"La vida es demasiado fabulosa, para ser fabulada"
Dominique La Pierre



martes, 15 de junio de 2010

LA PIÑA CON CHILE

La mami era una atenta observadora de paisajes y personas. Siempre buscaba un detalle del carácter del otro, con qué nutrir su fantasía.
Papá en cambió leía tanto, que no se enteraba demasiado de cómo eran los personajes reales de la novela en la que vivía. Era necesario irrumpir con fuerza en su escenario, para que notara a alguien y le regalara una sincera sonrisa y un cálido recuerdo.

Mi Perru fue una de mis pocas amigas que supo irrumpir con fuerza en la escena de mi padre, y su entrada fue recordada para siempre por El Flaco Amparán, entre cálidas sonrisas.

Perru era una niña hermosa, de tupida cabellera y perfecta postura. Tenía un aire trágico de aristocrática en apuros, proyectado en su solemne andar y esa mirada enigmática, un poco rabiosa y un poco nostálgica. Podía ser en extremo ruda y en extremo sensible. Todo dependería del color de la circunstancia.
Si tenías suerte y te quería, te abrigaba bajo su ala. Si no, mucho cuidado, terminarías bajo sus garras.Yo tuve suerte, a mí siempre me quiso y me cuidaba.
Perru forjó su caracter lidiándo con dos hermanos menores: Pillolisto y Muñequita.
Pillolisto era, como su nombre lo indica, más listo que el hambre y el hacedor de diabluras más rápido de la Sierra tarasca. Sólo con reflejos de liebre podías sobrevivir a sus jugarretas. Yo como era lenta, siempre terminé su víctima y de todas sus diabluras, la más lamentable fue cuando me corrió la cortina del baño mientras me duchaba en su casa. Abrió y cerró la cortina con tal velocidad, que para cuando grité el ca... ya estaba en la casa del vecino, dejándome como una loca lunatica inventa cuentos.
Muñequita no sabía hablar en esa época, pero ya daba tumbos con pose de amazona, anunciando el porte con el que recorrería en el mundo, posiblemente montada al  lomo de un caballo.
A Perru y sus hermanos se les imponía una dieta rigurosa, ausente por completo de chatarra y basura. Tras cada alimento debían tomar un vaso de leche. Para el luch del colegio, llevaban unos barrilitos de plástico color madera, en los que transportaban huevos duros ó zanahoria en varitas, con un poco de limón.

Perru odiaba los barrilitos y su energético contenido así que algunos días, prefería pasar hambre que comerse su huevito.

Uno de esos días, al salir de clase, la pobre niña moría de calor y de hambre. Mi Padre fue a recogerme del cole y Perru nos siguió con la mirada. Cuando vió que nos deteníamos en el carrito de fruta de la esquina, se acercó sigilosa, esperó a que pagaramos una rebanada de piña con chile y entonces dijo:



- Señor  Amparán- extendió  su manita izquierda  simulando la piña y con la derecha haciéndo las veces de cuchillo, hizo el gesto de partirla a la mitad- ¿Michas?- terminó guiñando sus ojitos.



El Flaco soltó la carcajada. Le causó tanta gracia, que hubiese querido invitarle una entera, pero nunca traía muchos pesos en la bolsa, así que pidió al frutero que la partiera, tomó un papelito de estrasa extra, y le entregó a mi Perru su "micha".



Mientras estuve en el convento, podía visitar a mis padres tres días al año. Dedicábamos siempre un par de horas de nuestras preciadas setenta y dos de convivencia, a recordar historias. Así fue hasta que sus pulmones se encogieron y fue a dar al hospital. Y ahí en su cama, esperando salida para su último viaje, hicimos cacho para nuestro juego de anécdotas, y por supuesto recordó, con sonora carcajada, aquel medio día en que la Perru hizo de su mano un cuchillo y le dijo con su solemne vocecita:



- Señor Amparán, ¿michas?



xx

1 comentario:

  1. jajaja me hizo reir Chiu, y me puso de mejor humor, gracias por eso¡¡ saludos...

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