"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



jueves, 30 de septiembre de 2010

Estrella de plata

Me apetecía escribir un cuento y en su lugar, esto fue lo que salió:

Su cuerpo era un microuniverso en el que se encontraban la luz y la sombra; la rudeza y la dulzura; la violencia y la ternura. Era el hombre más inteligente que había conocido, libre de mente y definido en su estilo. Sabía de su capacidad, de su belleza y al tiempo, dudaba y se disculpaba cuando álguien le despertaba admiración. Su abrazo era el refugio que ella adoraba, en el que encontraba paz e inspiriación; acicate y motivación; abrigo y exigencia.

Había delineado sus labios mil veces con las llemas de los dedos y con sus besos marcado el curso de su cuello hasta los hombros. Hundía con ansias su cara en sus cabellos y aspiraba hondo para robarse todos sus esfuerzos, descifrar sus sueños, hermanarse a sus anhelos. Pasó mil noches surcando con la uña las líneas de sus manos, para adivinar su destino y encontrar la intersección de la vida, en la que podrían finalmente compartir un tiempo. Pero encontraba siempre una línea gruesa, que se extendía profusa  hasta la muñeca y se confundía con sus venas. No habría momento definido de encuentro, no habría contrato, ni acuerdo, ni devoción jurada. Sólo un caudal abundante de vida, que se confundiría, sin riveras, con la propia existencia.

Aquella libertad la seducía arrastrándola hacia él con fuerza magnética, una atracción que no la acobardaba ni aterraba como de costumbre.  Una seducción, que no la comía en ansias, como tantas otras. Sin temor, sin angustia y sin dudas, se bañaba en las aguas de aquel deseo que no consumía y de aquel amor que no enamoraba. Sin afán de marcaje o pertenencia, disfrutaba aquella corriente generosa y en ella se empapaba.

No hay amor que se disfrute más, que el que esta libre de necesidad, ausente de celo e ignorante del afán de pertenencia. Él, que tantas historias tenía, lo presentía. Ella, que de tantas historias huía, lo sabía.  Por eso él decidió atraerla hacía sí y ella se dejó arrastrar suavemente sin oponer resistencia.

Su amor libre les enredó las piernas y se volvieron uno a la luz de la luna llena. Confundiendo sus pieles formaron una estrella y se elevaron del suelo gozando la brisa que atrapaba su vuelo. Él no la poseyó, ella no le pertenecía, solo mezclaban sus rayos y se confundían proyectando un resplandor azulado con visos de plata, que volvía el calor helado y congelaba el rocío, escarchando las plantas.

Nunca se refirieron a ellos como Ana y Manuel; jamás rotularon epístolas para Manuel y Ana, pero muchos hablaron de la estrella plateada.

5 comentarios:

Y tu, ¿qué cuentas?