudad que más extraño de entre todas las que he habitado.

Peter Pan y yo llegamos en enero del 2003 a instalarnos en un adorable estudio que Ada gentilmente nos cedió, en la esquina de Infantas y Hortaleza, a tan sólo una calle de la Gran Vía en el popularísimo barrio de Chueca. Los barrios en España, son lo que las colonias a México, pero con personalidades mucho más definidas que la gran mayoría de nuestras colonias. Mi barrio era muy conocido por ser el barrio gay de Madrid, centro en el que cada año se celebra un estruendosísimo festival del orgullo gay, al que acuden los miembros de la comunidad del arcoiris de toda España y alrededores, no dejando espacio en las calles ni para respirar.

 

Las parejas gay de mi barrio tenían siempre al menos un perro y lo traían con ellos pa´arriba y pá abajo a donde quiera que necesitaran ir, razón por la cual yo echaba el hígado cada que me topaba con una caca de perro, pues eran tantos los caninos paseantes en el barrio, que por cada cinco dueños responsables con bolsita, pasaban veinte sin ella. Aún así, la presencia canina daba un toque especial a nuestra vida en esas calles, pues siempre topabas con alguna mascota memorable, como la inolvidable Candela, una perra de raza Viejo Pastor Inglés, a la que su dueño, le pintaba mechones de color rosa o púrpura en el flequillo, que siempre movía con estilo al girar la cabeza para saludar, cuando la llamaba uno desde el otro lado de la calle. O la simpática Lola, una labrador dorada muy sociable, que siempre se paraba en dos patas al llegar al mostrador del video club, para darme un beso y estirarme la pata. Ni qué decir de los perros de Fran, un par de Rottweilers enormes con pinta de malos, malísimos, que se te echaban de panza para que les hicieras cosquillas una vez que agarraban confianza.

 

Además de perros, Chueca contaba con múltiples detalles que resaltaban su personalidad urbana y cosmopolita. Tiendas originales, plazuelas, cafés y bares abundaban en la zona. En la esquina de mi depa, había una tienda darketa en la que encontrabas desde comics hasta juegos de cubiertos de plata decorados con calaveras, tableros de ajedrez con figuras góticas, juegos de Rol de colección y hasta joyas de aspecto macabro. Tenían una bola de nieve con una réplica de Edward Scissorhands haciendo esculturas de hielo, que a mí me robaba el aliento, pero nunca pude ahorrar lo suficiente para comprarla.

Avanzando por esa misma calle, encontrabas una boutique de jabón llamada Enjabonarte, en la que estanterías de madera sin lijar, sostenían enormes jabones redondos, del tamaño de un queso gruyere o hasta más grandes, en colores que iban desde el rosa pálido hasta el negro; sacos de papas llenos de sales de baño y canastas desbordantes de bolas de espuma comprimida para baño, perfumaban el ambiente y te hacían difícil decidir cuántos gramos de jabón  de zanahoria llevar para cuidar el bronceado, cuántos de rosas con leche de almendras para suavizar el cutis ó de regaliz para quitar las manchas de sol o el paño. Todos olían delicioso y al ser absolutamente artesanales, poseían muchas propiedades benéficas para la piel o la aromaterapia. Hacer una elección y salir de ahí me llevaba horas; regresar no tanto, pues más de una vez olvidaba mi pastilla de jabón en la regadera y se deshacía en una tarde obligándome a regresar para resurtirla de inmediato.

Mi otra tienda memorable de la zona, no era una tienda en sí, sino el mostrador de mi carnicero dentro del super de la cuadra. Mi marchante de carne, era un gachupín adorable, de pinta emblemática como sacado de una película de Marisol: de unos cincuenta y tantos, tez clara más bien rojiza, nariz redondeada abotigada en la punta, pantalón negro, camisa blanca remangada hasta los codos y chaleco negro bajo un mandil limpísimo. Me veía desde que entraba y me llamaba de inmediato:
- “Acá viene la mejicana (marcando la jota e ingorando la x). Buenas tardes maja, ¿cómo va esa criatura? (refiriéndose a Sofía que estaba aún abultando mi vientre) ¿cuánto le pongo de solomillo? Tenéis que alimentaros bien, que llega la criatura y adiós sueño ! ¡ qué no se duerme más, eh? Te lo digo yo que tengo tres hijos y cinco nietos, y si encima no estáis bien alimentados, ya verás tu marido y tú cómo terminan.

El sólo preguntaba y contestaba encadenando el discurso mientras tomaba en sus manos un trozo de solomillo de ternera rojo y tierno esperando únicamente mi aprobación para filetearlo. Una sola vez tuve que explicarle de qué grueso y tamaño me gustaban los filetes y siempre lo recordó y me despachó como a mí me gustaba. Una sola vez le aclaré que yo llamaba carne molida a lo que él conocía como picada y de ahí en adelante siempre entendió mi “mejicano”. Amable, diligente y sonriente, aunque tuviera el mostrador lleno de clientes, siempre veía quien llegaba y le hacía saber que lo notaba. Creo que después de él no he vuelto a pedir la carne en ningún otro mostrador, mi adorable carnicero gachupín dejó la bandera demasiado alta y cualquier otra experiencia con despachadores me resulta frustrante. Su huella fue tal, que ahora cada vez que me topo con algún español de acento murciano cerrado, lo primero que recuerdo es el rostro rojizo sonriente de mi carnicero de Chueca.

Comer en España es garantía, así que comer en mi barrio lo era igual. Desde el bar de Santi, que quedaba frente al videoclub, al que me cruzaba cada mañana por mi café con leche y mi pincho de tortilla de “patata”, hasta "El bosque animado", donde por siete euros podía leer los versos que me ponían de mantel, mientras devoraba una crema de calabaza amarilla con curry, deliciosa. Este pequeño restaurante era un rincón literario de varios salones, decorados todos con árboles de los que en lugar de hojas verdes, pendían hojas de libros, poemas escritos a mano, citas de personajes célebres etc. Las mesas en lugar de mantel estaban tapizadas de extractos de libros clásicos y de reciente creación o hasta algunos poemas. Había que ir preparado con libreta y lápiz, pues encontrabas siempre párrafos hermosos, que valía la pena archivar. La comida era tan exquisita como el arte de las letras que decoraban el ambiente y para ser un menú de tres tiempos no era nada caro.

Ya les he contado que mi única ilusión por navidad es comer bacalao, pues les platico que vivir en Madrid fue como tener navidad todo el año. A media cuadra de mi casa había un barecito, en el que a partir de la una de la tarde, podía llegar y pedir una tosta de bacalao. La tosta es una rebanada de pan, tipo hogaza, delgada y perfectamente tostada en la que montan diferentes delicias: lomo, jamón, zarzaparrilla, sardinas y por supuesto bacalao. Lo sirven en filetes pequeños y gruesos aderezados con una especie de vinagreta y aceite de olivo extra virgen delicioso. Además es un excelente alimento, así que a pesar de estar pensado como una suerte de botana, en realidad una sola porción te aporta suficiente proteína, fósforo y carbohidratos para jalar un buen rato en el día y sentirte maravillosamente.

Botanas sustanciosas de este estilo, abundan en la gastronomía Ibérica, de modo que uno puede armarse un gran banquete sólo con entradas de distintos tipos. Cinco cuadras más hacia el centro del barrio, se encontraba otro bar que vendía pinchos tan variados que podías armar charolas enteras, sólo con ls muestra de cada uno. El Bar Santander los preparaba tan ricos, que si no llegabas rayando las doce del media  día, no podías disfrutar de los más célebres, que se acababan en menos de media hora.

La península Ibérica es célebre por su arte, su cante, sus majestuosas pinacotecas, la rica gastronomía y su gente. No hay amigos como los españoles. No importa si están contigo sólo un rato o si se quedan toda la vida, cuando un Ibérico te regala su simpatía, es fiel, solidario y sincero como el que más. En Madrid yo recibí las muestras de simpatía más maravillosas que hubiese podido imaginar. También fui testigo de otras.

Cuando el invierno llegó, una amiga de Ada, que apenas conocía, me llevó un abrigo precioso y los suficientemente grande, para que la panza se abrigara con el paso de los meses, y no era cualquier abrigo, les aseguro, por el contrario más bien era de los que no prestarías a nadie, menos a una mejicanita desconocida. Cuando la beba nació nos llegaron regalos de toda índole y a veces de quien menos lo esperabas: Carriolas (dos), ropa, muñecos y dulces. Mimos adorables por lo que eran y por lo inesperado de su llegada.

Una noche, un amigo nuestro mexicano, se quedó a cenar con nosotros y salió de madrugada hacia su casa, que quedaba a cinco cuadras. En el trayecto unos yonkies lo asaltaron y lo golpearon, dejándolo tirado en el piso. Un chico madrileño que pasaba por ahí, cruzó la calle, lo levantó y caminó con él de regreso hasta nuestra casa, pues los yonkies le habían dejado sin llaves. Como Peter Pan y yo estabamos ya dormidos, les llevó veinte minutos tocar y gritar hasta que los escuchamos, y el desconocido ahí se quedó con mi amigo hasta cerciorarse de que había entrado a la casa. No recordamos su nombre y nunca lo volvimos a ver, pero está claro que ese tipo de molestias, no se las toma cualquiera.

Los horarios de trabajo que nos tocaban en el video club eran extendidos, para poder dar el servicio en los tiempos de esparcimiento de la gente de calle. No nos quedaba mucho tiempo para los trámites personales y menos para distraernos. Ada estaba a cargo, así que para ella menos tiempo. Pues yo ví varias veces, llegar al club a sus amigos después de "currar" diez horas, a cubrirnos en mostrador para que Ada y yo pudiésemos salir de paseo algunas horas. Se aprendieron el proceso de cobro y registro  y ahí estaban, con su mejor cara, cubriendo nuestro trabajo, después del suyo, para regalarnos un rato de ocio. Yo no sé ustedes, pero eso no lo había visto en mi vida. El dicho dice "es tu perro y tu lo bañas" y como mucho te mando buena vibra, pero hasta ahí.

Habrá quienes dirán que tuve suerte, que así no es la generalidad de Madrid, que seguro les caímos en gracia... puede ser, pero para mi gusto, los madrileños están hechos de buena madera y siempre será un gusto recordarlos.




6 comentarios:

  1. si, los madrileños son formidables. Yo he estado ya dos veces en Madrid y puedo corroborarlo. En Chile también le decimos molida, a la carne y que se yo, escribes de la puta madre, me encanta leerte. Y a propósito la figura del idiota se refiera al emblemático príncipe Miskine de Dostoievki, y de como él tiene una mirada distinta sobre el mundo, sobre el amor, las mujeres. Es parecida a la del loco, pero la locura hoy en día es ya un lugar común a evitar al tratar de localizar personajes que están viviendo de verdad.

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  2. TANTOS Y TANTOS RECUERDOS...
    ME ALEGRO QUE AL FINAL LO QUE PUDISTE PROBAR DE MADRID TE DEJARA UN BUEN SABOR DE BOCA!
    TODOS POR AQUI EN MADRID LOS RECUERDAN CON MUCHO CARIÑO SIEMPRE!!!
    ESPERO QUE ALGUN DIA TE PUEDAS REENCONTRAR CON ESTA TIERRA QUE COMO DICES ESTA LLENA DE GENTE DE BUENA MADERA Y CON MUCHOS RINCONES MUY ESPECIALES PARA DESCUBRIR!
    UN BESO GRANDE!!! ADA

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  3. Pasaba a dejarte un abrazo y agradecimiento por tus comentarios y me he encontrado con una historia y una manera de escribir tan descriptiva que no he podido dejar de leer.
    Yo vivo en Catalunya y no conozco apenas Madrid, pero con tu relato una toma buena nota de los bares de Chueca a los que no habría que dejar de ir. El del bacalao me ha dejado con una ansía...
    besitos y gracias

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  4. Increible! Me has hecho recordar Madrid de lo bueno y bien que la he pasado.....y que me encanta! Prometo en cuanto pueda conseguir de esos jabones ;) Una pequeña aportación a tu escritura y solo para recordandote y no dejar pasar por alto las riquisimas pizzas....ya? Saludos y besos

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  5. Alvaro, que maravilla! ahora sí entiendo bien tu concepto de Idiota y te concedo todo... creo que debo zambuhirme en los clásicos de vuelta...

    Ada, el aire de Madrid, el de invierno en la mañana, lo guardo en la punta de mi nariz para inflar el pulmón si siento asfixia, ¡por supuesto que lo pasé bien!

    Carlota, qué gentileza me has h

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  6. Carlota, qué gentileza me has hecho lagrimear al ver tu coment una grata sorpresa, no dejes de hacerlo, yo al revés no conozco Catalunnya pero sé de oidas que es mágica y veo en tí y otros muchos los frutos de su atmósfera tan artística, pero no dejes de ir a por esa tosta de Bacalao porque valdrá la pena el rato y el "boccato" ;) abrazos linda
    A, mmmm un jabón de esos te hará renovar tu concepto de una buena caricia en un buen baño, te lo aseguro ;)

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Y tu, ¿qué cuentas?