Hay que chingarle, mamacita!

Dentro de la caótica crisis de la semana pasada, recibí un cúmulo de buenos consejos, que me ayudaron a retomar mi centro y sobre todo, a entenderme a mi misma. Entre observaciones y consejos, descubrí mis rincones empolvados, al tiempo que me ponían en la mano el plumero para poder limpiarlos.

Fue bueno redescubrir que tengo un carácter estresado de difícil convivencia, al tiempo que entendí que a pesar de eso, soy muy querida, incluso por mis hijas que me soportan todos los días.

Sentí culpa por mi poca paciencia como madre, pero también entendí que mi cúmulo de responsabilidad y trabajo es grande, por lo que no es tan loco que me ponga neuras, sólo tengo que procurarme los medios para aliviar mi neurastenia.

Me sentí abrumada por la montaña de trabajo, obligaciones y metas profesionales y personales por cumplir, pero la carga se aligeró al recordar cuan capaz soy y cuan fiel es la Vida en la promesa de triunfo y bendición.

Pedí un deseo a una estrella y en seguida apareció otra, para poder pedir el segundo, justo cuando me percaté que había dejado del lado el amor, en mi lista de plegarias al universo.

Y para coronar el día, apareció un entrenador afilado, para señalarme mi mayor cadena y darme la sierra para romperla. Con brutal simplicidad me describió el cuerpo que sabe me gustaría tener y sin otro miramiento concretó:

Si quieres estar así,(el ASÍ engloba todo el secreto para proyectar al mundo lo que soy)  ¡hay que chingarle, mamacita!

Simple y llana verdad aplicable al estado físico y a todos los demás aspectos de mi vida.