"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



jueves, 2 de febrero de 2012

Agua mágica - Segunda parte

A pesar de la angustia natural que provocaba semejante pérdida... los mayores, quizás por la experiencia o más probablemente por el encanto de las aguas que aún mojaban sus cuerpos, se negaron a caer en la energía trépidante de la rabia o el enojo. El hombre mayor rápidamente hizo amistad con un grupo de jóvenes en fiesta, y con eso quedo solucionado el problema del vino.

La mujer vieja, decidió que la oscuridad de la noche no era buena aliada en la búsqueda de un auto fugitivo y se unió a la tertulia con los desconocidos, arrastrando con ella a los dos chicos que no tuvieron más remedio que aguantar el cansancio y el frío disfrutando la inesperada reunión hasta que el sol saliera. El más jóven que es un hombre tierno por naturaleza, se autoerigió además como guardián de la mujer vieja, que apenas cubierta con una salida de baño, se encontraba expuesta a miradas indiscretas y vientos helados marinos. Fue tan clara su determinación de protegerla, que su cálida presencia dió pie a una de las grandes reflexiones que hubiese hecho la mujer en su última década: Cuán dulce puede ser una grata compañía...

Les parecerá absurdo que alguién no haya considerado un hecho tan evidente en más de diez años, pero esta mujer se había visto obligada a no hacerlo. Viajera, impetuosa y voluntariosa, se había habituado a estar sola, al grado incluso de ser considerada por muchos, como poco deseable compañia, en términos de cotidianedad... "Si la oportunidad se diera, yo jamás viviría contigo", le había dicho alguna tarde un amigo, haciendo alusión a su carácter áspero y escurridizo. Aunque la afirmación dolió indescriptiblemente, de algún modo concordaba con aquél pensamiento, en la érronea creencia, de que el calor de hogar creado por la íntima compañía, le disminuiría su libertad y por tanto, su capacidad de exploración o aventura... Con esa idea había conducido su solitaria existencia, aprendiendo a hacer frente con firmeza, la mayoría de las veces, a los problemas que la ruta presentara. Y justo ahí se encontraba otra vez, tratando de solucionar  otro lío causado por su imprudente afán de aventura, con la diferencia de que esta vez, una cálida mano juvenil, se posaba en su espalda, dándole apoyo y compañía. Ciertamente pensó en que podría acostumbrarse a esa vida... la vida del hogar que te da una familia.

Viajando en esa nube de reflexión azucarada, el sol se asomó iluminando la strada... no había ya más negros rincones para que el auto se ocultara. Era momento de encontrarlo, y obligarlo a prestar sus servicios para regresar a casa.

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