"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



miércoles, 1 de septiembre de 2010

Matita

Hablar de toros en plena era ecológica es un peligro que voy a tener que correr. No deseo ofender a ninguno de mis muy queridos amigos ambientalistas. Les quiero, los respeto y los apoyo siempre que puedo.

No uso ningún aerosol, soy cuidadosa en el consumo de energía y meticulosa en el cuidado del agua; jamás tiro basura en la calle y recojo la que me es humanamente posible. Mis hijas están siendo educadas en el respeto por los seres vivos, llámense humanos, animales o plantas. Reciclo todo lo que puedo y uso bolsas de basura y detergente ecológico. Mi pecado ambientalista es que soy taurina.

Aprendí a caminar yendo de la cama de mi tía Elsa al poster de Curro Rivera, que tenía colgado en la puerta de su habitación. Me he leído todas las anécdotas taurinas de Luis Miguel Dominguín y mi recuerdo de adolescencia más impactante, es el que me dejaron los Forcados de Salamanca, el día que Nidia me invitó a verlos.

La última vez que lloré fue un domingo hace más o menos año y medio, viendo a Ponce hacerse uno con su bestia en la México, mientras las palabras de Heminway se agolpaban en mi cabeza:

"El individuo, el gran artista, cuando aparece, emplea todo lo que han descubierto los otros o lo que se ha llegado a saber en los dominios de su arte hasta que aparece él. Es capaz de aceptar o rechazar un sinnúmero de cosas en un lapso de tiempo tan corto, que parece que su conocimiento ha nacido con él y no hace más que tomar instantáneamente lo que un hombre ordinario necesitaría toda una vida para aprender"
Muerte en la tarde- Ernest Heminway
Cuando hace ya más de diez años, acompañé a la tía Angelina al departamento de su hermano recién fallecido para recoger unos papeles, sólo note una serie de grabados en carboncillo que se extendían a lo largo del corredor recreando una faena completa. No me pregunten dónde estaba el apartamento, ni de qué color eran los muros, no recuerdo nada más que los grabados reproduciendo en trazos grises el duelo solemne de toro y torero.

Tuve una casera en México, a la que cada vez que se le pagaba la renta, había que hacerle una visita de al menos una hora. Mis compañeras de piso, veinteañeras de intensa vida social, le huían a la tarea. A mí no me importaba hacerlo porque Rosita era una interesantísima mujer que había tejido su historia entre tardes de toros.

Fue la primer cronista taurina mujer en México, si no es que la única. Guardaba en gruesos álbumes, toda la hemeroteca de sus crónicas taurinas publicadas en el Ovaciones por varias décadas, amén de infinidad de fotos con todas las figuras del toreo de su época, empresarios, apoderados y ganaderos.

Mes tras mes tenía una historia diferente que contar y cada vez que le presentábamos alguna solicitud de mantenimiento para el edificio, nos sacaba la vuelta con una “verónica” bien perfilada para cambiar el tema de conversación:

- Oye mijita, ¿te he enseñado la foto que tengo con tu paisano Francisco Doddoli?- me decía invitándome a pasar mientras buscaba el álbum con la foto- Empezaba de novillero cuando yo ya iba de salida – y así se seguía con mil historias y del mantenimiento, nada…

Por esas casualidades que tiene la vida, años después me encontré en otra ciudad con un sobrino nieto suyo, que era presidente de un club social al que yo me uní y por puras conjeturas descubrimos que su tía había sido mi casera.

La demanda de muchos ambientalistas para poner fin al espectáculo taurino, bajo la premisa de crueldad innesaria contra los animales, se ha introducido en juzgados de todo el mundo, anotándose su primer victoria hace un mes en Cataluña, donde el fallo de la corte apoyó a los ambientalistas prohibiendo el espectáculo taurino. Dicen las malas lenguas, que fue más por el peso de lo poco rentables que se están volviendo las corridas de toros y los argumentos nacionalistas que rechazan la “tradición española” como propia, más que por verdadera conmisericordia por los animales, lo que inclinó la balanza. El hecho es que estamos presenciando el principio del fin de la fiesta brava. Todo cumple sus ciclos.

Yo mantengo mi postura: Pedirle al toro permiso de medir nuestra fuerza y bravura con la de él en un enfretamiento a muerte, me parece mucho más digno que matarlo en rastros modernos, con pistola de inyección de aire para que no “sufra”.

Más allá de la sangre y la arena, vistos simplistamente como burda tortura, el arte taurino envuelve una profunda admiración por la fuerza del toro que embiste y con cada pase nos brinda la posibilidad de aprender a lidiar la faena de la vida. El toro batiéndose a muerte con su torero nos habla de valentía, de honor, de fuerza, ingenio, pasión, belleza y sutileza. Detalles bordados, como las luces del traje que viste el torero. Detalles que no se observan en ninguno de los otros espectáculos crueles que se dan en el mundo y que curiosamente, son mucho menos atacados, a pesar de ser por naturaleza mucho más grotescos y morbosos.

Cuando episodios de cobardía y parálisis de la voluntad han llegado a mi vida, la fiesta brava me permite redescubrir la mágica sensación de plantarle cara a la prueba, apreciar su presencia y crecerte ante ella.

Las manos del Zotoluco acariciando el testud del toro, en ese íntimo gesto de agradecimiento y perdón tan suyo, me recuerdan siempre que las dificultades deben aprovecharse para hacernos  más grandes y reconociéndo la fortuna trágica que representan en la vida, hacer las paces con ellas sólo para matarlas.

Los toros bravos son homenajeados con Indultos, vuelta al ruedo o arrastre lento. El arrastre lento es mi homenaje favorito, porque me da la prueba de que fue un combate de igual a igual: Bravura de toro y arte del torero.

Los hombres de toros son casi siempre, personajes fantásticos, que beben de sus días en la fiesta taurina, este maravilloso gusto por disfrutar la vida, acariciar las pruebas, plantarle cara a la adversidad y danzar con la tragedia.

Distan mucho de ser cavernícolas crueles, por el contrario, llevan sus pasos con garbo exquisito. Yo conozco a uno que se ha pasado su vida en ello y sólo transmite pasión por vivir y lozanía... de hecho, pasa los años convirtiéndose en cada vez más lozano y vivaracho.

 Yo me pregunto. En este mundo de creciente cobardía ¿qué tiene de bárbaro pedirle a una bestia que nos enseñe tanto de la vida?

¿ Verdad que sí, Matita?




2 comentarios:

  1. Chiuuu¡¡ por primera vez estoy en desacuerdo contigo¡¡¡¡ no creo que se le pida permiso al toro para medir su fuerza, y si se le pide, no creo que éste acepte¡¡ si, la verdad no se NADA de la fiesta brava, porque las veces que la he visto me dan tristeza--- pero como van a medir su fuerza y bravura si el torero trae equipo, no me parece justo ese duelo, bueno , ya hasta me estoy deprimiendo otra vez jojojo
    Me encanta leerte Chiu, saludos
    atte. Claudelu (firmaré ahora asi, para no adjudicarme los comentarios tan buenos e inteligentes que hace otra persona, estaba tentada pero no lo haré jajaja)

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  2. Me decepcionaría profundamente, que estuvieras de acuerdo conmigo siempre, mi chiquilla tan Chula. Salud por la mente propia que te caracteríza...
    Oye y que risa lo de Luna jajaja genial o sea que no eras tu... ya se quien es entonces ;)

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Y tu, ¿qué cuentas?