"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



martes, 27 de julio de 2010

OJOS DE MIEL

Nunca nos pondremos de acuerdo sobre la sinceridad de la amistad entre hombres y mujeres. Aquello del deseo pasivo siempre hará sombra entre los amigos de distintos sexos, si eres hetero ¡claro!




A mí me gusta pensar que el deseo va mucho más allá del sexo, como dice la Sombra, es un asunto de complicidades. El deseo nace y se alimenta cuando encontramos eco a nuestras inquietudes y anhelos en el amigo. La atracción hace onda en esas afinidades, a veces con rebote y otras como salto al vacío; como quien dice, unas veces correspondidas y otras ignoradas. Cuando son correspondidas los amigos se vuelven amantes; cuando son ignoradas, los amigos siguen siendo amigos o incluso se convierten en hermanos.


En vistas de que vivimos en una sociedad oficialmente monógama, desarrollamos numerosas tácticas para ignorar las atracciones. Si somos muy hábiles, construimos fórmulas para corresponderlas sin concretarlas, de ese modo cumplimos con nuestros preceptos y disfrutamos de inocentes coqueteos que alimentan nuestro ego o incluso nos hacen compañía por el hecho de comprender "eso" de nosotros que muchos, incluso nuestras parejas, no comprenden.


Esta última forma de amistad fue la que yo tuve con mi Ojos de Miel, un adorable chiquillo que se apareció en mi colegio en el último año de primaria. Coqueto, sociable y ruidoso, estaba demasiado pendiente de ser él mismo cómo para fijarse si con eso molestaba a alguien. Ese natural desparpajo, aunado al cargo público que ostentaba su padre en el pueblo, le ganaron la antipatía de muchos y la envidia de otros.



Las antipatías no hacían mayor mella porque, o cedían con el tiempo al roce de la convivencia, o simplemente eran ignoradas sin problema. Las envidias eran más cizañosas, sobre todo cuando eran adultos los que las manifestaban.



Con el pretexto de que Ojos de Miel era travieso e inquieto, algunos profesores se la tomaban contra él, haciendo sus sanciones tan viscerales y desproporcionadas, que hasta sus menos amigos descubrían su verdadera causa. Y si bien a mí me cayó bien el flaquito desde siempre, cuando aquellas revanchas sociales lo convertían en su blanco, yo saltaba como leona defendiéndolo, apoyándolo o atestiguando en su defensa según fuera necesario. A la Mami, que también quería al flaquito, le caía en gracia ver mis reacciones y siempre apoyaba mis cruzadas. Incluso creyó que terminaría de abogada algún día, al ver lo en serio que me lo tomaba.



Fueron esas andanzas de defensa de derechos infantiles, las que nos volvieron más amigos. De ahí en adelante hicimos un pacto de mutua protección que mantuvimos a pesar de tiempos y distancias, hasta hace no mucho cuando una jugarreta del destino nos obligó a romperlo.



Nuestros roles de mutuos protectores tenían matices muy distintos. Yo opté por ser su oreja, escucharlo y aconsejarlo cada vez que necesitaba desahogarse, por lo general después de algún castigo adquirido por sus muy variadas diabluras. Y pueden creerme, eran muchas.



El en cambio, siempre buscaba hacerme reír y subirme el ánimo. Le daba risa que me tomara la vida tan en serio y le desesperaba que fuera tan desaliñada.



- ¡Péinate Chiu! Fájate la blusa, súbele un poco a la falda... Eres una hippie guandajona, lástima de cara-.


La última parte de la frase la metía para suavizar un poco sus regaños. Menos mal que me quería el canijo, sino imagínense cómo me hubiera tratado...



A mí la verdad me halagaba que llamara mi atención hacia esas cosas, como el tempranillo había andado de novio desde preprimaria, sabía mucho de muchachas y sus consejos tenían base. El niñito guerroso de ojitos dulces, tenía prisa por ser hombre y las mujeres son un tema importante para cualquier puberto que desee dejar de serlo. La experiencia en seducción es el trofeo más prestigiado, en el competido mundo de los machos.



Le conocí novias mucho mayores que él y también algunos años más chicas; del mismo salón, del salón de al lado, del colegio de enfrente y de otros estados. Tenía debilidad por las niñas del Salesiano... todos los colegios de niñas despiertan la curiosidad de los muchachos con doble interés, eso es ley aquí y en China.

 
Cuando me desaparecí del mundo nos perdimos mutuamente la pista, con tan buena suerte, que justo durante los meses que me mandaron de Roma a al DF a hacer prácticas, me lo encontré camino a Uruapan en un camión de ETN. El también estaba interno, pero no por monje sino porque había ingresado a la academia militar. Se veía guapísimo con su uniforme de gala y la eterna sonrisa pícara que le asomaba siempre en la mirada. Aprovechado que la corrida no iba llena, nos acomodamos en asientos contiguos y nos chutamos las cinco horas de viaje poniéndonos al día de nuestras vidas.




Para no perder la costumbre desahogó conmigo todas las peripecias de su año de novato y las impresiones de las duras pruebas de la disciplina militar. Recuerdo que yo me quedé tan angustiada, que me quité la cruz que llevaba al cuello y le pedí que se la llevara. Era una cruz pequeñita de oro, sin Cristo, con unos remaches en forma de cuerda justo en el centro. Cuando se la dí me tranquilizó con su tono acostumbrado:


- Está bien me la llevo, pero no es para tanto. No te angusties yo ya estoy acostumbrado, después de todo hay que formar el carácter o ¿no?



Como yo en aquel tiempo todo lo solucionaba con cruces, me despedí tranquila y me contenté con recordarlo de tarde en tarde en mis oraciones.


Un par de años más tarde dejé de regalar cruces, enterré a mis padres y me mudé de nuevo al DF. Trabajaba en Insurgentes Sur, muy cerca del World Trade Center y todos los viernes me gustaba comer Sushi en un restaurante de Galerías Insurgentes, unas seis cuadras más al sur de donde yo estaba. Para ir, comer y regresar a tiempo, lo más rápido era tomar el bus que pasaba frente a la oficina y cruzaba justo frente al restaurante. Ahí iba yo colgada como chango del pasamanos, despeinada y con la blusa sin fajar, cuando Paty me dice:


- Chiu, enderézate mira. Un chico guapo mirándote a las siete en punto.

 
Más pronta que un rayo, me pasé la mano por el cabello tratando de acomodarlo y le puse a mis ojos mi mejor sonrisa para mirar hacia el punto indicado, cuando escucho a mis espaldas:


- ¿Chiu? ¿Chiu Amparán?


- Sí - le contesté extrañada tratando de acelerar mi memoria para descubrir de qué antro conocía a aquél tipo.


- ¿No me reconoces? Soy Federico.


Mi Ojitos de Miel se veía muy distinto con cabello y traje, después de que mi último recuerdo de él era rapado y con uniforme militar. El cabello le había salido más oscuro y se veía un poco más flaco. Me dio mucho gusto verlo de nuevo, aunque mis esperanzas de ligue urbano se hayan frustrado en el instante. Alcanzamos apenas a intercambiar teléfonos y darnos un beso en la mejilla, antes de que llegara mi parada y el siguiera su camino hacia algún juzgado al sur de la ciudad.


Sé que nos vimos otra vez, aunque no recuerdo cuándo, porque me puso al día de todas sus conquistas, ahora catalogadas en Michoacanas, Regias, Chilangas, Españolas y aledañas. Me contó de sus peripecias políticas y sus pasiones de abogacía. Estaba contento y vibrante, lleno de aventuras e ilusiones. Esta vez no se desahogó de nada, estaba disfrutando cada instante.



Recordamos nuestras andanzas en los mítines de campaña de Macchío y las kermesses del DIF en La Pinera, comiendo aquellos mazapanes de soya asquerosos, que con tal de echarnos algo dulce a la boca, nos zampábamos igual.




Este último encuentro me dejó una sonrisa mucho más duradera que las previas. Mi adolescente amigo ya era un hombre y no adolecía de nada. Disfrutaba lo que hacía y tenía las piernas firmes para avanzar donde se le antojara, había formado carácter sin lugar a duda. Estaba pleno y así permanecería en adelante.


Cuando mis padres murieron, de alguna forma estaba preparada. La enfermedad que padecieron me había puesto en guardia. El dolor fue íntenso pero la sorpresa poca. Cuando supe que mi Flaco se había ido, me quedé por meses pasmada y fue después de semanas que me corrieron a mares las lágrimas. Y no por él, pues sé por lo que a mí me tocó y lo que cuentan los suyos, que disfrutó al máximo cada instante... me dolió por mí que no pude más abrazarle.


El consuelo que me queda es que la miel de sus Ojos era tan clara, que es fácil reconstruir su cara cada mañana soleada, cuando al mirarme al espejo recuerdo su tono de mando diciéndome:


- ¡Péinate Chiu!


Flaco, te quiero siempre :)











5 comentarios:

  1. Que hermoso escribes, y que bella amistad te une a ese hombre. Isabel

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  2. Gracias Isabel, lo dices bien, "me une" tiempo presente

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  3. wow!! padrísimas tus líneas! me hiciste recordar a mi mejor amigo...y le escribí! jojo!! buen pretexto para acortar distancias! ay caray...los amigos!! qué tema he!! te envío toda mi buena vibra Chiu! Mira nada más caí aquí por azares del destino y creo que me veo muy reflejada en tus letras...sentí que caí al lado de una amiga, jiji. Un abrazo. Lunita

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  4. Gracias Lunita, el universo siempre nos sorprende llevandonos al encuentro de nuestro reflejo en quien menos pensamos... Buenas vibras y muchas para ti igualmente :)))

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  5. Wow me encanto tu relato, describes muy bien las actitudes y como las manejaba mi primazo...
    Un amigo y hermano que era puro corazon, con una sonrisa contagiosa y tranquilizante, con una presencia que imponía...
    Grax por otra historia para recordar de mi Fede.

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