"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



jueves, 19 de agosto de 2010

Envejece el cuerpo, rejuvenece el alma

Dice el refrán que los años no pasan en balde y a mí el último año se me vinieron todos encima como balde de agua fría. Al parecer, someterme a un ritmo de trabajo y exigencia al que no estaba habituada, surfeando a la vez en las olas de la crisis económica me cuartearon bastante la piel y tornaron mis órganos más sensibles de lo que solían ser.

Recuerdo que en mis años de convento nos servían cajitas de Nutella todos los domingos en el desayuno. Era una forma de marcar ese día, desde las primeras horas de la mañana, como la jornada especial que se pretendía fuera. No volveríamos a oler la deliciosa crema de avellana hasta la siguiente semana y eso para una jovencilla golosa como yo, era demasiado tiempo. Por eso la gula me ganaba y llegaba a untar hasta tres cajitas de Nutella a mi pan en una sentada.

A una de las directoras del internado, le causaba mucha gracia verme devorar panes con chocolate; como no se podía hablar duante el desayuno, no me decía nada, pero si coincidíamos en la mesa, me regalaba la mitad de su cajita siempre. Una mañana, ya estando en el tiempo de recreo, donde sí se podía hablar, me preguntó:
- ¿No te duele el estomago de comer tanta crema de avellana?
- Claro que no- le contestaba- de hecho es el día que más hambre me da para cuando es hora de la comida.
- Bendita juventud- me contestó- yo sólo me como media cajita porque me cae pesadísima, mi estomago no resiste más.

Como era una mujer muy cuidadosa de su imagen, yo no le creí lo que me dijo y pensé que más bien lo hacía para cuidar la línea. Mantuve esa convicción hasta hace algunos meses, cuando mientras desayunaba con mis hijas, no pude acabarme una rebanada de pan untada con Nutella. Sentí como mi estómago batallaba tan sólo de empezar a digerir los primeros bocados y tuve que dejar más de la mitad.

Lo mismo pasa con la juerga, recuperarme de una desvelada con fiesta, me toma hasta una semana entera, mientras que hace sólo dos años, podía salir de lunes a domingo algunos meses y tan pancha.

Incluso me he enraizado. Esta gitanilla que se ha cambiado de casa veintitrés veces en su vida y de ciudad diez veces, empacando con agilidad y sin pensárselo demasiado, ha de confesar que padeció y mucho, la mudanza de la semana pasada. Y no porque el destino fuera malo, al contrario marca una gran mejoría, pero habituarme a un nuevo espacio físico, me costó como nunca.

Los signos no fallan, estoy envejeciendo. Sin embargo ahora me encuentro satisfecha y en paz como nunca antes lo había estado. El peso de los años me ha puesto el cuerpo más pesado en proporción a lo que se me ha aligerado el alma. Y eso me hace más felíz, que veinte cajas de Nutella.

Otro dicho popular reza que, "un joven hermoso es un accidente de la naturaleza; pero un viejo hermoso es una obra de arte". Tan cierto como una montaña, pues la innercia del descontento, la inconformidad victimista, el resentimiento y la amargura pueden arrastrarnos con furia, robándose nuestro tiempo y arrebatándonos la alegría de vivir. Hacer de nosotros mismos viejos hermosos, implica romper con esos hábitos destructivos, tan arraigados en la naturaleza humana y decidirnos a reinventar el ritmo de nuestra mente.

Para arrancar en este proyecto de vida "rica", el agradecimiento es la base. Un viejo himno de acción de gracias inglés deja en claro, cuán diferente se vuelve la forma de ver la vida, cuando aprendemos a agradecer: 
"Count your many blessings, name them one by one,
And it will surprise you what the Lord hath done".
Johnson Oatman Jr. 1897

En repetidas ocasiones la vida no resulta como la planeamos. Muchas más amontonamos sueños no concretados. Peor aún, las circunstancias nos golpean con pruebas dolorosas, repulsivas o inesperadas. Los fracasos nos humillan y la culpa puede acecharnos. Pero la vida no se limita a eso, por más que insistamos es dar a nuestras tragedias el lugar protagónico. Hay que contar las bendiciones y ponerlas con los reflectores centrales bien iluminadas; mantenerlas frente a nuestros ojos nos llena de satisfacción; nos fortalece la mente y el alma; nos enamora de la vida, que vista desde ésta perspectiva, siempre resulta deliciosa.

Me está gustando envejecer, he de admitirlo. Espero envejecer mucho más, que si la proporción de vejez va a ser equivalente a una libertad de espíritu creciente, ¡Vaya gozada que me espera si logro llegar a los cien años!

1 comentario:

Y tu, ¿qué cuentas?